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—No son tan caras como supones. De cualquier modo, las he comprado con dinero mío, y no del presupuesto.

—Eso no cambia las cosas, el dinero es dinero. Probablemente podríamos vivir una semana con lo que ha costado eso.

—La sopa está a punto —dijo Sol, colocando los platos sobre la mesa.

Shirl tenía un nudo en la garganta y no pudo decir nada; se sentó, contempló su plato y trató de no llorar.

—Lo siento —dijo Andy—. Pero ya sabes cómo están subiendo los precios… no podemos permitirnos ningún lujo. Ahora ha subido el impuesto de utilidades hasta el ochenta por ciento, debido al aumento del presupuesto de la Beneficencia, de manera que este invierno va a ser muy duro. No creas que no lo aprecio…

—Si lo aprecias, ¿por qué no te callas de una vez y te comes la sopa? —dijo Sol.

—No te metas en esto, Sol —dijo Andy.

—Dejaré de meterme cuando tú dejes de provocar discusiones en mi cuarto. Tengamos la fiesta en paz y no estropeemos una cena tan agradable como esta.

Andy abrió la boca para replicar, pero cambió de idea. Alargó el brazo y cogió la mano de Shirl.

—Será una buena cena —dijo—. Vamos a disfrutarla.

—No tan buena —dijo Sol, frunciendo los labios sobre una cucharada de sopa—. Ya verás cuando pruebes esto. Pero las empanadas nos quitarán el mal sabor de la boca.

Se produjo un breve silencio mientras comían la sopa, hasta que Sol empezó una de sus historias del Ejército acerca de Nueva Orleans, y era tan imposible que tuvieron que reírse, y a partir de aquel momento las cosas marcharon mucho mejor. Sol repartió el resto de los Gibsons mientras Shirl servía las empanadas.

—Si estuviera bastante borracho, esto casi me sabría a carne —anunció Sol, masticando alegremente.

—Son buenas —dijo Shirl, y Andy asintió.

Shirl terminó rápidamente con su empanada, rebañó el plato con un trozo de galleta y apuró el contenido de su vaso. Lo ocurrido en el camino de regreso a casa con el agua parecía ya muy lejano. ¿Qué era lo que la mujer había dicho que tenía su hijo?

—¿Sabes lo que significa la palabra kwash? —preguntó.

Andy se encogió de hombros.

—Algún tipo de enfermedad, es lo único que sé. ¿Por qué lo preguntas?

—Había una mujer delante de mi en la cola del agua. Y llevaba de la mano a un niño que padecía esa clase de enfermedad, ese kwash. Pensé que no tenía que haberle sacado a la calle lloviendo como llovía. Y me he estado preguntando si sería algo contagioso.

—Puedes dormir tranquila —intervino Sol—. «Kwash» es una contracción de «kwashiorkor». Si en interés de la buena salud contemplaras los programas médicos como hago yo, o abrieras un libro, sabrías que no existe ningún peligro de contagio, ya que se trata de una enfermedad carencial como el beriberi.

—Es la primera vez que oigo ese nombre —confesó Shirl.

—Ahora es poco corriente, pero en cambio abunda el kwash. Es causado por una dieta muy pobre en proteínas. Antes sólo la padecían en Africa, pero ahora se ha extendido por todos los Estados Unidos. Parece increíble, pero no hay carne, las legumbres son demasiado caras, de modo que las madres crían a sus hijos a base de galletas y otros productos baratos, que carecen de proteínas…

La bombilla parpadeó y luego se apagó. Sol cruzó la habitación a tientas y encontró un interruptor entre el laberinto de cables encima del refrigerador. Se encendió una pequeña bombilla, conectada a sus baterías.

—Necesitan una carga —dijo—, pero puede esperar hasta mañana. No hay que hacer ejercicio después de comer, es malo para la circulación y la digestión.

—Me alegro mucho de que esté aquí, doctor —dijo Andy—. Necesito consejo médico. Verá, me ocurre lo siguiente: todo lo que como va a parar a mi estómago…

—Muy gracioso, señor Juicioso. Shirl, no comprendo cómo puedes soportar a este bromista.

