Se hizo un silencio absoluto.
—De acuerdo. El problema se ha estado cociendo desde hace días, pero no podíamos actuar hasta que supiéramos el terreno que pisábamos. Ahora lo sabemos. La ciudad ha permanecido tranquila, recibiendo raciones completas de alimentos, pero ahora los almacenes están casi vacíos. Vamos a cerrarlos, estableceremos un balance de existencias y volveremos a abrirlos dentro de tres días. Con una ración más pequeña… y esto es materia reservada y no deben repetirlo a nadie. Las raciones seguirán siendo pequeñas durante el resto del invierno, no olviden eso, oigan lo que oigan en sentido contrario. La causa inmediata de la escasez en este momento es aquel accidente en la línea principal al norte de Albany, pero eso sólo es parte del problema. El grano empezará a llegar de nuevo… pero no será suficiente Tuvimos un profesor de Columbia en Centre Street para explicarnos la situación a fin de que pudiéramos decidir las medidas a adoptar, pero ahora no disponemos de tiempo para hablar de tecnicismos. Me limitaré a un breve resumen.
«La pasada primavera hubo una escasez de abonos, lo cual significa que la cosecha no fue tan buena como se esperaba. Se produjeron tormentas e inundaciones. La Zona de Sequía sigue creciendo. Y las plantaciones de soja se vieron dañadas por un insecticida. Todos ustedes lo saben igual que yo, puesto que se informó al público a través de la televisión. Es decir, se han acumulado un montón de pequeños factores hasta crear un gran problema. Se han producido también algunos errores por parte de la Junta de Planeamiento de Alimentación que asesora al Presidente, y verán ustedes algunas caras nuevas allí. De modo que todo el mundo va a tener que apretarse un poco el cinturón. Habrá lo suficiente para todos mientras logremos mantener la ley y el orden. No necesito decirles lo que ocurriría si tuviéramos verdaderos motines, incendios, algaradas realmente graves. No podemos contar con ninguna ayuda exterior, porque el Ejército tiene otras muchas cosas que reclaman su atención. La tarea correrá a cargo de ustedes, a pie, ya que no queda un solo helicóptero en condiciones de funcionar: todos están averiados y no hay piezas de recambio. De manera que treinta y cinco millones de personas dependen de nosotros. Si no quieren que se mueran de hambre… cumplan con su obligación. Ahora… ¿alguna pregunta?»
La atestada sala se llenó de susurros. Luego, un patrullero levantó la mano con gesto vacilante y Dwyer asintió con la cabeza, autorizándole a hablar.
—¿Qué hay respecto al agua, señor?
—Ese problema no tardará en quedar resuelto. Las reparaciones en el acueducto están casi terminadas, y el agua volverá a circular por él dentro de una semana. Pero seguirá habiendo racionamiento debido a la pérdida de agua subterránea de la Isla y al bajo nivel de los depósitos. Y eso me recuerda otra cosa. Lo hemos anunciado en la televisión y hemos situado todos los agentes que nos ha sido posible a lo largo de la orilla, pero la gente sigue bebiendo agua del río. No sé cómo pueden hacerlo: el maldito río es una cloaca abierta cuando llega aquí, y por si fuera poco penetra en él agua salada, del mar, pero la gente la bebe. Y ni siquiera la hierve, lo cual equivale a tomar veneno. Los hospitales se están llenando con casos de disentería, tifus y Dios sabe qué otras enfermedades, y eso va a empeorar antes de que termine el invierno. Hay listas de síntomas en los tableros de avisos de las comisarías, y quiero que se las aprendan de memoria y que mantengan los ojos bien abiertos, informando al Departamento de Sanidad de cualquier cosa que vean y actuando por su propia iniciativa cuando crean que la intervención del Departamento podría resultar tardía. Procuren mantener al día sus tarjetas de inmunización y no se preocupen, disponemos de todas las vacunas que puedan necesitar.
Ladeó la cabeza, tendiendo el oído hacia las filas más próximas, y frunció el ceño.
—Me ha parecido oír que alguien decía comisario político», pero es posible que me haya equivocado. Vamos a suponer que he oído mal, pero no es la primera vez que lo oigo, y también ustedes pueden volver a oírlo. De manera que vamos a aclarar una cosa. Ese nombre lo inventaron los comunistas, y tal como ellos lo utilizan significa un individuo que no vacila en engañar a la tropa para que actúe de acuerdo con la línea marcada por el Partido. Pero en este país no obramos así. Tal vez soy una especie de comisario político, pero hablo con ustedes de igual a igual, y les digo toda la verdad, de modo que puedan realizar su tarea sabiendo exactamente lo que hay que hacer. ¿Alguna pregunta más?
