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El actor de las manos grandes comenzó a jugar con el cinturón de herramientas de la mujer. Su boca siguió el camino de sus dedos, más abajo y más abajo. La humedad surgió entre los pechos de Gracie cuando su lengua se paseó por una grieta justo a la izquierda del conector.

Ella apretó los muslos y se retorció. Bobby Tom cambió de postura. Ella lo miró por el rabillo del ojo y vio para su alivio que la miraba a ella en vez de a la pantalla. Y ya no se reía.

– Tengo unas cosas que hacer -dijo él bruscamente-. Apágala cuando quieras. -Cogiendo con rapidez el maletín del ordenador, entró en el dormitorio.

Gracie lo siguió con la mirada desconcertada. ¿Por qué estaba tan gruñón de repente? Y luego su mirada regresó a la pantalla.

¡Oh, Dios!

*****

Bobby Tom permaneció de pie en el dormitorio a oscuras y miró ciegamente por la ventana. De fondo, oía los gemidos y susurros de la televisión. Jesús. En los últimos seis meses no había tenido ni el más leve interés en hacer el amor con ninguna de las bellas mujeres que se le ponían por delante como trofeos, pero hacía un momento, Gracie Snow, con su cuerpo delgado, sus feas ropas, el peinado más horroroso que había visto en una mujer y unos modales tan mandones que hacían rechinar sus dientes lo había puesto duro.

Apoyó los nudillos contra el marco de la ventana. Si no fuera tan ridículo, se reiría. Esa película no era ni siquiera totalmente pornográfica, pero en cinco minutos, ella estaba tan absorta que podría haber explotado una bomba y no se habría enterado.

Por un momento mientras la estaba observando, había realmente considerado aceptar lo que ella parecía ofrecer, y eso era lo más estúpido de todo. Él era Bobby Tom Denton, por el amor de Dios. Puede que estuviera retirado, pero eso no quería decir que tuviera que rebajarse a estar con un caso de caridad como Gracie Snow.

Dándole la espalda a la ventana, él caminó hacia el escritorio, enchufó el modem del portátil a la línea telefónica y se sentó. Pero dejó caer las manos antes de meter las contraseñas de su correo electrónico. No estaba de humor para ninguno de sus contratos.

Él seguía viendo la expresión de la cara de Gracie cuando había visto el río Mississippi. ¿Cuánto había pasado desde que él había sentido un entusiasmo similar? Durante todo el día, Gracie le había mostrado cosas en las que no se fijaba desde hacía años: la forma de una nube, el conductor de un camión que se parecía a Willie Nelson, un niño que los saludaba desde la ventanilla trasera de una caravana familiar. ¿Cuándo había dejado de disfrutar de esos placeres simples?

Él miró el teclado y recordó cuánto le solía gustar los regateos. Al principio le había divertido la bolsa, pero luego había comprado acciones de una pequeña empresa de deportes. Después, había invertido su dinero en una emisora de radio y de un equipo de tercera. Había cometido algunos errores, pero también había hecho mucho dinero. Ahora no podía recordar en qué punto había dejado de disfrutar. Había pensado que hacer una película podía ser una buena manera de distraerse, pero tampoco parecía emocionarle mucho la idea.

Se frotó los ojos con el pulgar y el índice. Esta noche le había prometido a Shag ayudarle en su nuevo restaurante. Le había prestado dinero a Ellie y le había dicho a AJ que su sobrino podría entrevistarle para el periódico de su colegio. Tal y como lo veía, cualquier persona que tenía su suerte, no tenía derecho a decir que no, pero algunas veces se sentía agobiado por todas las demandas que le hacían.

Ahora tenía que ir a Telarosa para resolver otra deuda que tenía con el pequeño pueblo que lo había visto crecer, y lo temía. A pesar de haber insistido en que la película se rodara allí, no estaba preparado para enfrentarse a todo eso. Él sabía que estaba acabado, pero ellos no lo sabían y aún esperaban mucho de él.