Todos se sintieron mucho mejor después de la cena, y conversaron un buen rato, hasta que Sol anunció que iba a apagar la luz para ahorrar el jugo de las baterías. Los pequeños ladrillos de carbón de mar se habían convertido en cenizas y el cuarto se estaba enfriando. Se dieron las buenas noches y Andy se adelantó a Shirl para coger su linterna; su habitación estaba más fría aún que la otra.

—Voy a acostarme —dijo Shirl—. No estoy realmente cansada, pero es la única manera de no pasar frío.

Andy pulsó inútilmente el interruptor de la luz.

—La corriente está cortada y tengo que hacer varias cosas. ¿Qué pasa? Hace una semana que no tenemos electricidad por la noche.

—Deja que me meta en la cama y te haré luz con la linterna. ¿Te parece bien?

—Desde luego.

Andy abrió su cuaderno de notas encima del tocador, colocó uno de los formularios lavables junto al cuaderno y empezó a copiar datos. Con la mano izquierda apretaba lenta y regularmente la palanca de la linterna a fin de producir una iluminación constante. La ciudad estaba silenciosa esta noche con la gente ahuyentada de las calles por el frío y la lluvia; el zumbido del diminuto generador y el ocasional rasgueo de la estilográfica sobre el plástico resultaban anormalmente ruidosos. La linterna proyectaba una claridad suficiente para que Shirl pudiera desvestirse. Un escalofrío recorrió su cuerpo al quedarse desnuda y se puso rápidamente su pijama de invierno, un par de calcetines muy zurcidos que utilizaba para dormir, y finalmente un grueso jersey. Las sábanas estaban frías y húmedas, no habían sido cambiadas desde que empezó a escasear el agua, aunque Shirl procuraba airearlas tan a menudo como podía.

—¿Qué estás escribiendo? —preguntó.

—Todos los datos que tengo sobre Billy Chung, todavía siguen apremiándome para que le encuentre: es la cosa más absurda del mundo. —Soltó la estilográfica y empezó a pasear furiosamente de un lado a otro, con la linterna en la mano proyectando sombras retorcidas a través del techo—. Desde que O'Brien fue asesinado, se han producido dos docenas de asesinatos en nuestro distrito. Detuvimos a un asesino mientras su esposa estaba aún en plena agonía… pero todos los otros asesinatos han sido olvidados casi el mismo día en que se produjeron. ¿Por qué ha de ser tan importante el caso de Big Mike? Nadie parece saberlo… pero siguen reclamando informes. Y se supone que al terminar mi servicio normal debo buscar al muchacho. Esta noche tendría que estar en la calle, corriendo detrás de otra falsa confidencia, pero no voy a hacerlo, aunque signifique tener que exponerme mañana a las iras de Grassy. ¿ Sabes cuántas horas he dormido últimamente?

—Lo sé —murmuró Shirl.

—Un par de horas por noche… en el mejor de los casos. Bueno, esta noche voy a aprovecharme. Tengo que entrar de servicio a las siete de la mañana, ya que está anunciada otra manifestación de protesta en la Plaza de la Unión, de modo que ni siquiera esta noche podré hartarme de dormir… —Dejó de pasear y le entregó la linterna a Shirl; la luz casi se apagó, pero volvió a brillar con toda su intensidad cuando Shirl empezó a apretar la palanca—. Yo estoy haciendo todo el ruido… pero tú eres realmente la única que debería quejarse, Shirl. Vivías mucho mejor antes de conocerme.

—Este otoño es malo para todo el mundo, nunca había visto nada igual. Primero el agua, ahora la escasez de combustible, no lo entiendo…

—No me refería a eso, Shirl… ¿Quieres iluminar este cajón? —Andy sacó una lata de aceite y su estuche de limpieza, esparciendo el contenido sobre un trapo en el suelo junto a la cama—. Es acerca de ti y de mí personalmente. Aquí no puedes disfrutar de las comodidades a las que estabas acostumbrada.