Ella se echó a reír por el desastre y levantó la mano para limpiarse la cara, pero él se la detuvo a mitad de camino y se inclinó hacia delante para besarla. Con la lengua le limpió la cerveza de la boca y alrededores, al tiempo que la excitaba.
Regan no podía recordar cuándo había sido la última vez que hiciera el tonto con un hombre de esa manera. Se sintió henchida de entusiasmo. Reptó hacia arriba y se colocó encima de él, cubriéndolo con su cuerpo en toda su longitud. El recuerdo de lo mucho que quería tener el control cruzó su mente, al tiempo que la fantasía del libro rojo la tentaba con provocativas posibilidades. Él entrelazó las manos en sus cabellos y un gruñido de placer retumbó en su pecho, reverberando a través de Regan y convirtiendo sus pezones en dos puntas dolorosamente endurecidas. Necesitaba tocarlo, sentir sus manos rodeándola y masajeándole los pechos. Nunca le había pedido a un hombre lo que quería. Nunca había tenido el valor de expresar con palabras su deseo. Tal vez ya fuese dora de hacerlo.
– Dámelo todo, cariño -una voz ronca y femenina articuló los pensamientos de Regan.
– ¿Quién ha dicho eso? -preguntó ella, levantando la cabeza.
– Parece que a Dagwood le gusta el porno – dijo él, señalando la televisión.
Regan se giró y vio a una pareja en un sofá. Las semejanzas con Sam y ella eran grandes, desde el pelo negro azabache del hombre hasta los mechones rubios de la mujer. Pero, a diferencia de Sam y Regan, la pareja estaba completamente desnuda, y, a diferencia de Regan, la mujer no estaba en absoluto acobardada por su propia sexualidad ni deseo. Como tampoco lo estaba el hombre.
– ¿Alguna vez has visto una de éstas? -le preguntó Sam, rodeándola con los brazos y extendiendo las manos bajo la blusa.
Ella negó con la cabeza. No sabía si se sentía más avergonzada, horrorizada… o secretamente intrigada.
– ¿Quieres que la apague? -le sugirió él, posiblemente en deferencia a la delicada sensibilidad de Regan.
– No -respondió ella suavemente. Porque empezaba a darse cuenta de que no era tan delicada como una vez había creído. Después de todo, había llevado a Sam a su apartamento y ahora estaba viendo cómo la mujer de la pantalla interpretaba sus fantasías. La mujer ejercía el control al orquestar los movimientos y posturas de ambos, con el claro objetivo de intensificar al máximo su propio placer. La sorpresa inicial al descubrir los gustos de su ex novio dio paso al asombro por comprobar que aquello la excitaba.
Capítulo 3
Su hermosa sureña estaba excitada. Ya lo estaba antes de la película, pero ahora… Ahora, tendida sobre él, veía cómo una pareja lo estaba haciendo en la televisión. Sam sonrió.
El jet lag se había esfumado, especialmente desde que ella cambiara de postura y se sentara con la pelvis firmemente encajada sobre su ingle. Tal vez no la conociera muy bien, pero sabía que aquella experiencia era nueva para ella. Iría despacio, tanto como ella necesitara, pero el instinto le decía que una vez que Regan se pusiera en marcha, ni ella ni la «sexcapada» podrían ir despacio.
Deslizó las manos en torno a su cintura, resbalando los dedos contra su piel suave. Pero ella no lo había mirado a los ojos desde que descubriera lo que salía en la pantalla.
– No hay nada malo en excitarse con una película.
– Nunca me ha parecido algo decente -dijo ella. De nuevo hablaba con un acento más marcado de lo normal, lo que delataba sus nervios. Sam se echó a reír.
– Tampoco lo es cazar a un hombre en una agencia de bodas, cariño, y aquí estamos. Deberíamos aprovecharnos, ¿no crees?
– Sí, lo creo -respondió ella. Lo miró a los ojos y sonrío, volviendo a ser la mujer que había llevado a Sam a casa.
– Entonces vamos a olvidarnos de la decencia -dijo él, y para enfatizarlo la agarró con fuerza y empujó la pelvis hacia arriba, intensificando el contacto y el placer del roce.
