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El decorado podía parecer prehistórico, pero los invitados eran bien modernos. Era un grupo heterogéneo de unas treinta personas. Todas las mujeres eran jóvenes y bellas, mientras los hombres, tanto blancos como negros, tenían músculos protuberantes y gruesos cuellos. No sabía nada sobre futbolistas salvo las malas reputaciones que les precedían y al observar los escasos bikinis utilizados por la mayor parte de las mujeres, no pudo reprimir la pequeña chispa de esperanza de que podrían estar a punto de comenzar algún tipo de orgía. No era que fuese a participar en tal cosa, suponiendo que alguien la invitara, pero sería algo interesante de observar.

Una de las mujeres chilló agudamente centrando la atención en el jacuzzi espumoso que había en el centro de unas rocas redondeadas sobre una plataforma cerca de las ventanas. Cuatro mujeres retozaban en las burbujas y Gracie sintió envidia y admiración al ver los brillantes pechos bronceados que sobresalían por las partes superiores de sus bikinis. Luego desplazó la mirada de las mujeres al único hombre que había en la plataforma, y se quedó paralizada.

Lo reconoció de inmediato por las fotos. Él permanecía de pie al lado del jacuzzi como un sultán examinando a su harén, y mientras lo miraba, todas sus fantasías sexuales secretas tomaron vida. Ese era Bobby Tom Denton. Santo Dios.

Era la personificación de cada hombre con el que había soñado alguna vez; Todos los chicos del colegio que la habían ignorado, todos los jovencitos que nunca recordaron su nombre, todos los hombres atractivos que habían elogiado su madurez pero que nunca habían pensado en invitarla a salir. Él era una brillante criatura sobrehumana que debía haber sido puesta sobre la tierra por algún Dios perverso, para recordarles a las mujeres feas como ella que algunas cosas eran inalcanzables.

Sabía por las fotos que había visto, que su sombrero vaquero ocultaba un cabello rubio y grueso y que el ala del sombrero escondía unos ojos color azul medianoche. A diferencia de ella, sus pómulos podrían haber sido cincelados por un escultor renacentista. Tenía la nariz firme y recta, la mandíbula fuerte y una boca que debería de venir con una etiqueta de advertencia. Era completa y soberanamente masculino, y mientras lo miraba, sintió el mismo deseo penetrante que experimentaba en las cálidas noches de verano cuando yacía sobre la hierba con los ojos clavados en las estrellas. Él brillaba intensamente, y era totalmente inalcanzable.

Llevaba un sombrero de vaquero negro, unas botas vaqueras de piel de serpiente y un albornoz de terciopelo con motivos rojos y verdes con forma de relámpago. Teníaía una botella de cerveza en una mano y el humo ascendía desde el cigarro que sujetaba en una esquina de su boca. La piel entre el borde de las botas y la bastilla del albornoz estaba desnuda, revelando unas pantorrillas poderosamente fuertes; se le secó la boca al preguntarse si estaría desnudo bajo el albornoz.

– ¡Oye! Te dije que me esperaras junto a la puerta.

Dio un brinco cuando el corpulento hombre que la había dejado entrar apareció detrás de ella con un casete en la mano.

– Stella dijo que eras bastante caliente, pero le dije que quería una rubia. -La miró dubitativamente-. A Bobby Tom le gustan las rubias. ¿Eres rubia bajo la peluca?

Llevó la mano hasta la trenza.

– Realmente…

– Me gusta el disfraz de bibliotecaria que llevas puesto, pero necesitas bastante más maquillaje. A Bobby Tom le gustan las mujeres maquilladas.

Y los pechos, pensó ella, dejando vagar los ojos hacia la plataforma. A Bobby Tom también le gustaban las mujeres con los pechos grandes.

Ella devolvió la mirada al radiocasete, intentando buscar la manera de aclarar el malentendido entre ellos. Cuando comenzaba a formular una explicación razonable, el hombre se rascó el pecho.

– ¿Te dijo Stella que queremos algo especial, ya que está algo deprimido por su retirada? Incluso habla de dejar Chicago para irse a vivir a Texas todo el año. Los chicos y yo creemos que esto le puede divertir. A Bobby Tom le encantan las strippers.

