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—No importa lo que le dije —le interrumpió Grassioli bruscamente—. No se puede hablar con el jefe superior por teléfono, al menos yo no puedo hacerlo. Le tiene sin cuidado el asesino de O'Brien, y nadie se ha interesado por los datos que obtuve acerca de aquel hampón de Jersey, Cuore. Y, lo que es más, el jefe superior adjunto se está metiendo conmigo por la muerte de Billy Chung. Quieren cargarme el mochuelo.

—Eso suena como si el que tuviera que cargar con el mochuelo fuera yo.

—Déjese de sarcasmos, Rusch —el teniente se puso en pie, apartó bruscamente su sillón y se volvió de espaldas a Andy, mirando a través de la ventana y repiqueteando con sus dedos en el marco—. El jefe superior adjunto es George Chu, y cree que usted se tomó una venganza personal contra los chinos o algo por el estilo persiguiendo al muchacho durante tanto tiempo y luego matándole en vez de limitarse a detenerle.

—Usted le dijo que yo actuaba cumpliendo órdenes, ¿no es cierto, teniente? —preguntó Andy lentamente—. Le dijo que la muerte fue accidental, todo está en mi informe.

—No le he dicho nada —Grassioli se volvió para encararse con Andy—. La gente que me empujó a este caso no está hablando. No hay nada que pueda decirle a Chu. Y él está obsesionado en que se trata de algo de tipo racial, mejor sería decir racista. Si intento decirle lo que realmente ocurrió, lo único que conseguiré será crear problemas para mí mismo, para la comisaría… para todo el mundo. —Se dejó caer de nuevo en su sillón y se frotó la comisura del ojo, afectada por las habituales contracciones—. Le hablaré sin rodeos, Andy. Voy a cargarle el muerto a usted, a echarle a usted la culpa. Voy a ponerle a patrullar por las calles, de uniforme, durante seis meses, hasta que la cosa se enfríe. No perderá usted la categoría, y cobrará la misma paga.

—No esperaba ninguna recompensa por haber resuelto este caso —dijo Andy furiosamente—, pero tampoco esperaba esto. Puedo solicitar ser juzgado por un tribunal del Departamento.

—Puede, puede hacerlo. —El teniente vaciló largo rato, visiblemente incómodo—. Pero yo le pido que no lo haga. No por mí, sino en beneficio de todos sus compañeros y del propio Departamento. Sé que no es justo cargarle con esta responsabilidad, pero usted saldrá bien del trance. Le haré reingresar en la brigada tan pronto como me sea posible. Y, a fin de cuentas, su trabajo no va a ser muy distinto. Para el escaso trabajo de detectives que estamos haciendo, todos podríamos dedicarnos a patrullar por las calles. —Golpeó el escritorio con el pie—. ¿Qué dice usted?

—Todo este asunto huele mal.

—¡Sé que huele mal! —exclamó el teniente—. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿Cree que olería mejor si se somete a juicio? No tendría ninguna posibilidad de salir bien librado. Le expulsarían del Cuerpo, perdería su empleo, y probablemente le acompañaría yo. Es usted un buen policía, Andy, y ya no quedan muchos. El Departamento le necesita a usted más de lo que usted les necesita a ellos. Decídase. ¿Qué dice usted?

Se produjo un largo silencio, y el teniente se volvió a mirar por la ventana.

—De acuerdo —dijo finalmente Andy—. Haré lo que usted quiere que haga, teniente.

Salió de la oficina sin ser despedido; no quería que el teniente le diera las gracias por esto.

XIII

—Media hora más y estaremos en un nuevo siglo —dijo Steve Kulozik, pateando el helado pavimento—. Ayer escuché a un bromista en la televisión que trataba de explicar por qué el nuevo siglo no empezaría hasta el año próximo, pero debe de estar chiflado. Medianoche, año dos mil, siglo nuevo. Esto tiene sentido. Mira eso…

Señaló la gran pantalla de televisión instalada en lo alto del antiguo Edificio Times. Los titulares, en letras de tres metros de altura, se perseguían el uno al otro a través de la pantalla.

