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—«Cuyo Dios es su estómago, y cuya gloria está en su oprobio» —recitó—. Ya te he explicado, Billy, que estamos acercándonos al fin de todas las cosas materiales. Si las codicias, estás perdido…

—¿Acaso está perdido usted? Lleva unas topas compradas con ese agua y está comiendo con lo que nos dan por ella… ¿Qué tiene que decir a eso?

—Como simplemente para existir hasta el Día —respondió Peter solemnemente, mirando de soslayo a través de la puerta abierta al pálido sol de noviembre—. Nos estamos acercando, faltan sólo unas semanas, resulta difícil de creer. Pronto faltarán días. Es una bendición que llegue durante nuestras vidas.

Se puso en pie y salió de la camareta; Billy pudo oírle descendiendo hacia el suelo.

—El fin del mundo —murmuró Billy para sí mismo mientras removía gránulos de ener-G en el agua—. ¡Bah! Tonterías…

No era la primera vez que había pensado eso, pero solo para si mismo, nunca en voz alta al alcance del oído de Peter, Todo lo que el hombre decía sonaba a chifladura, pero podía ser cierto también. Peter podía demostrarlo con la Biblia y otros libros, ahora no tenía los libros, pero los había leído tantas veces que podía recitar largos párrafos de memoria. ¿Por qué no podía ser cierto? ¿Qué otro motivo podía existir para que el mundo fuera así? No siempre había sido así, las antiguas películas de la televisión lo demostraban, pero había cambiado mucho y con mucha rapidez. Tenía que existir un motivo, de modo que tal vez Peter estaba en lo cierto y el Día de Año Nuevo seria el Día del Juicio Final…

—Es una idea absurda —dijo en voz alta, pero al mismo tiempo se estremeció y acercó sus manos a la humeante fogata.

Las cosas no marchaban tan mal. El llevaba dos jerseys, una vieja americana con parches de cámara de automóvil en los codos, más caliente que todas las prendas que había llevado antes. Y comían bien; sorbió ruidosamente el caldo de ener-G de la cuchara. Comprar las cartillas de la Beneficencia había costado un montón de dólares, pero valía la pena, sí, valía la pena. Ahora tenían raciones de comida de la Beneficencia, e incluso raciones de agua, de modo que podían ahorrar su propia agua para tenderla. Y él había estado aspirando polvo de LSD al cienos una vez a la semana. El mundo tardaría mucho tiempo aún en llegar a su final. Al diablo con eso, el mundo era perfecto mientras uno mantuviera los ojos abiertos y supiera cuidar de sí mismo.

En el exterior se produjo un sonido tintineante, procedente de uno de los trozos de metal oxidado que colgaban de las desnudas costillas el barco. Cualquiera que intentara trepar hasta la camareta tenía que tropezar forzosamente con aquellos obstáculos, advirtiendo a los de arriba de su llegada. Desde el descubrimiento del agua, Peter y Billy sabían que su vivienda podía ser codiciada por otros. Billy cogió la palanca de acero y se acercó a la puerta.

—He preparado algo de comer, Peter —dijo, inclinándose sobre el borde.

Una cara barbuda y desconocida le miró desde abajo.

—¡Fuera de ahí! —gritó Billy. El hombre murmuró algo alrededor del afilado trozo de chapa de automóvil que sujetaba entre sus dientes, y luego se colgó de una mano y empuñó el arma con su mano libre.

—¡Bettyjo! —gritó con voz ronca, y Billy se ladeó mientras algo zumbaba junto a su oreja y se estrellaba en el mamparo metálico detrás de él.

Una mujer rechoncha con una inmensa maraña de cabellos rubios se encontraba entre las costillas del barco, debajo, y Billy esquivó el trozo de hormigón que la desconocida lanzó contra él.

—¡Vamos, Donald! —chilló la mujer—. ¡Sube por allí!

Un segundo, lo bastante sucio y peludo como para ser gemelo del primero, gateó sobre el oxidado metal y empezó a trepar por el otro lado del barco. Billy vio la trampa inmediatamente. Podía mantener a raya a cualquiera que intentara llegar hasta la faja de cubierta que había delante de la puerta… suponiendo que llegara solo. Pero no podía defender dos frentes al mismo tiempo. Mientras rechazaba a un asaltante, el otro treparía detrás de él.

