Bobby Tom veía el reloj de la pared al otro lado de los barrotes.
– Son casi las nueve.
– Lo llamaré cuando tenga un momento. Es bueno que seas rico, porque hay un montón de cargos contra ti: Agresión, alteración del orden público, daños a la propiedad ajena, resistencia al arresto. El juez no se va a sentir demasiado contento contigo.
Bobby Tom se sentía más desesperado cada segundo que pasaba.
Cada instante que pasaba tras las rejas significaba que Gracie se alejaba cada vez más de él. ¿Por qué se había comportado como un asno la noche anterior? ¿Por qué no se había tragado el orgullo y había ido tras ella en ese mismo momento, para arrodillarse a sus pies y decirle cuanto lo sentía? En vez de hacer eso, había estando actuando todo ese tiempo como si ella no significara nada para mantener la fachada ante sus colegas, primero con su desesperada proposición en público y luego con sus repugnantes palabras ante el micrófono. Ya no podía recordar porqué le había importado tanto sus opiniones. Disfrutaba con sus amigos, pero no era con ellos con quien quería vivir su vida ni tener sus hijos.
Él no pudo ocultar su agitación cuando se acercó cojeando a los barrotes.
– Haré lo que sea que tenga que hacer, pero no ahora. Sólo necesito un par de horas. Tengo que encontrar a Gracie antes de que deje el pueblo.
– Nunca pensé que vería el día que harías el tonto por una mujer -se burló Jimbo-, pero te aseguro que lo hiciste anoche. Lo cierto es que ella no te quiere, B.T. y ahora todo el mundo lo sabe. Supongo que todas esas Super Bowl no fueron suficientes para ella.
Bobby Tom agarró los barrotes.
– ¡Sólo déjame salir de aquí, Jimbo! Tengo que encontrarla.
– Demasiado tarde. -Con una última sonrisa afectada, dio un golpecito con el palillo en el pecho de Bobby Tom. Sus pasos resonaron sobre el suelo de ladrillo mientras llegaba a la puerta y salía.
– ¡Ven aquí, hijo de puta! -Bobby Tom metió la cara entre los barrotes-. ¡Conozco mis derechos, y quiero un abogado! ¡Quiero un abogado ahora mismo!
La puerta resonó firmemente cuando la cerró.
Sus ojos volaron al reloj. Quizá no se iría ese día. Tal vez seguiría por allí. Pero ni siquiera él se lo creía. La había lastimado demasiado la noche anterior y se escaparía tan pronto pudiera.
– ¡Tengo derecho a hacer una llamada! -gritó.
– Cállate.
Por primera vez se percató que no estaba solo. La cárcel del pueblo tenía sólo dos celdas pequeñas, y el catre de la otra estaba ocupado por un individuo con los ojos rojos y la barba descuidada.
Bobby Tom lo ignoró y siguió gritando.
– ¡Tengo derecho a una llamada! ¡Y la quiero hacer ahora!
Nadie contestó.
Empezó a cojear frenéticamente por su celda. Su rodilla lesionada asomaba a través de un roto de sus vaqueros, le faltaban botones en la camisa y parte de una manga y sus nudillos parecían haber pasado por una picadora de carne. Regresó a los barrotes y comenzó a gritar otra vez, pero el borracho de la celda de al lado fue el único que respondió.
El reloj marcaba los minutos. Sabía cuanto estaba disfrutando Jimbo con eso, pero no le importaba. Se estaba quedando afónico, pero le daba igual. Trató de decirse a sí mismo que su comportamiento era estúpido, que no era lógico sentir esa urgencia, pero el pánico no decrecía. Si no alcanzaba a Gracie de inmediato, sentía que la perdería para siempre.
Pasó casi media hora antes de que Dell Brady, el ayudante negro de Jimbo, abriera la puerta que comunicaba con la estancia principal de la comisaría y entrara. Bobby Tom nunca había estado tan contento de ver a nadie en su vida. Había jugado al fútbol con el hermano de Dell, y siempre se había llevado bien con él.
– Joder, B.T., vas a tirar el lugar a gritos. Siento no haber entrado antes, pero tuve que esperar que Jim saliera.
– ¡Dell! Tengo que hacer una llamada. Sé que tengo derecho a una llamada.