OLA DE FRIO EN EL MIDWEST. SE LLEVAN REGISTRADAS NUMEROSAS VICTIMAS

—Registradas… —gruñó Steve—. Apuesto a que no llevan ningún registro para no enterarse de cuántos son los muertos.

LAS INFORMACIONES SOBRE EL HAMBRE EN RUSIA

NO SON CIERTAS, DICE GALYGIN

MENSAJE PRESIDENCIAL EN LOS UMBRALES DELNUEVO SIGLO

AVION SUPERSONICO DE LA MARINA SE ESTRELLA EN LA BAHIA DE SAN FRANCISCO

Andy dirigió una fugaz mirada a la pantalla y luego volvió a dedicar su atención a la muchedumbre reunida en la Plaza Times. Estaba acostumbrándose a llevar de nuevo el uniforme azul, aunque todavía se sentía incómodo cuando se encontraba con alguno de los detectives de la brigada.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó a Steve.

—Lo mismo que tú, destinado provisionalmente a este distrito. Se desgañitan pidiendo reservas, siguen creyendo que va a producirse un motín.

—Están equivocados, hace demasiado frío, y no hay suficientes personas reunidas aquí para eso.

—Los tiros no van por ahí; lo que les preocupa son los chiflados religiosos, los que dicen que ha llegado el milenio, o el Día del Juicio Final, o como diablos lo llamen. Hay grupos de ellos en toda la ciudad. Se sentirán muy desgraciados si el mundo no termina a medianoche, como ellos creen.

—Nosotros nos sentiremos mucho más desgraciados si termina.

Las gigantescas y silenciosas palabras corrían por encima de sus cabezas.

COLIN PROMETE UN RAPIDO FINAL DEL TORPEDEAMIENTO DEL PROYECTO DE LEY DE EMERGENCIA

La multitud se movía lentamente hacia adelante y hacia atrás, irguiendo sus cuellos para contemplar la pantalla. Resonaban algunas trompetas, y el rugido de voces era taladrado por un cencerro tintineante y el ocasional chirrido de unas matracas. Estallaron gritos de júbilo cuando la hora apareció en la pantalla:

23:38 — 11:38 PM. FALTAN 22 MINUTOS PARA EL AÑO NUEVO

—Final de año, y final de mi servicio —dijo Steve.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Andy.

—Dejo el Cuerpo. Le prometí a Grassy quedarme hasta el 1 de enero y no hablar de ello hasta que llegara el momento de marcharme. Voy a ingresar en la policía montada del Estado. Haré de guardián en una de las granjas-prisión. Kulozik volverá a comer… la impaciencia me devora.

—Estás bromeando, Steve. Llevas doce años en el Cuerpo. Tienes la antigüedad, eres detective de segunda…

—¿Tengo aspecto de detective para ti? —Steve golpeó ligeramente con su porra antidisturbios el casco azul y blanco que llevaba—. No, amigo, esta ciudad no es para mí. Lo que aquí necesitan son domadores de fieras, no policías. Voy a tener un buen empleo, mi esposa y yo comeremos bien… y me alejaré de esta ciudad de una vez para siempre. Nací y me crié aquí, y quiero decirte algo: no voy a desaprovechar esta oportunidad. Allí necesitan policías con experiencia. Te aceptarían inmediatamente. ¿Por qué no te vienes conmigo?

—No —dijo Andy.

—¿Por qué contestas tan aprisa? Piénsalo. ¿Qué puede darte esta ciudad sino disgustos? Resuelves un caso difícil, capturas al asesino, y aquí está tu medalla: vuelta al uniforme azul y a patrullar por las calles.

—Cállate, Steve —dijo Andy, sin animosidad—. No estoy seguro de lo que me induce a quedarme… pero me quedo. No creo que en el lugar adonde vas aten los perros con longanizas. Ojalá me equivoque por tu bien, pero… mi trabajo está aquí. Lo elegí por mi propia voluntad, sabiendo lo que me esperaba. Y no estoy tan desesperado aún como para renunciar a él.

—Como quieras —Steve se encogió de hombros, y el gesto casi se perdió en las profundidades de su grueso abrigo y las numerosas prendas que llevaba debajo—. Te veré por ahí.