Él pareció ligeramente asombrado.
– ¿No?
– No, no lo hago. ¡No haces más que soltar trolas!
– ¿Trolas? -Elevó una de las comisuras de su boca-. Ahora estás en Texas, cariño. Aquí abajo, francamente, se dice…
– ¡Sé como lo decís!
– Estás bien gruñona esta noche. Te voy a decir algo que te animará. ¿Qué te parece si te dejo sacarme de la cama a las seis de la mañana? Iremos directamente a Telarosa. Deberíamos estar allí para el almuerzo.
Ella clavó los ojos en él.
– Estás de broma.
– Solo un ser despreciable bromearía sobre algo que te importe tanto.
– ¿Me prometes que iremos directamente allí? ¿No a un rancho de avestruces o a visitar primero a tu maestra de la guardería?
– ¿Eso he dicho, no?
Su irascibilidad se evaporó.
– Sí. Bien. Sí, eso suena maravilloso.
Ella se reclinó en el asiento segura de una cosa. Si finalmente iban a Telarosa por la mañana, entonces sería porque Bobby Tom había decidido hacerlo, no porque ella quisiera ir.
Él se volvió hacia ella.
– Sólo por curiosidad ¿por qué no te crees lo de los casos de paternidad? Tengo un record público.
Ella había hablado impulsivamente, pero mientras reconsideraba lo que había dicho, se convenció de que eso era simplemente otro ejemplo de cómo Bobby Tom retorcía la verdad.
– Te puedo imaginar haciendo muchas maldades, especialmente a mujeres, pero no te puedo imaginar abandonando a un hijo tuyo.
Él la recorrió con la mirada y las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa casi imperceptible. Se amplió mientras devolvía la atención a la carretera.
– ¿Y bien? -lo miró con curiosidad.
– ¿Realmente lo quieres saber?
– Si es la verdad en vez de una de esas historias que le cuentas al resto del mundo, si.
Él ladeó el ala del stetson un centímetro hacia delante.
– Hace mucho tiempo una amiga me lió en un caso de paternidad. Si bien estaba seguro que el bebé no era mío, me hice los análisis pertinentes. Te lo aseguro, su ex-novio era el culpable, pero como era un hijo de la gran puta, decidí ayudarla un poco.
– Le diste dinero. -Gracie había observado a Bobby Tom en acción lo suficiente como para saber como actuaba.
– ¿Por qué debería de sufrir un niño inocente sólo porque su viejo es un imbecil? -Se encogió de hombros-. Después se corrió la voz de que era presa fácil.
– ¿Y llegaron más casos de paternidad?
Él asintió con la cabeza.
– Déjame adivinar. En vez de negarlos, llegaste a acuerdos.
– Sólo un par de pequeños fondos fiduciarios para cosas de primera necesidad -contestó él a la defensiva-. Caramba, he ganado más dinero del que puedo gastar y todas firmaron documentos admitiendo que yo no era el padre. ¿Dónde está el daño?
– En ningún sitio, supongo. Pero no es justo. No deberías de pagar tú los errores de otras personas.
– Ni los niños.
Ella se preguntó si él pensaba en la tragedia de su propia infancia, pero su expresión era ilegible, así que no podía asegurarlo.
Él presionó los botones del teléfono del coche y sostuvo el aparato contra su oreja.
– ¿Bruno, te desperté? Bueno. Mira, es que no tengo el número de Steve Cray. Llámalo y dile que vuele en el Barón hasta Telarosa. Mañana. -Se metió en el carril izquierdo-. Bien. Bueno, así puedo hacer algún vuelo cuando no trabaje. Gracias, Bruno.
Colgó el teléfono y comenzó a canturrear “Luckenbach, Texas ”.
Gracie luchó para hablar sin sonar alterada.
– ¿El Barón?
– Es una pequeña avioneta con dos motores turbo. La tengo en un aeródromo a media hora de mi casa de Chicago.
– ¿Me estás diciendo que sabes pilotar un avión?
– ¿No te lo había dicho?