¡Strippers! Gracie cerró los dedos con fuerza alrededor de sus perlas falsas.

– ¡Oh, Dios mío! Debería saber…

– Hubo una stripper con la que pensé que se casaría, pero no pasó su examen sobre fútbol. -Negó con la cabeza-. Todavía no me puedo creer que el mejor receptor del mundo haya colgado su casco por Hollywood. Maldita rodilla.

Ya que él parecía hablar para sí mismo, Gracie no respondió. Estaba intentando asimilar el increíble hecho de que ese hombre la había confundido a ella, -la última virgen de treinta años del planeta- con ¡una stripper!

Era embarazoso.

Aterrador.

¡Era emocionante!

Otra vez, la miró críticamente.

– La última chica que nos envió Stella vino vestida de monja. Bobby Tom casi se muere de risa. Pero estaba más maquillada. A Bobby Tom le gustan las mujeres con más maquillaje. Puedes hacerlo arriba.

Era el mejor momento para poner fin a ese malentendido, se aclaró la voz-: Desafortunadamente, señor…

– Bruno. Bruno Metucci. Jugué con los Stars en la época en la que Bert Somerville llevaba la batuta. Desde luego, nunca fui tan bueno como Bobby Tom.

– Entiendo. Bueno, lo que pasa es que…

Un chillido de mujer surgió del jacuzzi y la distrajo. Levantó la vista para ver a Bobby Tom mirando con indulgencia a las mujeres que retozaban a sus pies, mientras en la ventana a sus espaldas se veía brillar tenuemente en la distancia las luces del lago Michigan. Por un momento tuvo la ilusión de que él flotaba en el espacio, un vaquero cósmico, con su stetson, sus botas y su albornoz, un hombre que no estaba gobernado por las mismas reglas gravitatorias con las que los ordinarios mortales estaban atados a la tierra. Parecía llevar puestas espuelas invisibles en esas botas, espuelas que giraban a velocidad supersónica, como una rueda de chispas brillantes que iluminaban todo lo que él hacía en su vida.

– Bobby Tom, me dijiste que me volverías a hacer las preguntas -dijo una de las mujeres desde las burbujas del jacuzzi.

Lo había dicho bastante alto y se oyeron gritos de ánimo cada vez más elevados entre los invitados. Como si fueran un solo cuerpo, todos se giraron hacia la plataforma, aguardando su respuesta.

Bobby Tom, con el cigarro en la boca y el botellín de cerveza en una mano, metió la otra en el bolsillo del albornoz y la miró con preocupación.

– ¿Estás segura de que estás preparada, Julie, cariño? Sabes que sólo tienes dos oportunidades y fallaste la pregunta sobre la carrera de Eric Dickerson y su record de cien yardas la última vez.

– Estoy segura. He estudiado muchísimo.

Julie tenía el mismo aspecto que si estuviera posando en bañador para la portada de Sports Illustrated. Cuando salió del agua, su cabello rubio y mojado caía en pálidos mechones sobre sus hombros. Se sentó en el borde del jacuzzi, mostrando un traje de baño formado por tres diminutos triángulos turquesa bordeados en amarillo brillante. Gracie sabía que muchas de sus amistades desaprobarían un bañador tan revelador, pero como fiel creyente de que cada mujer debía resaltar sus atractivos, Gracie pensó que estaba maravillosa.

Alguien bajó el volumen de la música. Bobby Tom estaba sentado sobre una de las grandes rocas redondeadas y apoyó una de sus botas vaqueras de piel de serpiente sobre la otra rodilla desnuda.

– Ven aquí y te daré un beso de buena suerte. Y no me decepciones esta vez. He puesto mi corazón en que tú serás la señora de Bobby Tom.

Mientras Julie cumplía con su petición, Gracie contempló inquisitivamente a Bruno.

– ¿Les hace un examen sobre fútbol?

– Por supuesto. El fútbol es la vida de Bobby Tom. No cree en el divorcio, y sabe que no podría ser feliz con una mujer que no entendiera el juego.