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– Me temo que no tenemos tiempo para parar.

– Gracie, cariño, vas a tener un ataque al corazón antes de cumplir los cuarenta si no te tomas la vida con más calma.

Ella se mordió con nerviosismo el labio inferior. Pero estaba acabando el sábado y aún les quedaban casi mil kilómetros de viaje por el rodeo que estaban dando. Se recordó que no tenían que estar en Telarosa hasta el lunes por la mañana, así que a no ser que al pretencioso Bobby Tom se le ocurriera alguna otra cosa, tenían tiempo de sobra. Pero aún así, no estaba tranquila.

Ella todavía no se podía creer que él había decidido ir a Telarosa pasando por Memphis cuando ella le había demostrado varias veces en el mapa de la guantera que la ruta más directa era atravesando St. Louis. Pero él no hizo más que decir que no podría dejar que ella viviera un día más sin conocer el sitio con la mejor comida al este del Mississippi. Hasta hacía unos momentos, ella se había imaginado un sitio pequeño, caro y posiblemente francés.

– Necesitamos conducir varias horas más antes de detenernos.

– Lo que tú digas, cariño.

Ásperos sonidos de música country asaltaron sus oídos cuando él mantuvo la puerta abierta para ella y entró en el interior lleno de humo del Whoppers Bar. Las mesas cuadradas de madera se asentaban sobre un mugriento suelo ajedrezado en marrón y naranja. Publicidad de cerveza, calendarios de chicas llenos de manchas y las cornamentas de venado llenaban el ambiente. Mientras recorría con la vista a los parroquianos que los miraban groseramente, ella le tocó el brazo.

– Sé que quieres deshacerte de mí, pero apreciaría muchísimo que no lo hicieses aquí.

– No tienes nada de qué preocuparte, cariño. Mientras no me irrites.

Mientras ella asimilaba esa preocupante información, una morena artificial con una falda turquesa de lycra y un top blanco muy ceñido se arrojó en sus brazos.

– ¡Bobby Tom!

– Hola, Trish.

Él se inclinó para darle un beso. En el momento que sus labios rozaron los de ella, ella abrió la boca y lo absorbió como una aspiradora, aspirando su lengua como si fuera un alfombra. Él se apartó primero y le dirigió la amplia sonrisa que otorgaba a cada mujer que se acercaba a él.

– Joder, Trish, cada vez que te divorcias te pones más guapa; ¿Shag está aún por aquí?

– En la esquina con AJ y Wayne. Me llama Pete, cuando quieras algo me avisas.

– Buena chica. Hola, tíos.

Había tres hombres alrededor de una mesa rectangular en la esquina más alejada de la barra que lo recibieron ruidosamente. Dos eran negros, uno blanco, y los tres parecían tan compactos como Humvees [9]. Gracie fue detrás de Bobby Tom cuando se acercó para saludarlos.

Los hombres se dieron la mano e intercambiaron juramentos de bienvenida sembrados con incomprensibles conversaciones sobre deportes antes de que Bobby Tom recordase que ella estaba allí.

– Ésta es Gracie. Es mi guardaespaldas.

Los tres hombres la miraron con curiosidad. El hombre al que Bobby Tom había llamado Shag, y que parecía haber sido su compañero de equipo, la señaló con su botella de cerveza.

– ¿Para qué necesitas un guardaespaldas, B.T.? ¿Dejaste preñada a alguien más?

– No tiene nada que ver con eso. Ella es de la CIA.

– Estás de coña.

– No soy de la CIA -protestó Gracie-. Y no soy su guardaespaldas. Sólo lo dice por…

– ¿Bobby Tom, eres tú? ¡B.T está aquí, chicas!

– Hola, Ellie.

Una explosiva rubia con unos vaqueros dorados rodeó con sus brazos su cintura. Tres mujeres más aparecieron al otro lado de la barra. El hombre llamado AJ acercó otra mesa y, sin saber muy bien cómo, Gracie se encontró sentada entre Bobby Tom y Ellie. Se dio cuenta de que a Ellie no le gustaba no estar sentada al lado de Bobby Tom, pero cuando Gracie trató de cambiarse de lugar, sintió una mano firme en el muslo que le indicaba que no se moviera.