– No. -Lo dijo entrecortadamente-. No lo hiciste.
Él se rascó la cabeza.
– Bueno, tengo licencia para pilotar desde… veamos… hace unos nueve años.
Ella apretó sus dientes.
– Y tienes una avioneta.
– Es pequeña, cariño.
– ¿Y carnet de piloto?
– Eso es.
– ¿Entonces por qué hemos venido en coche a Telarosa?
Él pareció herido.
– Era lo que me apetecía, eso es todo. -Ella dejó caer la cabeza entre las manos y trató de invocar una imagen de él desnudo en el desierto con los buitres comiéndose su carne y las hormigas paseando por las cuencas de sus ojos. Desafortunadamente, no era una imagen lo suficientemente horripilante. Otra vez, él había hecho exactamente lo que quería sin pensar en nadie más.
– Esas mujeres no saben lo afortunadas que son -masculló.
– ¿De qué mujeres hablas?
– De todas esas que suspendieron tu examen de fútbol.
Él se rió entre dientes, encendió un cigarro y siguió cantando “Luckenbach, Texas”.
Fueron hacia el suroeste de Dallas, rodando entre pastizales salpicados por rebaños de vacas y sombreados por árboles. Cuando el terreno se hizo más montañoso y rocoso, comenzó a ver señales de ranchos y algunos ejemplos de la fauna salvaje locaclass="underline" codornices, liebres y algún pavo alocado. Telarosa, según la informó Bobby Tom, se asentaba cerca de Texas Hill Country, a doscientos kilómetros de cualquier punto importante. Por ese relativo aislamiento no había prosperado pueblos como Kerrville o Fredericksburg.
En la conversación con Willow esa mañana, su jefa había ordenado que llevara a Bobby Tom directamente a Lather, un rancho de caballos varios kilómetros al Este de los límites del pueblo, donde estaban rodando, así que Gracie no conocería el pueblo hasta la tarde. Como él parecía conocer el lugar que Willow había descrito, Gracie se abstuvo de leer las instrucciones en voz alta.
Tomaron una carretera de asfalto estrecha y sinuosa.
– Gracie, esa película que vamos a hacer… Tal vez sería mejor si me contaras algo sobre ella.
– ¿Algo cómo qué? -Quería tener buena apariencia al llegar y metió la mano en el bolso para coger un peine. Se había puesto el traje azul marino esa mañana, así que parecía toda una profesional.
– Bueno, el argumento en primer lugar.
Gracie dejó quieta las manos.
– ¿Estás diciéndome que no has leido el guión?
– No he tenido tiempo de hacerlo.
Ella cerró su bolso y lo estudió. ¿Por qué un hombre aparentemente inteligente como Bobby Tom aceptaría rodar una película sin siquiera haber leído el guión? ¿Era tan inconsciente? Sabía que no estaba demasiado entusiasmado con el proyecto, pero aún así, había pensado que tendría algún interés. Debía haber alguna razón, aunque no podía ser…
En ese momento quedó sobrecogida por una horrible sospecha, una que la hizo sentir casi enferma. Impulsivamente, extendió la mano y la curvó sobre su brazo.
– Lo puedes leer, ¿no, Bobby Tom?
Giró la cabeza rápidamente con los ojos brillando por la indignación.
– Por supuesto que lo puedo leer. Ya sabes que me licencié en la Universidad.
Gracie sabía que algunas universidades les daban a sus estrellas de fútbol un trato de favor en cuestiones académica, por lo que no abandonó sus sospechas.
– ¿En qué carrera?
– Gestión de Juego.
– ¡Lo sabía! -Se sintió llena de simpatía-. No tienes porqué mentirme. Sabes que puedes confiar en mí para decirme cualquier cosa. Podemos trabajar juntos para mejorar tu nivel de lectura. Nadie tendría que saberlo. -Se interrumpió al ver el brillo de sus ojos. Tardíamente, recordó el maletín del pórtatil y rechino los dientes-. Te estás burlando de mí.