Su presencia revolvería las cosas, como siempre hacía, y no todo el mundo le daría la bienvenida con los brazos abiertos. Se había recuperado de un sucio enfrentamiento con Way Sawyer hacía unos meses por el plan de Sawyer de cerrar Tecnologías Rosa, la empresa electrónica que movía la economía de Telarosa. Ese era un hombre despiadado y Bobby Tom no tenía ningunas ganas de verlo otra vez. Tendría que tratar también con Jimbo Thackery, el nuevo jefe de policía y enemigo de Bobby Tom en sus días de colegio. Y sobre todo, tendría detrás un montón de mujeres que no tenían ni la más remota idea de que su carrera sexual se había enterrado junto con su carrera futbolística y, que costara lo que costase, debían seguir en la ignorancia.

Miró ciegamente el teclado. ¿Qué iba a hacer el resto de su vida? Llevaba tanto tiempo viviendo con la gloria que no tenía ni idea de cómo vivir sin ella. Desde niño siempre había sido el mejor: del estado, de los Estados Unidos, de la liga Profesional. Pero ya no era el mejor. Se suponía que los hombres de éxito tenían este tipo de crisis a los sesenta años. Pero él se había retirado con treinta y tres y no tenía ni idea de qué iba a hacer. Sabía como ser receptor, como ser el mejor jugador, pero no tenía ni idea de cómo ser una persona normal.

Un gemido femenino particularmente prolongado llegó desde la televisión e interrumpió sus pensamientos; frunció el ceño al recordar que no estaba solo. La diversión genuina se había vuelto rara poco a poco en su vida, pero Gracie Snow lo había entretenido durante todo el día. Sin embargo, al recordar la reacción de su cuerpo ante su deseo, ya no se reía. Excitarse ante un caso de caridad como Gracie, era -y no quería examinarlo más detenidamente- de alguna manera la indignidad final, un símbolo tangible de hasta dónde había descendido. No es que ella no fuese una señora realmente agradable, pero definitivamente no era el tipo de Bobby Tom Denton.

En ese mismo momento tomó una decisión. Ya tenía suficientes problemas en su vida y no necesitaba más. A primera hora de la mañana, se desharía de ella.

capítulo 4

Se oían las campanas de la iglesia a través de la ventana cuando Gracie se acercó a la puerta del dormitorio y golpeó suavemente.

– Bobby Tom, llegó el desayuno.

Nada.

– ¿Bobby Tom?

– Eres real -gimió él-. Esperaba que fueses sólo una pesadilla.

– Pedí el desayuno al servicio de habitaciones y ya llegó.

– Vete.

– Son las siete. Tenemos doce horas de coche por delante. De verdad, necesitamos ponernos ya en marcha.

– Esta habitación tiene balcón, cariño. Como no me dejes en paz, te tiro por él.

Ella se retiró de la puerta del dormitorio y caminó hacia la mesa, donde mordisqueó una tortita de arándanos, pero estaba demasiado cansada para comer. Durante toda la noche, se había despertado ante el más leve ruido, pensando que era Bobby Tom saliendo de puntillas mientras dormía.

A las ocho, después de haber llamado a Willow para informale de los dudosos progresos de su viaje, intentó otra vez despertarlo.

– Bobby Tom, ¿por qué no te despiertas para que podamos seguir viaje?

Nada.

Ella abrió la puerta suavemente y se le secó la boca cuando lo vio tumbado sobre el estómago con la sábana enredada alrededor de sus caderas. Tenía las piernas abiertas y una de ellas estaba doblada. A pesar de las cicatrices que tenía en la rodilla derecha, eran fuertes y bellas. Su piel era bronceada contra la blanca sábana y el vello dorado de sus pantorrillas brillaba tenuemente bajo la luz de la mañana que se colaba por las cortinas. Tenía un pie oculto bajo la manta que había a los pies de la cama; el otro estaba al aire, era estrecho y con un empeine alto y bien definido. Sus ojos se demoraron sobre las feas cicatrices rojas que fruncían su rodilla derecha, luego subieron por sus muslos y la sábana que rodeaba sus caderas. Si esa sábana estuviera cinco centímetros más arriba…