Mientras la conversación se arremolinaba a su alrededor, Gracie intentó sacar algo en claro sobre Bobby Tom. Aunque cada cosa que sabía indicaba lo contrario, sentía que él no quería estar allí. ¿Por qué había ido hasta allí, si no quería estar con esas personas? Debía ser todavía más renuente de lo que ella se había supuesto a regresar a su ciudad natal y estaba prolongando el viaje deliberadamente.

Alguien le hizo llegar una cerveza, y ella que se había distraído con una depresiva imagen de sí misma con el pelo gris sentada en el porche de Shany Acres que bebió un sorbo antes de acordarse de que no bebía. Dejando la botella a un lado, miró un reloj de propaganda de Jim Beam. En media hora le diría a Bobby Tom que tenían que irse.

La camarera reapareció, y Bobby Tom insistió en pedir por ella, dijo que ella no habría vivido hasta haber probado la hamburguesa triple de queso y tocino de Whoppers con unos aros de cebolla y una crema de col. A pesar de haber pedido para ella una comida llena de colesterol se dio cuenta de que él comía y bebía muy poco.

Pasó una hora. Firmó autógrafos, pagó absolutamente todo, y, a menos que ella no lo hubiese entendido bien, entregó dinero a uno de los negros. Se inclinó bajo el ala de su sombrero para murmurarle-: Tenemos que irnos.

Él la miró y le dijo con mucha suavidad:

– Una palabra más, cariño, y llamo personalmente al taxi que te llevará al aeropuerto. -Y tras decir eso, se dirigió a la mesa de billar de la esquina.

Pasó otra hora. Si no hubiera estado tan preocupada por la hora, habría disfrutado de la novedad de estar con una gente tan pintoresca. Como era demasiado simple para ser objeto de deseo de Bobby Tom, las otras mujeres no la consideraban una amenaza. Disfrutó de una larga conversación con ellas, incluyendo a Ellie, que era ayudante de vuelo, y resultó ser una mina de información sobre el sexo masculino. Y el sexo en general.

Ella advirtió que Bobby Tom le dirigía miradas furtivas y ella se puso alerta, convencida de que tenía intención de irse cuando ella no mirara. Aunque necesitaba con urgencia ir al baño, temía perderlo de vista, así que cruzó las piernas. A medianoche, sin embargo, supo que no podía esperar ni un minuto más. Esperó hasta que lo vio profundamente absorto en una conversación con Trish en la barra y se fue sigilosamente al baño.

Se le encogió el estómago cuando salió unos minutos más tarde y no lo vio. Recorrió con la mirada a la gente, buscando frenéticamente en busca de su stetson gris, pero no lo vio en ningún sitio. Se abrió camino entre la gente hacia la barra, sintiendo que se le revolvía el estómago por la ansiedad. Estaba a punto de rendirse a la evidencia cuando lo divisó apoyado con Trish al lado de la máquina del tabaco.

Había aprendido la lección y no tenía intención de alejarse de él otra vez. Así que se dirigió hacia donde él estaba, quedándose en un lugar estrecho al lado del teléfono. Examinó los números del teléfono y estudió los graffitis de la pared, dándose cuenta de que donde estaba había un leve eco. Aunque no tenía intención de escuchar a escondidas, no tuvo ninguna dificultad para distinguir una voz muy familiar con arrastrado acento texano.

– Eres una de las mujeres más comprensivas que he conocido, Trish.

– Me alegro que confíes en mi en algo como eso, B.T. Sé lo duro que es para un hombre como tú hablar sobre su pasado.

– Algunas mujeres no lo comprenden, pero tú eres una dama, no podría hacerte esto, especialmente cuando aún eres tan vulnerable por tu último divorcio.

– Supongo que todos nos hemos preguntado por qué nunca te has casado.

– Ahora ya lo sabes, cariño.

Esa era claramente una conversación privada y Gracie sabía que debería de ponerse en otro sitio. Reprimiendo firmemente su curiosidad, empezó a alejarse cuando tras una pausa, Trish habló otra vez:

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[9] Vehículo militar de gran resistencia. http://en.wikipedia.org/wiki/Humvee (NdT)