—¡Peter! —gritó con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Peter!

Otro trozo de hormigón se hizo polvo detrás de él. Corrió hacia el borde y balanceó su palanca hacia el primer hombre, el cual se inclinó hacia abajo y dejó que la barra golpeara la viga encima de su cabeza. El ruido dio una idea a Billy, que saltó hacia atrás y aporreó con su palanca la pared metálica de la camareta hasta que el retumbante martilleo rodó a través del arsenal.

—¡Peter! —gritó una vez más, desesperadamente, y luego saltó hacia el otro extremo, donde el segundo hombre había apoyado un brazo encima del borde. El hombre lo apartó apresuradamente y se situó fuera del alcance del arma de Billy, mofándose de él desde abajo.

Cuando Billy se volvió de espaldas vio que el primer hombre tenía los dos brazos sobre el borde y se estaba izando a sí mismo. Gritando, más asustado que furioso, Billy corrió hacia él balanceando su palanca; rozó la cabeza del hombre y le golpeó en el hombro, arrancando la chapa de automóvil de su boca al mismo tiempo. El hombre lanzó un rugido de rabia, pero no cayó. Billy balanceó su arma para descargar otro golpe, pero se encontró cogido fuertemente desde atrás por el segundo hombre. No podía moverse —apenas respirar—, mientras el hombre situado ante él escupía trozos de dientes. La sangre se deslizó por su barba mientras completaba su ascensión y empezaba a golpear a Billy con puños de granito. Billy aulló de dolor, se retorció y pataleó, tratando de liberarse, pero no había manera de escapar. Los dos hombres, riendo ahora, le empujaron por encima del borde de la cubierta, dispuestos a enviarle hacia la destrucción sobre el dentado metal seis metros más abajo. Estaba colgado de sus manos mientras pisoteaban sus dedos, cuando los dos hombres saltaron súbitamente hacia atrás. Billy se dio cuenta entonces de que Peter había regresado y trepaba detrás de él, amenazando con su trozo de tubería a los dos barbudos. Aprovechando el momentáneo respiro, Billy se soltó del borde de la cubierta para agarrarse al esquelético costado del barco y propulsar su dolorido cuerpo hacia el suelo que aparecía imposiblemente lejos debajo de él. Los invasores habían ocupado el barco y tenían ahora todas las ventajas. Peter esquivó un golpe de la chapa de automóvil y se unió Billy en su retirada. Restallaron unos gritos, y Billy se dio cuenta de que la mujer estaba profiriendo maldiciones, y que lo había estado haciendo durante algún tiempo.

—¡Matadles a los dos! —gritó—. ¡Me ha golpeado y me ha derribado! ¡Matadles!

Estaba lanzando de nuevo trozos de hormigón, pero ha rabia la cegaba hasta el punto de que ninguno de los irnprovisados proyectiles se acercaba siquiera a su objetivo. Cuando Peter y Billy llegaron al suelo la mujer huyó rápidamente, profiriendo maldiciones por encima de su hombro, con su masa de cabellos amarillos ondeando alrededor de su cabeza. Los dos hombres miraron hacia abajo, pero no dijeron nada. Habían realizado su tarea. Estaban en posesión del barco.

—Tenemos que marcharnos —dijo Peter, rodeando el cuerpo de Billy con un brazo para ayudarle a andar y utilizando su trozo de tubería como bastón en el cual apoyarse—. Son fuertes y ahora poseen el barco… y el agua. Y son lo bastante listos como para defenderlo bien, al menos la ramera Bettyjo lo es. La conozco, es una mujer malvada que entrega su cuerpo a esos dos, de modo que ellos harán lo que les ordene. Sí, es una señal. Ella es una ramera de Babilonia, expulsándonos…

—Tenemos que regresar —balbuceó Billy.

—…mostrándonos que debemos ir a la mayor ramera de Babilonia, al otro lado del río. La suerte está echada.