Sus ojos brillaron.
– ¡Caramba!
Ella se quiso morir. ¿Cómo podía avergonzarse de esa manera? Tragó saliva.
– Perdona si he llegado a la conclusión incorrecta. Sé que soy fea y que no puedes estar interesado sexualmente en mí. -Se le puso la cara todavía más roja al darse cuenta de que estaba empeorando las cosas-. De todas maneras no estaría interesada… -agregó precipitadamente.
– Ay, Gracie, yo no veo a nadie feo.
– Estás siendo amable y lo agradezco, pero eso no cambia los hechos.
– Oye, ahora has avivado mi curiosidad. Puede que tengas razón sobre eso de ser fea, pero es difícil de asegurar dada la manera en que te cubres. Que yo sepa, puedes tener el cuerpo de una diosa escondido bajo ese vestido.
– Oh, no -dijo ella con brutal honradez-. Te puedo asegurar que mi cuerpo es muy ordinario.
Otra vez curvó la comisura de su boca.
– No me malinterpretes, pero confío en mi juicio un poco más que en el tuyo. Soy un experto.
– Ya lo he notado.
– Creo que ya te comenté anoche lo que me parecían tus piernas. -Ella se sonrojó y buscó una respuesta apropiada, pero tenía tan poca experiencia en hablar sobre si misma con un hombre que no supo que decir.
– Tú también tienes unas piernas muy bonitas.
– Vaya, gracias.
– Y también el pecho.
Él rompió en carcajadas.
– Joder, señorita Gracie, voy a llevarte un rato sólo por lo entretenida que eres.
– ¿Lo harás?
Él se encogió de hombros.
– ¿Por qué no? Me he aburrido mucho desde que me retiré.
Ella apenas podría creer que hubiera cambiado de idea. Lo oyó reírse entre dientes mientras recuperaba su maleta y le pedía a Bruno que devolviera el coche de alquiler. Sin embargo, su diversión se había desvanecido cuando se volvió a sentar detrás del volante y le dirigió una severa mirada.
– Pero no te llevo hasta Texas, así que quítate la idea de la cabeza. Me gusta viajar solo.
– Entiendo.
– Sólo un par de horas. Hasta la frontera. En cuanto me empieces a irritar, te dejo en el aeropuerto más cercano.
– Estoy segura que no será necesario.
– No apuestes por eso.
capítulo 3
Bobby Tom condujo por las autopistas de la ciudad del viento como si fueran propiedad suya. Era el señor de la ciudad, el rey del mundo, el amo del Universo. Mientras en la radio tronaba Aerosmith, él tamborileaba los dedos sobre el volante, llevando el compás de “Janie’s Got a Gun”.
Con su Thunderbird rojo descapotable y su stetson gris perla, llamaba fácilmente la atención. Para asombro de Gracie, los conductores empezaron a reconocerlo a su paso, sonaron bocinas y bajaron ventanillas para saludarlo. El devolvió los saludos y siguió su camino.
Ella sentía sobre su piel la caricia del cálido viento y la absoluta delicia de la velocidad en una autopista de una gran ciudad en un Thunderbird rojo con un hombre que no era en absoluto respetable. Mechones de pelo escapaban de su trenza y azotaban sus mejillas. Deseó tener un echarpe rosa de algún diseñador para poder envolverlo alrededor de su cabeza, unas gafas de sol modernas ante los ojos y un lápiz de labios de color escarlata. Quería pechos grandes y llenos, un vestido ceñido y unos tacones altos muy sexys. Quería una pulsera de oro en el tobillo.
Y, quizá, un tatuaje muy discreto.
Se recreó ante esta tentadora visión de sí misma transformada en una mujer salvaje mientras Bobby Tom contestaba las llamadas recibidas con anterioridad en el teléfono del coche. Algunas veces él usó el altavoz del coche; otras se llevó el teléfono a la oreja y habló en privado. La mayoría de sus llamadas eran sobre diversos contratos comerciales y los efectos en sus finanzas, y también sobre diversas obras de caridad en las que estaba involucrado. Muchas de las llamadas, observó, eran de gente pidiéndole dinero. Aunque contestó esas llamadas con el teléfono pegado a su oído, tuvo la impresión de que en cada uno de los casos, acabó ofreciendo más dinero del que le pedían. Después de menos de una hora con él, había llegado a la conclusión de que Bobby Tom Denton era presa fácil.
Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, habló con alguien llamado Gail y se dirigió a ella con esa perezosa voz arrastrada que envió escalofríos a la receptiva columna de Gracie.
– Sólo quería que supieras cuanto te echaré de menos. Ahora mismo tengo los ojos llenos de lágrimas.
Él levantó el brazo para saludar con la mano a una mujer que conducía un Firebird azul que pasó zumbando a su lado. Gracie, una conductora prudente, agarró la manilla de la portezuela al percatarse que él estaba conduciendo el coche con la rodilla.
– Bien, es cierto…, lo sé, cariño, yo también desearía que hubiéramos podido hacerlo. El rodeo no viene por Chicago demasiado a menudo. -Cerró los dedos sobre la parte superior del volante, sosteniendo el teléfono entre la cabeza y el cuello-. No me digas eso. Ahora mismo tú eres la mejor, ¿oyes? Kitty y yo estuvimos bien hace un par de meses. Hizo el examen, pero no había estudiado lo suficiente y no superó la Superbowl del 89. Te llamaré tan pronto como pueda, querida.
Cuando colgó el teléfono, lo miró con curiosidad.
– ¿No se celan tus novias unas de otras?
– No, por supuesto que no. Sólo salgo con chicas agradables.
Y trataba a cada una de ellas como a una reina, sospechó ella. Incluidas las embarazadas.
– La Organización Nacional de Mujeres debería considerar seriamente demandarte.
Él pareció genuinamente sorprendido.
– ¿A mí? Amo a las mujeres. De hecho, más que la mayoría de los hombres. Tengo carnet de feminista.
– No dejes que Gloria Steinem [7] te oiga decir eso.
– ¿Por qué no? Ella es la que me dio el carnet.
Los ojos de Gracie se abrieron de golpe.
Él le dirigió una sonrisa picarona.
– Tengo que decirte que Gloria es una señora muy agradable.
Supo en ese mismísimo momento que no podía bajar la guardia cerca de él, ni por un momento.
Cuando los suburbios de Chicago dieron paso al campo de Illinois, le preguntó si podía usar el teléfono para llamar a Willow Craig, asegurándole que pagaría la llamada con su nueva tarjeta de crédito del trabajo. Eso pareció divertirlo.
Windmill había establecido el cuartel general en el Hotel Cattleman de Telarosa, y en cuanto la pusieron con su jefa, comenzó a explicarle su problema.
– Me temo que Bobby Tom insiste en ir en coche a Telarosa en vez de en avión.
– Pues hazle cambiar de opinión -contestó Willow con voz enérgica y decidida.
– Hice lo que pude. Desafortunadamente, no ha cambiado de idea. Estamos ahora en camino, acabamos de salir de Chicago.
– Eso me temía. -Pasaron varios segundos y Gracie pudo imaginar a su sofisticada jefa jugueteando con uno de los grandes pendientes que siempre llevaba puestos-. Tiene que estar aquí el lunes por la mañana a las ocho. ¿Has entendido?
Gracie miró de reojo a Bobby Tom.
– Puede que no sea tan fácil.
– Para eso te contraté. Se supone que puedes manejar a la gente difícil. Hemos invertido una fortuna en esta película, Gracie, y no podemos asumir más retrasos. Incluso la gente a la que no gusta el fútbol sabe quien es Bobby Tom Denton y hemos gastado muchísimo en publicidad para recalcar que esta es su primera película.
– Entiendo.
– Es demasiado escurridizo. ¡Nos ha llevado meses cerrar ese contrato y quiero que se empiece la película de una vez! No permitiré que nos lleve a la bancarrota únicamente porque tú no sabes realizar tu trabajo.
A Gracie se le hizo un nudo en el estómago mientras oía otros cinco minutos de advertencias sobre lo que pasaría si no conseguía que Bobby Tom estuviera en Telarosa a las ocho en punto del lunes por la mañana.