Su enorme cabeza giró de un lado a otro de la sala, y el silencio se prolongó; nadie iba a formular la pregunta, de manera que Andy levantó su mano de mala gana.
—¿Sí? —inquirió Dwyer.
—¿Qué hay respecto a los mercados, señor? —dijo Andy, y los rostros más próximos se volvieron hacia él—. Hay el zoco de la Plaza Madison, donde venden comida, y el mercado del Parque Gramercy.
—Esa es una buena pregunta, porque esos serán hoy los puntos más conflictivos. Muchos de ustedes estarán de servicio en esos mercados o cerca de ellos. Tendremos problemas en los almacenes cuando no abran, y habrá problemas en la Plaza de la Unión con los Ancianos… los cuales son siempre un problema. —Estas últimas palabras fueron acogidas con aduladoras risas de aprobación—. Las tiendas atrancarán sus puertas, ya nos hemos ocupado de eso, pero no podemos controlar los mercados del mismo modo. Los únicos alimentos en venta en esta ciudad estarán allí, y la gente no tardará en darse cuenta. Mantengan los ojos bien abiertos, y a la menor señal de disturbios intervengan con energía antes de que puedan extenderse. Disponen ustedes de porras y de bombas de gas: utilícenlas cuando tengan que hacerlo. Disponen también de revólveres, y será mejor que los conserven en sus fundas. El tirar a matar indiscriminadamente no haría más que empeorar las cosas.
No hubo más preguntas. El Detective Dwyer se marchó antes de que les asignaran sus puestos de servicio, y no volvieron a verle. La lluvia casi había cesado cuando salieron, pero había sido reemplazada por una espesa y fría neblina procedente de la bahía. Había dos camiones con cubiertas de lona esperando junto a la acera, y un viejo autobús de la ciudad que había sido pintado de color verde oscuro. La mitad de sus ventanillas estaban tapadas con tablas de madera.
—Depositen el importe del billete en el cajetín —dijo Steve mientras seguía a Andy dentro del autobús—. Me pregunto de dónde habrán sacado esta antigualla.
—Del Museo de la Ciudad —dijo Andy—. Del mismo lugar del que han sacado esas bombas antidisturbios. ¿Las has mirado?
—Las he contado, si te refieres a eso —dijo Steve, dejándose caer pesadamente sobre uno de los agrietados asientos de plástico al lado de Andy. Ambos tenían sus saquitos de bombas sobre sus regazos, de modo que hubiera espacio para sentarse. Andy abrió el suyo y sacó uno de los botes verdes.
—Lee eso —dijo—, si es que sabes leer.
—He estado en Delehanty's —gruñó Steve—. Sé leer irlandés tan bien como americano. Granada a presión… gas antidisturbios… MOA-397…
—La letra pequeña, debajo.
—«…precintada en el arsenal de St. Louis, abril de 1974». ¿Y qué? Este mejunje nunca envejece.
—Espero que no. Por lo que ha dicho nuestro comisario político, parece que hoy vamos a necesitarlas.
—No pasará nada. Hay demasiada humedad para que se produzcan jaleos.
El autobús se detuvo con una brusca sacudida en la esquina donde Broadway cruza la Plaza Worth, y el teniente Grassioli apuntó a Andy con el dedo pulgar y luego lo disparó hacia la puerta.
—Usted que está interesado en los mercados, Rusch, patrullará desde aquí hasta la Veintitrés. Y usted también, Kulozik.
Detrás de ellos, la puerta se cerró quejumbrosamente y el autobús prosiguió su lenta marcha a través de la multitud. Una multitud de ciudadanos que tropezaban y se empujaban unos a otros sin tener consciencia de ello, un mar de gente cambiando continuamente pero siempre idéntico. Alrededor de los dos detectives se formó naturalmente un remanso, dejando una pequeña zona de pavimento húmedo en medio de la muchedumbre. La policía nunca era popular, y unos policías con casco y provistos de porras antidisturbios de un metro de longitud rellenas de plomo eran evitados todavía más. El espacio vacío avanzó con ellos mientras cruzaban la Quinta Avenida hasta la Luz Eterna, ahora apagada debido a la escasez de combustible.