– Gracie, perdona que te lo diga, pero te estás poniendo realmente pesada.
– Lo sé y lo siento.
Una sonrisa surcó su rostro y desapareció cuando se detuvo delante de la última puerta del vestíbulo y deslizó la tarjeta magnética por la ranura. Parpadeó una luz verde y oprimió el pomo. Antes de entrar, se inclinó y le dio un rápido beso en los labios.
– Me ha encantado conocerte.
Alucinada, vio como le daba con la puerta en las narices. Le cosquilleaban los labios. Los presionó con las puntas de los dedos, deseando poder conservar allí su beso para siempre.
Pasaron unos segundos. El placer de su beso se desvaneció, y bajó los hombros bruscamente. Él iba a marcharse. Esa noche, al día siguiente por la mañana… No sabía cuándo, pero sabía que tenía intención de irse sin ella, y supo que no podía dejar que ocurriera.
Exhausta, apoyó su maleta sobre la alfombra, se sentó sobre ella y se apoyó contra la puerta. Simplemente tendría que pasar la noche allí. Doblando las rodillas apoyó en ellas los brazos y luego la mejillas sobre ellos. Si por lo menos le hubiera dado un beso de verdad…, los ojos se le cerraron.
Con una suave exclamación, cayó hacia atrás cuando se abrió la puerta a su espalda. Poniéndose en pie, se preparó para enfrentarse a Bobby Tom. Como él parecía particularmente sorprendido de verla, sospechó que había estado mirando por la mirilla, esperando que ella se fuera.
– ¿Qué crees que haces? -preguntó con exagerada paciencia.
– Trato de dormir.
– No pensarás pasar la noche delante de mi puerta.
– Si alguien me ve, sólo pensará que soy una de tus admiradoras.
– ¡Pensarán que eres una loca, eso es lo que pensarán!
Para alguien que era tan amable con todos los demás, ciertamente se había puesto borde con ella. A veces, ella también hacía eso con algunas personas.
– Si me das tu palabra de honor que no te irás sin mí por la mañana, pediré una habitación.
– Gracie, ni siquiera sé lo que haré dentro de una hora, así que mucho menos mañana.
– Entonces mucho me temo que me quedaré aquí.
Él se frotó la barbilla con el pulgar, un gesto que ella ya había notado que significaba que él había tomado una decisión sobre algo pero que quería que pareciera que aún estaba pensándolo.
– Mira. Es demasiado temprano para dormir. Podemos entretenernos juntos.
A pesar de que estaba agradecida, se preguntó qué consideraría entretenimiento para él.
Entró su maleta en la suite y cerró la puerta. Cuando ella pasó, percibió una amplia sala decorada en colores verde y melocotón.
– Esto es precioso.
Él miró alrededor como si lo viera por primera vez.
– Supongo que es agradable. No lo había notado.
¿Cómo podía no haber notado algo tan maravilloso? Había un grupo de sofás y de sillas ocupando el centro de la habitación. Había un escritorio delante de un gran ventanal y montones de flores llenaban la estancia de color. Ella lo contempló con deleite.
– ¿Cómo es posible que no lo hayas notado?
– He estado en tantos hoteles que supongo que ya no me fijo.
Ella apenas lo oyó mientras se acercaba a las ventanas y miraba el agua oscura que corría por debajo y las luces centelleantes.
– Ese es el río Mississippi.
– Ajá. -Él se quitó el stetson y entró en el dormitorio.
La admiración la embargó mientras trataba de asimilar que iba a permanecer en una habitación con una vista tan maravillosa. Se paseó de un lado a otro, probó la comodidad del sofá y las sillas, abrió los cajones del escritorio y tocó el material que tenía encima. Fijó la atención en el imponente mueble que contenía la televisión. Sus ojos automáticamente leyeron la guía de las películas de la semana y se detuvieron en una que se llamaba Red Hot Cheerleaders [10].
