– Dejadle sitio a la dama, chicas.
Alarmada, observó como las mujeres dejaban el jacuzzi para observarla. Intentó explicarse.
– Sr. Denton, es necesario que le diga…
Bruno presionó el botón del radiocasete, y su voz quedó ahogada por completo por la áspera música de “The Stripper”. Los hombres comenzaron a ovacionar y silbar. Bobby Tom le dirigió un guiño alentador, la soltó y se dio la vuelta para sentarse en una de las grandes rocas redondeadas y observar la función.
Sus mejillas ardieron ruborizadas. Permaneció de pie, sola, en medio de la plataforma del jacuzzi, con todos los ojos de la habitación clavados en ella. ¡Todos esos especimenes con un físico perfecto estaban esperando que ella, la imperfecta Gracie Show, se desnudara!
– ¡Vamos, cariño!
– ¡No seas tímida!
– ¡Muévete, cariño!
Mientras algunos de los hombres hacían ruidos animales, una de las mujeres puso los dedos entre los labios y silbó. Gracie los contempló con impotencia. Comenzaron a reírse, como cuando en su clase de inglés de segundo año de secundaria se había reído cuando los algodones que acolchaban su sujetador habían cambiado de posición. Eran adultos en una fiesta de animales comportándose conforme a su especie, y aparentemente pensaban que iba a renunciar.
Mientras seguía allí, paralizada delante de ellos, la idea de ser confundida con una stripper se volvió repentinamente menos bochornosa que pensar en explicar a toda esa gente, a gritos sobre la música, lo que realmente le había traído hasta allí, provocando que se dieran cuenta de lo paleta que era.
No más de cinco metros la separaban de Bobby Tom Denton, y supo que todo lo que tenía que hacer era acercarse lo suficiente como para susurrarle su identidad. En cuanto él supiera que era Windmill quien la había enviado, él sentiría tanta vergüenza por su error que la ayudaría a salir discretamente y cooperaría con ella.
Una nueva ráfaga de ruidos soeces se elevó sobre la música que salía del radiocasete. Con lentitud, ella levantó la pierna derecha varios centímetros y estiró el pie dentro de su zapato negro. Una vez más volvieron a reírse.
– ¡Así!
– ¡Enséñanos más!
La distancia entre Bobby Tom y ella parecía ahora de unos cien kilómetros. Tirando con fuerza de la falda de su traje azul marino, le dio la espalda con indecisión. Más silbidos se unieron a la risa cuando la bastilla llegó a la altura de la rodilla.
– ¡Eres ardiente, nena! ¡Nos encanta!
– ¡Quítate la peluca!
Bruno se adelantó de entre la gente para dibujar un círculo con el dedo índice. Al principio no entendió lo que quería, pero luego se dio cuenta de que le ordenada girarse hacia Bobby Tom mientras se desvestía. Tragando saliva, se enfrentó a esos ojos azul oscuro.
Él echó el stetson hacia atrás sobre su cabeza y habló en voz alta para que pudiera oírle:
– Deja las perlas para el final, cariño. Me gustan las damas con perlas.
– ¡Nos aburrimos! -gritó uno de los hombres a voz en cuello-. ¡Quítate algo!
Ella casi perdió el valor. Sólo el pensar qué diría su superior si salía a toda mecha de la casa sin haber cumplido su misión hizo que se envarara. ¡Gracie Snow no huía! Este trabajo era la oportunidad que había estado esperando toda su vida, y no iba a acobardarse ante la primera adversidad.
Lentamente se quitó la chaqueta. Bobby Tom le sonrió aprobatoriamente, como si ella hubiera hecho algo asombroso. Los tres metros que todavía les separaban parecían un millón de kilómetros. Él puso el tobillo de una de sus botas de vaquero sobre la rodilla opuesta, y el albornoz se abrió involuntariamente para revelar un muslo desnudo, poderosamente fuerte. La chaqueta se le cayó de los dedos.
– Así, corazón. Lo estás haciendo muy bien. -Sus ojos centellearon de admiración, como si fuera la bailarina con más talento que hubiera visto en su vida en vez de la más inepta.