Tenía el cuerpo tensionado por la excitación, y los gemidos que salían del televisor sólo serían para inflamar su deseo. Y cuando Regan se unió al coro con un largo suspiro de deleite, Sam casi eyaculó en los vaqueros.
– Eso no ha sido nada decente, cariño -le dijo, imitando su acento al tiempo que le dedicaba un guiño malicioso.
Ella sacudió la cabeza, alborotando su rubia melena alrededor de su rostro acalorado.
– Creo que me gusta ser mala -murmuró. El deseo empañaba sus ojos. De repente, pillándolo por sorpresa, enganchó los dedos en el cinto de los vaqueros y apretó fuertemente los cuerpos.
Él no tuvo que tocarla para saber que si la penetraba la encontraría resbaladiza, húmeda y ardiente… sólo por él. Igual que él estaba duro como una piedra sólo por ella.
La fricción de los vaqueros contra su erección no alivió para nada su creciente necesidad. Sobre él, aquella sexy amazona lo montaba frenéticamente, capturando su pene entre los muslos y llevándolos a ambos a unas cotas de placer de auténtica locura.
Una ola tras otra de éxtasis azotaba su cuerpo sin descanso, entrecortándole la respiración y acercándolo más y más al límite. Estaba más allá de la lógica y la razón, pero apretó los dientes y consiguió reprimirse, dejando que ella alcanzara antes el orgasmo. Y cuando así fue, se obligó a abrir los ojos y vio cómo ella se deshacía en un arrebato de gloria pura. El cuerpo de Regan se estremeció, sus muslos se tensaron, sus caderas rotaron y su pelvis se presionó contra la erección de Sam, disfrutando de cada espasmo hasta que quedó saciada y se desplomó contra su pecho, flácida, exhausta y jadeante.
– Dios mío, Sam… ha sido increíble.
– ¿Algo que decir sobre tener el control?
– Oh, sí -respondió ella, calentándole el cuello con su aliento-. Y también sobre perderlo.
Él no podía estar más de acuerdo. Apretó la mandíbula por la presión de los vaqueros.
– ¿Crees que estás lista para más?
Ella levantó la mirada y sonrió.
– No veo por qué no -dijo, y se apartó rápidamente de él-. Enseguida vuelvo -desapareció en otra habitación y volvió a los pocos segundos con un envoltorio en la mano-. Darren siempre estaba preparado -explicó, arrojándole el preservativo sobre el pecho-. Nunca pensé que fueran a ser de utilidad después de que él se marchara, pero… -hizo un gesto de desagrado con los labios, pensativa.
– ¿Qué? -la animó él. Por un momento la curiosidad pudo con el deseo.
– Pero tampoco sirvieron de mucho cuando él vivía aquí. Siempre estaba cansado -frunció el ceño-. Supongo que eso es lo que ocurre cuando gastas todas tus energías con otra mujer -se colocó las manos en las caderas, lo que empujó hacia delante sus pechos e hizo que los pezones se le marcaran en la blusa de seda.
– Ven aquí -ordenó él, y ella saltó a su regazo y recuperó la postura original.
Sam había pensado en quitarse los pantalones e introducirse en ella para sofocar la necesidad que recorría sus venas. Pero ahora que la tenía sobre él, quería más.
Quería probarla, saborearla y devorarla. Se había recostado contra el brazo del sofá y ella estaba sentada a horcajadas sobre él. Aprovechándose, se aupó ligeramente y la agarró de la blusa para tirar de ella. Sin apartar la mirada de sus ojos, acercó los labios a uno de sus pechos. Ella tuvo tiempo de negarse, pero no lo hizo y él cerró la boca en torno al pezón hinchado, succionándolo a través de la seda.
Regan dejó escapar un jadeo.
– Me estás matando.
– Espero que no -murmuró él, y con un fuerte tirón le abrió la blusa, dejando a la vista sus pechos cubiertos por una fina capa de encaje.
Regan ahogó un gemido de asombro ante aquella muestra de dominación masculina. Por un lado estaba asustada, pero por otro estaba encantada por el giro que habían tomado los acontecimientos. Había deseado que un hombre se volviera loco de deseo por ella, y parecía que al fin lo había encontrado.