Las palabras la llamaron. Las pocas ocasiones que se había alojado en un hotel, había estado tentada en ver una de esas películas para adultos, pero pensar que podía aparecer en su cuenta, donde cualquiera lo podría ver siempre la desalentaba.
– ¿Quieres ver algo?
Levantó la cabeza de golpe cuando Bobby Tom apareció detrás de ella.
Ella dejó caer la guía de películas.
– Oh, no. Ya no es hora. Es demasiado tarde. De verdad, deberíamos… tendríamos que madrugar…
– Gracie, ¿estabas mirando el titulo de una peli porno?
– ¿Una peli porno? ¿Yo?
– Tú. Eso es exactamente lo que estabas haciendo. Apuesto algo que nunca has visto una peli porno en tu vida.
– Por supuesto que sí. Un montón.
– Dime algún título.
– Una proposición indecente es bastante erótica.
– ¿Una proposición indecente? ¿Es esa tu idea de una peli porno?
– Lo es en New Grundy.
Él sonrió ampliamente y miró la guía TV.
– Pit stop for passion [11] acaba de empezar, ¿quieres verla?
Su moralidad apenas pudo más que su curiosidad.
– No apruebo ese tipo de cosas.
– No te he preguntado si la apruebas. Te he preguntado si la quieres ver.
Ella vaciló demasiado tiempo.
– Creo que no.
Él se rió, tomó rápidamente el mando y encendió la tele.
– Acomódate en el sofá, señorita Gracie. No me perdería esto por nada del mundo.
Él ya estaba presionando los botones para acceder a la película de adultos. Ella intentó parecer renuente y remilgadamente cruzó las manos sobre su regazo.
– Quizá vea un poco. Siempre me han gustado las películas de carreras de coches.
Bobby Tom se rió tanto que casi se le cayó el mando. Él continuaba riéndose cuando la pantalla se llenó con cuatro cuerpos desnudos y contorsionantes.
Ella sintió como comenzaban a llamearle las mejillas.
– Oh, Dios. -Bobby Tom se rió entre dientes y se sentó a su lado-. Dime si tienes algún problema para coger la trama. Estoy seguro de haberla visto antes.
No había trama; Se dio cuenta de eso en pocos minutos. Sólo unos cuerpos desnudos pasándoselo bien encima de un deportivo rojo.
Bobby Tom apuntó hacia la pantalla.
– ¿Ves a esa morena con el cinturón de herramientas rodeando su cintura? Es la mecánica principal. La otra mujer es su ayudante.
– Y ese chico con esa gran…
– Sí -susurró Gracie-. El de la derecha.
– No, cariño. Ese no. Te hablo del que tiene las manos bien grandes. Como sea, es el dueño del coche. Él y su amigo lo han llevado para que las chicas le arreglen la válvula.
– ¿Arreglar la válvula?
– Y una manguera que tiene un agujero que requiere atención.
– Ya veo.
– Les preocupa la junta de la culata. Y la inclinación de la varilla del aceite.
Gracie se giró rápidamente y vio que su pecho se estremecía.
– ¡Te lo estás inventando!
Él soltó una carcajada y se enjugó las lágrimas.
Ella alzó la barbilla.
– Podría coger la trama yo sola si dejaras de hablar.
– Si, señora.
Gracie se giró hacia la pantalla y tragó con dificultad cuando el hombre de las manos grandes sumergió una en una lata de aceite y después dejó que goteara sobre el pecho desnudo de la mecánica principal. Su pezón se arrugó cuando las gotitas de aceite resbalaron sobre el montículo blanco. Los mismos pezones de Gracie se tensaron en respuesta.
Los juegos sexuales continuaron y Gracie no pudo apartar los ojos de la pantalla, aunque era dolorosamente consciente de que no estaba sola. Se lamió los labios resecos. Su corazón latía con fuerza. Nunca había pasado tanta vergüenza ni había estado tan excitada en toda su vida; quería hacer cada cosa que estaba viendo en la pantalla con el hombre que estaba sentado a su lado.