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—¿Por qué tendría que haber deseado visitarle?

—¿Y tú me lo preguntas? Os peleasteis, ¿no? Tal vez se ha marchado una temporada para que la cosa se enfríe.

—Nos peleamos… si —Andy volvió a dejarse caer sobre la silla, apretándose la frente entre las palmas de sus manos. ¿Había sido anoche? No, anteanoche. Parecía que habían transcurrido cien años desde que sostuvieron aquella absurda discusión. Levantó la mirada con repentino temor—. ¿Se llevó sus cosas? —preguntó.

—Sólo un pequeño bolso —dijo Sol, y colocó una cacerola humeante sobre la mesa, frente a Andy—. Vamos a comer —dijo y luego—: Ella volverá.

Andy estaba casi demasiado cansado para discutir… ¿y qué podía decir? Empezó a comer la sopa maquinalmente, y de pronto se dio cuenta de que tenía mucha hambre. Comió con su codo sobre la mesa y apoyando la cabeza en su mano libre.

—Tendrías que haber oído los discursos en el Senado, ayer —dijo Sol—. El espectáculo más divertido del mundo. Están tratando de sacar adelante el Proyecto de Ley de Emergencia, una emergencia que se remonta a cien años, y tendrías que haberles oído hablar como cotorras de sus aspectos más nimios sin mencionar los importantes. —Su voz se hizo cómica al imitar el acento sureño—: «Enfrentados a unas terribles perspectivas, proponemos una investigación acerca de las i-inmensas riquezas de la mayor cuenca flu-uvial, el delta del más caudaloso de los ríos, el Mississipi. Presas y avenamientos, seguro, ciencia, seguro, y tendréis las tierras de labor más feraces del Mundo Occidental.» —Sol sopló su sopa furiosamente—. «Presas», desde luego: eso es poner el dedo en la llaga. Lo han estado discutiendo ya un millar de veces. Pero, ¿mencionó alguien en voz alta el único y verdadero motivo para el Proyecto de Ley de Emergencia? No. Al cabo de tantos años nadie se atreve a hablar claramente y a decir la verdad, de modo que la mantienen oculta debajo de toda esa palabrería.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Andy, que apenas prestaba atención.

—Del control de la natalidad, eso es. Finalmente van a legalizar clínicas que estarán abiertas a cualquiera, casado o no, y a promulgar una ley por la que todas las madres deben recibir información acerca del control de la natalidad. ¡Muchacho, habrá que oír a los puritanos de Nueva Escocia cuando se enteren de eso!

—Ahora no, Sol, estoy cansado. ¿Dijo Shirl cuándo pensaba regresar?

—Sólo lo que te he dicho… —se interrumpió y tendió el oído hacia un sonido de pasos en el rellano. Los pasos se detuvieron… y alguien llamó a la puerta.

Andy se precipitó hacia ella, haciendo girar nerviosamente el pomo, abriendo la puerta de par en par.

—¡Shirl! —exclamó—. ¿Estás bien?

—Sí, desde luego; estoy perfectamente.

Andy la estrechó contra su pecho, fuertemente, casi dejándola sin respiración.

—Con esas algaradas… no sabía qué pensar —dijo—. Yo he llegado hace muy poco. ¿Dónde has estado? ¿Qué ha ocurrido?

—Sólo quería salir un rato, eso es todo —Shirl frunció la nariz—. ¿Qué es lo que huele tan mal?

Andy se apartó de ella, notando que la rabia se imponía a la fatiga.

—Me ha alcanzado un poco de mi propio gas y he vomitado. El mal olor se pega como una lapa. ¿Qué significa eso de que querías salir un rato?

—Deja que me quite el abrigo.

Andy la siguió al otro cuarto y cerró la puerta tras ellos. Shirl sacó un par de zapatos de tacón alto del bolso que llevaba y los dejó en el armario.

—¿Y bien? —inquirió Andy.

—Sencillamente eso, no es tan complicado. Me sentía atrapada aquí, con la escasez y el frío y todo lo demás, sin verte apenas, y estaba dolida porque nos habíamos peleado. Todo parecía marchar mal. De modo que pensé que si me vestía y me iba a uno de los restaurante a los que solía acudir, sólo para tomar una taza de café o algún refresco, podría sentirme mejor. Me elevaría la moral, ya sabes —Shirl alzó la mirada hacia el frío rostro de Andy, y la apartó rápidamente.

—¿Y qué ocurrió después? —preguntó Andy.

—No estoy en el estrado de los testigos, Andy. ¿A qué viene ese tono acusador?

Andy se volvió de espaldas y miró a través de la ventana.