– La hiciste anoche, B.T. Llamaste al viejo Jerry Jones y le dijiste al dueño de los Dallas Cowboys que no jugarías en su equipo aunque fuera el último de la tierra.
– ¡Joder! -Bobby Tom cerró los puños sobre los barrotes, sintiendo ramalazos de dolor ascender por sus brazos.
– Nadie te había visto antes tan borracho -siguió Dell-. Destruiste tú solo el Wagon Wheel, eso sin mencionar lo que le hiciste a Len.
– Lo arreglaré todo más tarde, y te aseguro que pediré perdón a Len. Pero ahora mismo tengo que llamar por teléfono.
– No sé B.T., Jim está muy cabreado. Desde que Sherri Hopper y tú…
– ¡De eso hace quince años! -gritó-. Venga. Sólo una llamada.
Para su alivio, Dell tomó las llaves que llevaba en su cinturón.
– Bueno. Supongo que te puedo soltar si te vuelvo a encerrar antes de que vuelva Jim de la cafetería. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Dell estuvo tanto tiempo manoseando nerviosamente las llaves que Bobby Tom quiso agarrarle por el cuello y gritarle que se apresurase. Sin embargo, por fin estuvo fuera de su celda y atravesó la puerta que desembocaba en la estancia principal de la comisaría. En cuanto entró, Rose Collins, que llevaba trabajando allí desde antes de lo que él podía recordar, lo miró y le tendió el teléfono.
– Es para ti, Bobby Tom. Es Terry Jo.
Le arrebató el teléfono de la mano.
– ¡Terry Jo! ¿Sabes dónde está Gracie?
– Le está alquilando un coche a Buddy en este mismo momento para poder irse a San Antonio. No me puede ver -estoy en el despacho de atrás- pero le dijo a Buddy que cogió billete para un vuelo a primera hora de la tarde. Buddy me dijo que te llamara, aunque juré anoche que no te iba a volver a hablar en mi vida. Nunca supe que podías ser tan bastardo. No sólo por lo que le hiciste a Gracie -lleva las gafas de sol, pero sé que ha estado llorando- sino por lo que le hiciste a la cara de Buddy. Su mandíbula ocupa el doble de su tamaño y…
– ¡Dile a Buddy que no le alquile el coche!
– Tiene que hacerlo o perderá la franquicia. Está intentando que cambie de idea, pero ya sabes cómo es ella. Estoy viendo que ahora mismo le da las llaves.
Él maldijo y se mesó el pelo, sobresaltándose cuando rozó una herida cerca de la sien.
– Llama al juez Gates ahora mismo y tráelo. Dile…
– No hay tiempo; Ahora mismo acaba de subirse al coche. Es un Grand Am. azul y ella es una conductora bastante prudente, B.T. La podrás alcanzar si te pones ahora mismo en marcha.
– ¡Estoy en la cárcel!
– ¡Bueno, pues sal!
– ¡Eso intento! Mientras tanto, intenta detenerla.
– Demasiado tarde. Acaba de arrancar. Tendrás que darle alcance en la carretera.
Bobby Tom colgó de golpe el teléfono y miró a Rose y Dell, que habían estado escuchando con abierto interés.
– Gracie acaba de dejar el taller de Buddy. Está de camino a San Antonio y necesito alcanzarla antes de que entre en la autopista interestatal.
– ¿Qué demonios haces fuera de la celda? -Jimbo Thackery atravesaba corriendo la puerta, con rastros de donuts en la camisa y su cara morena moteada por la cólera.
– Gracie está saliendo del pueblo -comenzó a explicar Dell- y Bobby Tom necesita llegar hasta ella antes de…
– ¡Está bajo arresto! -gritó Jimbo-. ¡Enciérralo ahora mismo!
Dell fue a regañadientes en dirección a Bobby Tom.
– Lo siento, B.T., me temo que tengo que devolverte a la celda.
Bobby Tom alzó las manos, y su voz era lenta cuando le advirtió:
– No te acerques más, Dell. No voy a regresar a la celda hasta que haya tenido la oportunidad de hablar con Gracie. No quiero golpearte, pero lo haré si tengo que hacerlo.
Dell estudió a Bobby Tom por un momento, después se volvió hacia Jimbo.
– ¿Qué daño puede hacer, especialmente a ti, darle una hora más o menos para que arregle su vida amorosa?