Con una serie de torpes movimientos, ella se acercó contoneándose, tratando de ignorar los exagerados abucheos que comenzaba a proferir la audiencia.
– Realmente bien -dijo él-. Creo que nunca vi nada que me gustara tanto.
Con un contoneo final de caderas, llegó a su lado, con todo salvo la chaqueta, y forzó sus labios tensos con una sonrisa. Desafortunadamente, cuando ella se inclinó hacia adelante para murmurar lo que pasaba en su oído, su mejilla rozó el ala del stetson, inclinándolo. Con una mano, él lo enderezó mientras, con la otra, la ponía sobre su regazo.
La fuerte música ocultó su chillido de protesta. Ella se quedó por un momento aturdida y muda ante las sensación de su cuerpo duro bajo el suyo y la pared sólida de su pecho presionando contra su costado.
– ¿Necesitas ayuda, cariño? -Dirigió su mano al botón superior de su blusa.
– ¡Oh, no! -protestó ella agarrando firmemente su brazo.
– Un espectáculo muy interesante, cariño. Un poco lento, pero probablemente eres principiante. -Le mostró una amplia sonrisa que tenía más regocijo que lascivia-. ¿Cómo te llamas?
Ella tragó saliva.
– Gracie…, esto…, Grace. Grace Snow. Señorita Snow -completó, en un intento tardío de poner algún tipo de distancia entre ellos-. Y no soy…
– Señorita Snow… -arrastró las palabras, saboreándolas como si fueran un vino de solera. El calor de su cuerpo enturbiaba su cerebro e intentó escapar de su regazo.
– Sr. Denton…
– Ve al grano, querida. Los chicos se impacientan. -Antes de que lo pudiera detener, le abrió el botón del cuello de su blusa blanca de poliéster-. Debes ser nueva en esto. -La punta de su dedo índice exploró el hueco de la base de su garganta, haciéndola temblar-. Pensé que conocía a todas las chicas de Stella.
– Sí, yo…, digo no, yo no soy…
– No te pongas nerviosa ahora. Estás haciéndolo genial. Y tienes unas piernas muy bonitas, si no te importa que te lo diga. -Sus ágiles dedos abrieron el siguiente botón.
– ¡Sr. Denton!
– Señorita Show.
Ella vio la misma diversión que había notado en sus ojos un rato antes cuando estaba examinando a Julie sobre fútbol, y se dio cuenta de que había desabotonado otro botón, exponiendo su sujetador de color melocotón, con su gran escote central y su borde de encaje. Ropa interior provocativa era una cosa tonta en una mujer fea, por tanto era un secreto celosamente guardado. Boqueó con repentina vergüenza.
Un ronco bullicio aumentó entre la gente, pero no fue en respuesta a su sujetador color melocotón, sino a una de las mujeres que sobre la mesa de billar se había quitado la parte superior del bikini y lo hacía girar sobre su cabeza. Gracie se dio cuenta de inmediato que esa mujer necesitaría algo que recogiera más que su sujetador.
Los hombres batieron palmas y gritaron. Ella intentó agarrar su blusa firmemente para cerrarla, pero Bobby Tom atrapó sus dedos, sujetándolos suavemente con la palma de su mano.
– Parece que Candi se te adelantó señorita Show.
– Creo…, es mejor…, -tragó saliva-. Hay una cosa que debería comentarle. En privado.
– ¿Quieres bailar para mi en privado? Es realmente dulce, pero mis invitados se desilusionarían si viera algo que ellos no pudieran ver.
Ella se dio cuenta de que él había desabrochado el botón de la cinturilla de su falda y bajaba la cremallera.
– ¡Sr. Denton! -Lo dijo más alto de lo que pretendió y los invitados de las cercanías se rieron.
– Llámame Bobby Tom, cariño. Todo el mundo lo hace. -Las esquinas de sus ojos se arrugaron como si él se estuviera riendo de un buen chiste privado-. Mira que interesante. Creo que nunca conocí a una stripper que llevara pantys.