—No te estoy acusando de nada, pero… has pasado fuera toda la noche. ¿Cómo esperas que me sienta?

—Bueno, ya sabes lo malo que fue el día de ayer; tuve miedo de regresar. Estuve en Curley's…

—¿El restaurante de lujo?

—Si, pero si no comes nada no es caro. Lo que se paga es la comida. Encontré a algunas personas conocidas, iban a celebrar una fiesta, me invitaron, y acepté la invitación. Estuvimos viendo la información de la televisión sobre los disturbios y nadie quiso marcharse, de modo que la fiesta se prolongó. Muchos pasaron allí toda la noche, y yo también.

Se quitó el vestido y lo colgó en el armario, y luego se puso unos pantalones y un grueso jersey de lana.

—¿Fue todo lo que hiciste, pasar allí la noche?

—Andy, estás cansado. ¿Por qué no duermes un poco? Podemos hablar de esto en otro momento.

—Quiero hablar de ello ahora.

—Por favor, no hay nada más que decir…

—Creo que sí. ¿De quién era el apartamento?

—De nadie que tú conozcas. No es un amigo de Mike, sino alguien a quien solía ver en algunas fiestas.

—¿Amigo? —El silencio se hizo más tenso, hasta que la pregunta de Andy lo taladró—: ¿Has pasado la noche con él?

—¿De veras quieres saberlo?

—Desde luego que quiero saberlo. ¿Por qué crees que te lo estoy preguntando? Te acostaste con él, ¿no es cierto?

—Sí.

El sosiego de la voz de Shirl, lo inmediato de su respuesta, sobresaltaron a Andy, como si hubiera formulado la pregunta esperando obtener otra contestación. Buscó palabras para expresar lo que sentía y, finalmente, lo único que pudo decir fue:

—¿Por qué?

—¿Por qué? —los dos monosílabos abrieron los labios de Shirl y derramaron la fría rabia al exterior—. ¿Por qué? ¿Acaso tenía otra elección? Me dieron de cenar y de beber, y tenía que pagar por ello. ¿Con qué otra cosa podía pagar?

—Basta Shirl, estás siendo…

—¿Qué es lo que estoy siendo? ¿Sincera? ¿Permitirías tú que me quedara aquí si no me acostara contigo?

—¡Eso es diferente!

—¿Lo es? —Shirl empezó a temblar—. Andy, esperaba que lo fuera, debería serlo… pero ya no lo sé. Quiero que seamos felices, y no sé por qué discutimos. No es eso lo que deseo. Pero las cosas marchan de mal en peor. Si estuvieras aquí, si pudiera pasar más tiempo a tu lado.

—Ya hablamos de eso la otra noche. Tengo mi trabajo… ¿qué otra cosa puedo hacer?

—Nada, supongo; nada… —Shirl entrelazó sus dedos para que dejaran de temblar—. Acuéstate ahora, necesitas descansar.

Shirl se marchó al otro cuarto, y Andy no se movió hasta que la puerta se cerró con un chasquido. Fue a seguirla, pero cambió de idea y se sentó en el borde de la cama. ¿ Qué podía decirle? Lentamente, se quitó los zapatos y, completamente vestido, se tendió en la cama y se cubrió con la manta.

A pesar de lo agotado que estaba, tardó mucho rato en quedarse dormido.

IV

Dado que a la mayoría de la gente no le gusta levantarse cuando todavía es de noche, la cola matinal para la ración de agua era siempre la más corta del día. Sin embargo, había ya bastantes personas circulando cuando Shirl se apresuraba a ocupar un puesto en la cola, a fin de que nadie la molestara. Cuando llegaba su turno el sol empezaba a calentar y las calles eran mucho más seguras. Aparte eso, la señora Miles y ella habían adquirido la costumbre de encontrarse todos los días, la que llegaba primero guardaba un puesto en la cola, y regresaban juntas. La señora Miles llevaba siempre con ella al chiquillo, que seguía estando enfermo de kwash. Al parecer, su marido necesitaba más que el niño la manteca de cacao rica en proteínas. La ración de agua había sido aumentada. Esto fue tan bien acogido que Shirl procuraba olvidar que resultaba mucho más difícil de transportar, y que le dolía la espalda cuando subía la escalera. Había incluso agua suficiente para lavarse. Se suponía que los puntos de agua volverían a abrirse a mediados de noviembre lo más tarde, y la fecha no estaba ya muy lejana. Esta mañana, como la mayoría de las otras mañanas, Shirl regresó antes de las ocho y al llegar al apartamento vio que Andy estaba vestido y a punto de marcharse.