Él la rodeó con el brazo y bajó la mirada hacia su rostro crispado.
– Gracie, aquí, delante de Dios, de mi gente y de todas esas ratas de gimnasio que llamo amigos, te pido que me hagas el honor de convertirte en mi esposa. -Puso la palma de la mano en el micrófono para murmurar por lo bajo-: Te amo, cariño, y esta vez es de verdad.
Un horrible estremecimiento la invadió. Nunca imaginó que nada pudiera hacer tanto daño. La gente se reía y aplaudía. Esta era su gente, con la que había crecido, eran sus amigos y él no podía tolerar que lo vieran como a un perdedor. Había mentido al decirle que la amaba. Mentir era fácil para él y para salvar su reputación, estaba dispuesto a destruirla.
Sus palabras suaves y entrecortadas eran sólo para sus oídos.
– No puedo casarme contigo, Bobby Tom. Me merezco algo mejor.
Sólo cuando oyó su voz, amplificada por los altavoces, se dio cuenta de que él había quitado la mano del micrófono antes de que ella hablara. Las risas de la audiencia se detuvieron abruptamente. Hubo algunas risitas nerviosas y luego, cuando la gente se dio cuenta de que ella había hablado en serio, silencio absoluto.
La cara de Bobby Tom se puso pálida. Afligida, lo miró fijamente a los ojos. No había querido humillarle, pero las palabras habían sido dichas y no las negaría porque eran ciertas.
Ella esperaba que se le ocurriera algún tipo de comentario sarcástico para sacar hierro a la situación, pero él no dijo nada.
– Lo siento -murmuró ella, echándose para atrás-. Lo siento realmente. -Se giró y se apresuró a bajar del palco.
Mientras se abría camino entre la gente estupefacta y silenciosa, esperaba oír su voz perezosa y arrastrada, su risa entrecortada y cautivadora amplificada por el micrófono para su gente. En su mente, incluso podía oír las palabras que escogería.
¡Guauuuu! Señores, eso sí que es una aútentica loca. Apuesto que me cuesta más de una botella de champán y una noche en el pueblo convencerla.
Ella avanzó hacia delante, pisándose la bastilla del largo vestido y luego oyó su voz, justo como había sabido que haría. Pero en lugar de las palabras que había imaginado, los altavoces mostraron su furia y hostilidad.
– ¡Venga, Gracie! ¡Largo de aquí! Los dos sabemos que trataba de hacerte un favor! Joder, ¿por qué demonios querría casarme con alguien como tú? ¡Y ahora, fuera de aquí! ¡Fuera de mi vida, no quiero volver a verte!
Ella sollozó, humillada. Siguió ciegamente hacia delante, sin saber por dónde iba, sin importarle siquiera, sabiendo solamente que tenía que escapar.
Una mano tiró de su brazo, y vió a Ray Bevins, el cámara de Luna sangrienta.
– Venga, Gracie. Te llevaré.
Los altavoces aullaron a sus espaldas con el sonido ensordecedor del acople del micrófono.
Gracie corrió.
capítulo 24
Bobby Tom Denton resultó ser un borracho de lo más difícil. Destruyó el interior del Wagon Wheel, destrozó a patadas las ventanas de un Pontiac completamente nuevo y rompió el brazo de Len Brown. Bobby Tom había participado antes en peleas, pero no con alguien como Len y no con Buddy Baines, que le intentó robar las llaves de la camioneta para impedir que condujera en estado de embriaguez. Nadie hubiera supuesto el día antes que Telarosa sentiría vergüenza de su hijo predilecto, pero esa noche todos sacudieron la cabeza.
Cuando Bobby Tom se despertó, estaba en la cárcel. Trató de girarse, pero le dolía demasiado todo como para moverse. Le latía la cabeza y le dolía cada músculo del cuerpo. Cuando intentó abrir los ojos, se dio cuenta de que uno estaba cerrado de la hinchazón. Al mismo tiempo, sentía el estómago revuelto como si hubiera pillado un mal virus.
