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—¿Esta? ¿Se refiere a Nueva York?

—Sí, este es un nombre, pero se le ha aplicado otro sin que nadie protestara: el de Babilonia-del-Hudson. De modo que esta es la gran meretriz, y el Armagedón se producirá aquí, y por eso he venido. En otro tiempo fui sacerdote, ¿puedes creerlo?

—Sí, desde luego —dijo Billy, bostezando y mirando las paredes a su alrededor y más allá del umbral.

—Un sacerdote de la Iglesia debe decir la verdad, la verdad de la ley de Dios no puede ser más clara. Dios dijo creced y multiplicaos, y así lo hemos hecho, y El nos ha dado la inteligencia para curar a los enfermos y fortalecer a los débiles, y esta es la única verdad. El milenio está aquí, ahora, sobre nosotros, un populoso mundo de almas esperando Su llamada. Este es el verdadero milenio. Falsos profetas dijeron que era el año mil, pero hay más personas aquí en esta sola ciudad que las que había en el mundo entero en aquella época. Esta es la hora, podemos verla aproximándose, podemos leer las señales. El mundo no puede resistir más, se derrumbará bajo el peso de las masas de gente… pero no se derrumbará hasta que resuenen las siete trompetas, este Año Nuevo, Día del Siglo. Entonces tendremos el Juicio Final.

Cuando el hombre dejó de hablar, el zumbido de los mosquitos, que parecía haberse apagado, volvió a llenar el inmóvil aire, y Billy se dio una palmada en la pierna, matando a uno y dejando una mancha de sangre que frotó con la misma mano. El brazo de Peter estaba iluminado por el sol, y Billy pudo ver las ronchas de viejas picaduras que lo cubrían.

—Nunca había visto tantos mosquitos como hay aquí —dijo Billy—. Y en pleno día. Nunca me habían picado en pleno día. —Se puso en pie y se movió de un lado a otro, huyendo de los zumbantes insectos, pateando y agitando los brazos. En el centro de la parte posterior de la camareta había una pesada puerta de acero, abierta, aunque sólo unos cuantos centímetros—. ¿Qué hay aquí? —preguntó.

Peter no le oyó, o fingió no haberle oído, y Billy empujó la puerta, pero los goznes estaban trabados por la herrumbre y la puerta no se movió.

—¿No sabe usted lo que hay aquí? —preguntó de nuevo Billy, levantando más la voz, y Peter terminó por volverse hacia él.

—No —dijo—. Nunca lo he mirado.

La puerta no ha sido abierta desde hace mucho tiempo, podría haber algo aprovechable, nunca se sabe. Vamos a ver si podemos abrirla.

Empujando los dos, y utilizando el trozo de tubería de acero como palanca, lograron mover la puerta unos centímetros más hasta que la abertura fue lo bastante ancha como para deslizarse a través de ella. Billy entró primero, y su pie tropezó con algo; lo recogió.

—Mire esto, ya le dije que encontraríamos algo. Podemos venderlo o guardarlo por si nos hace falta.

Era un pie de cabra de acero, de más de un metro de longitud, abandonado allí por algún obrero hacia muchísimos años. Tenía manchas de herrumbre en la superficie, pero se conservaba en muy buen estado. Billy introdujo el extremo curvado y afilado en la abertura de la puerta contigua a los goznes y cargó todo su peso contra el otro extremo; los oxidados goznes gimieron, y la puerta se abrió del todo. Al otro lado había una pequeña plataforma con peldaño de metal descendiendo hacia la oscuridad. Billy empezó a bajar lentamente, sujetando el pie de cabra con una mano y agarrándose con la otra a la barandilla. Cuando llegó al quinto peldaño, el agua le llegó al tobillo.

—Ahí abajo no hay sólo oscuridad —dijo—. Está lleno de agua.

Peter se acercó a mirar, y luego señaló las dos manchas luminosas encima de ellos.

—Al parecer, el agua de la lluvia que se acumula la cubierta superior cae a través de esos agujeros, solo Dios sabe desde hace cuantos años.

