—Tal como usted lo explica, la cosa parece clara. Pero, si es tan clara y tan sencilla, ¿cómo es posible que no se haya hecho nada hasta ahora?
Sol suspiró profundamente, fue en busca de la bota que había tirado y, con aire lúgubre, continuó lustrándola.
—Shirl —dijo—, si pudiera contestar a esa pregunta probablemente mañana mismo me nombrarían Presidente. Nada es tan claro y tan sencillo cuando se trata de encontrar una respuesta. Todo el mundo tiene sus propias ideas, y se aferra obstinadamente a ellas, y a los demás que los parta un rayo. Esa es la historia de la raza humana. Nos ha llevado a la cumbre, pero ahora nos conduce al desastre. Lo malo es que la gente aceptará cualquier tipo de molestias, y que los niños mueran, y que los adultos se hagan viejos a los treinta años, basándose en que las cosas siempre fueron así. Trata de convencerles de lo contrario y lucharán contigo, aunque se estén muriendo, diciendo que lo que fue bastante bueno para sus abuelos es bastante bueno para ellos. Bang, o muerte. Cuando las Naciones Unidas rociaron las casas con DDT en Méjico para eliminar a los mosquitos portadores de la malaria que mataba a la gente tuvieron que intervenir los soldados para contener a la gente dispuesta a impedir aquella operación. A los mejicanos no les gustaba aquel polvillo blanco sobre los muebles, los afeaban. Lo vi con mis propios ojos. Pero aquello fue la excepción. El control de la muerte se deslizó en el mundo prácticamente sin que la gente se diera cuenta. Los médicos utilizaron drogas cada vez más eficaces, se mejoraron los abastecimientos de agua, se combatieron con éxito las enfermedades epidémicas… Todo ello se produjo de un modo paulatino que apenas llamó la atención, y ahora nos encontramos con que en el mundo hay demasiada gente. Y hay que hacer algo para resolver el problema. Pero hacer algo significa que la gente debe cambiar, realizar un esfuerzo, utilizar sus cerebros, lo cual es lo que a la mayoría de la gente no le gusta hacer.
—¿No parece una intrusión en la intimidad, Sol, decirle a la gente que no puede tener hijos?
—¡Alto ahí! ¡Casi volvemos a lo de los niños muertos! El control de la natalidad no significa no tener hijos. Sólo significa que la gente puede elegir cómo desea vivir: como animales que tienen un solo y ciego objetivo, la procreación… o como seres racionales. ¿Tendrá un matrimonio uno, dos o tres hijos, es decir, un número de hijos que mantenga estable la población mundial y proporcione una vida llena de oportunidades para todos? ¿O tendrá cuatro, cinco o seis hijos, engendrados con absoluta inconsciencia y que habrán de crecer en medio del hambre, del frío y de la miseria? Como ese mundo, ahí —añadió Sol, señalando hacia más allá de la ventana.
—Si el mundo es así… tiene usted razón al hablar de animalidad y de egoísmo.
—No… tengo una mejor opinión de la raza humana. Lo que ocurre es que nadie se lo ha hecho comprender, han habido demasiadas personas que han nacido animales y han muerto animales. La culpa, a mi entender, es de los corrompidos políticos y de los llamados conductores de masas que han eludido el problema porque era muy conflictivo, y porque no querían complicarse la existencia con algo cuyos efectos, si se producían, tardarían años en dejarse sentir. De modo que el género humano devoró en un siglo todos los recursos que la Tierra había tardado millones de años en almacenar, sin que nadie en las altas esferas moviera una ceja ni prestara oído a las voces angustiadas que clamaban en el desierto. Permitieron que nos entregásemos a la superproducción y el superconsumo, y ahora el petróleo se ha agotado, el suelo se ha hecho improductivo, los árboles han sido talados, los animales se han extinguido, y siete mil millones de personas luchan por las migajas que quedan, viviendo una existencia miserable… — pero procreando todavía sin control. De modo que creo que ha llegado el momento de ponerse de pie y ser contado.