Hizo una mueca de dolor cuando bajó lentamente las piernas por el lado del catre y se arrastró hasta permanecer sentado. Ni siquiera después de un partido particularmente brutal se había sentido así de mal. Dejando caer la cabeza entre las manos, se dejó llevar por la desesperación. Mucha gente no recordaba lo que hacía cuando estaba ebria, pero él recordaba cada miserable momento. Peor aún, recordaba lo que lo había llevado a eso.
Sin importar lo humillado que se hubiera sentido por su rechazo, ¿cómo podía haber permanecido de pie tras ese micrófono para gritarle a Gracie esas cosas? La imagen de su cara mientras escapaba se quedaría grabada en su memoria por el resto de su vida. Ella había creído cada una de las irrecusables palabras que había dicho y saberlo lo llenaba de vergüenza. Al mismo tiempo, el eco de sus palabras seguía retumbando en su cerebro.
No puedo casarme contigo, Bobby Tom. Merezco algo mejor.
Y así era. Por Dios, claro que lo merecía. Merecía un hombre, no un niño. Merecía a alguien que la quisiera más de lo que él quería a su leyenda. Su leyenda. Por primera vez en su vida, al pensar en eso sintió asco. No importaba en absoluto su leyenda, su comportamiento de la noche anterior la había destruido y a él ni siquiera le importaba. Todo lo que importaba era recuperar a Gracie.
Se sintió repentinamente sobrecogido por el pánico. ¿Qué ocurriría si ya había dejado el pueblo? Sus principios morales eran una de las cosas que más admiraba de ella, y ahora que era demasiado tarde, entendía lo importante que eran para ella. Gracie siempre pensaba lo que decía y una vez que se convencía de que tenía razón en algo no cambiaba de opinión.
Le había dicho que lo amaba, y eso era mucho tratándose de ella, pero al jugar rápida y alegremente con sus emociones y no respetar sus sentimientos, la había puesto en una situación que podía no tener marcha atrás. Cuando él había mirado su rostro la noche anterior y la había oído decirle que no se casaría con él, ella sentía cada palabra, y ni siquiera la declaración pública de su amor había sido lo suficientemente buena para ella.
Un montón de emociones extrañas lo bombardearon, pero la menos familiar era la desesperación. Después de toda una vida de conquistar mujeres con facilidad, se dio cuenta de que había perdido la confianza en sí mismo. De otra manera, no estaría tan seguro de que ella se iría, de que nunca la encontraría, y de que sabía que la había perdido para siempre. ¿Si no había podido conquistarla en su tierra, en su casa, como podía esperar hacerlo en cualquier otra parte?
– Bueno, bueno, genial. Parece que el niñito mimado de la ciudad se metió anoche en un montón de problemas.
Él levantó sus ojos vidriosos y vio a Jimbo Thackery, al otro lado de los barrotes de su celda con una desagradable sonrisa de satisfacción en la cara.
– No tengo ganas de hablar contigo ahora mismo, Jimbo -masculló-. ¿Qué tengo que hacer para salir de aquí?
– Mi nombre es Jim.
– Jim, entonces -dijo él lentamente. Quizá no era demasiado tarde, pensó. Quizá ella había tenido oportunidad de reconsiderar las cosas y la podía hacer cambiar de idea. Juró ante Dios Todopoderoso que si se casaba con él, le compraría su propio asilo en su primer aniversario de boda. Sin embargo, antes de pensar en eso, tenía que encontrarla. Luego tenía que convencerla de que la quería más de lo que nunca había creído amar a una mujer. Haría lo que fuera para que ella lo perdonara.
Él se incorporó en el borde del catre.
– Tengo que salir de aquí.
– El juez Gates no ha fijado tu fianza todavía -dijo Jimbo con evidente placer ante su sufrimiento.
Se puso de pie sintiendo dolor, ignorando su estómago revuelto y que su rodilla mala latía como una condenada hija de puta.
– ¿Cuándo lo hará?
– Antes o después. -Jimbo sacó un palillo de dientes del bolsillo de la camisa y lo colocó en la comisura de su boca-. Al juez no le agrada que lo haga madrugar demasiado.