—Y de ahí también proceden sus mosquitos —dijo Billy. El aire estaba lleno del zumbido de los insectos— Podemos cerrar esa puerta y evitar que entren en la camareta.

—Muy práctico —asintió Peter, y miró hacia la oscura superficie debajo de ellos—. Nos ahorrará también el tener que ir al punto de agua al otro lado de la valla. Ahí tenemos toda el agua que podemos necesitar, más de la que podremos utilizar.

XV

—Hola, forastero —dijo Sol.

Shirl pudo oír claramente su voz a través del tabique que separaba las dos habitaciones. Estaba sentada junto a la ventana, arreglándose las uñas; dejó caer el estuche de manicura sobre la cama y corrió hacia la puerta.

—Andy… ¿eres tú? —gritó, y cuando abrió la puerta le vio allí de pie, tambaleándose un poco por la fatiga.

Shirl se puso de puntillas para besarle y Andy la besó a su vez, brevemente, antes de entrar en el cuarto y dejarse caer sobre el asiento de automóvil junto a la mesa.

—Estoy hecho polvo —dijo—. No he dormido desde… ¿cuándo fue?… desde anteanoche. ¿Conseguisteis el agua?

—Llenamos los dos tanques y las latas antes de que la cerraran —dijo Sol—. ¿Qué pasa con el agua? He oído algunas explicaciones en la televisión, pero no me han convencido. ¿Qué es lo que nos ocultan?

—¡Estás herido! —exclamó Shirl, dándose cuenta por primera vez de que la manga de la camisa de Andy estaba desgarrada, dejando asomar un vendaje.

—No es nada, un simple rasguño —dijo Andy, y sonrió— Herido en el cumplimiento del deber… y por una horca también.

—Persiguiendo a la hija del granjero probablemente. La historia de siempre —bromeó Sol—. ¿Quieres un trago?

—Si queda algo de alcohol puedes cortarlo con un poco de agua. Me sentará bien. —Cuando Sol le entregó el vaso, Andy sorbió la bebida y se retrepó en el asiento. Pareció relajarse ligeramente, pero sus ojos estaban rojos de fatiga y los mantenía casi cerrados. Shirl y el anciano se sentaron frente a él.

—No se lo digáis a nadie hasta que den la nota oficial, pero hay muchos problemas con el agua… y mayores problemas en perspectiva.

—¿Por eso nos advertiste? —preguntó Shirl.

—Sí, oí algún comentario en la comisaría a la hora del almuerzo. Las dificultades empezaron con los pozos artesianos y las bombas de Long Island, todas las estaciones de bombeo de Brooklyn y de Queens. En el subsuelo de la isla hay una meseta de agua, y si se extrae en cantidad excesiva o con demasiada rapidez penetra en ella el agua del mar, con lo cual sale por las bombas agua salada, en vez de dulce. Ha sido salobre desde hace mucho tiempo, podía notarse cuando no estaba mezclada con agua de la parte alta del Estado, pero se suponía que se había calculado el volumen que podía bombearse sin que la situación empeorase. Pero se ha producido un error o las estaciones han estado bombeando un volumen superior al que tenían asignado, el caso es que en todo Brooklyn el agua que se recibe es completamente salada. Todas las estaciones han sido cerradas, y se ha ampliado el volumen procedente de Croton y de la parte alta del Estado.

—Los agricultores estaban ya que trinaban a causa de la sequía del verano. Apuesto a que esta complicación ha terminado de sacarles de sus casillas.

—Ganarías la apuesta. Pero es evidente que habían planeado desde hace mucho tiempo lo que ha ocurrido porque asaltaron a los guardianes del acueducto, y disponían de numerosas armas y de explosivos, los que fueron robados del polvorín de Albany el año pasado. Han muerto al menos diez policías, y no conozco la cifra de heridos. Los revoltosos volaron al menos un kilómetro de tubería antes de que llegásemos nosotros. Tuve la impresión de que todos los campesinos del Estado se habían concentrado allí tratando de detenernos. No disponían de muchas armas de fuego, pero se las arreglaban muy bien con horcas y hachas. Finalmente logramos dispersarlos a base de gases.