Sol introdujo sus pies en las botas y ató los cordones. Se puso un grueso jersey y luego sacó del armario una vieja y apolillada guerrera. Una hilera de cintas trazaba una línea de color a través del verde oscuro de la tela, y debajo de ellas colgaban una medalla de tirador de primera y un emblema de la Escuela Técnica.
—Debe de haberse encogido —gruñó Sol, mientras luchaba por abotonar la guerrera sobre su estómago. Finalmente, anudó un pañuelo alrededor de su cuello y completó su atavío con un abrigo que era casi tan viejo como él.
—¿Adónde va usted? —preguntó Shirl, asombrada.
—A hacer una declaración. A buscarme un disgusto, como ha dicho nuestro amigo Andy. Tengo sesenta y cinco años, y he alcanzado esta edad venerable permaneciendo al margen de todo conflicto, manteniendo la boca cerrada y no ofreciéndome voluntario para nada, como me enseñaron en el Ejército. Tal vez han habido demasiados tipos como yo en el mundo, no lo sé. Tal vez tenía que haber protestado mucho antes, pero nunca vi nada que me hiciera pensar que debía protestar. Ahora, las cosas han cambiado: hoy van a enfrentarse las fuerzas de la oscuridad y las fuerzas de la luz. Y yo voy a unirme a las fuerzas de la luz.
Se encasquetó un gorro de lana hasta las orejas y echó a andar hacia la puerta.
—Sol, ¿de qué diablos está usted hablando? Dígamelo, por favor —suplicó Shirl, no sabiendo si reír o llorar.
—Hay una manifestación. Los retrasados mentales de Salvemos a Nuestros Niños se concentrarán delante del Ayuntamiento para protestar contra el Proyecto de Ley de Emergencia. Pero habrá otra concentración de partidarios del proyecto de ley, y cuando más numerosos sean, más posibilidades tendrán de que sus gritos sean oídos y de que esta vez el Congreso se decida a aprobar el proyecto de ley. Es posible.
—¡Sol…! —llamó Shirl, pero la puerta ya estaba cerrada.
Andy le trajo a casa, a última hora de la noche, ayudando a los dos enfermeros de la ambulancia a subir la camilla escaleras arriba. Sol estaba atado a la camilla, con el rostro muy pálido, inconsciente y respirando fatigosamente.
—Se produjo un enfrentamiento en la calle entre miembros de dos manifestaciones. Sol figuraba en una de ellas. Le golpearon, y tiene la cadera fracturada. —Miró a Sol, serio y cansado, mientras los enfermeros entraban la camilla en el cuarto—. Es una persona anciana, eso puede ser muy grave —añadió.
V
Había una delgada costra de hielo sobre el agua, y crujió y se rompió cuando Billy empujó la lata a través de ella. Mientras trepaba por la escalerilla vio que otro oxidado peldaño de metal había quedado al descubierto. Habían sacado mucha agua del compartimiento, pero aún parecía estar lleno hasta la mitad.
—Hay un poco de hielo en la parte superior, pero no creo que pueda congelarse toda —le dijo a Peter mientras cerraba y atrancaba la puerta—. Todavía queda mucha agua ahí, mucha.
Media cuidadosamente el agua todos los días, y cerraba y atrancaba la puerta como si fuera la bóveda de un banco llena de dinero. ¿Por qué no? El agua valía tanto como el dinero. Mientras continuara escaseando, podían obtener buenos dólares por ella, todos los dólares que necesitaban para mantenerse calientes y comer bien.
—¿Qué opina de eso, Peter? —dijo, colgando la lata del garfio sobre la fogata de carbón marino—. ¿Se ha parado nunca a pensar que podemos comernos esta agua? ¿Sabe por qué? Porque podemos venderla y comprar comida con el dinero que nos den por ella, por eso.
Peter estaba sentado sobre sus talones, mirando fijamente más allá de la puerta, y no prestó ninguna atención hasta que Billy le llamó a gritos y repitió lo que había dicho. Peter sacudió tristemente la cabeza.