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Aunque los de Telarosa habían seguido su carrera, Sawyer nunca había regresado al pueblo. Por consiguiente, todo el mundo se sorprendió cuando después de anunciar su retiro de la empresa, había mostrado un gran interés por Tecnologías Rosa y había anunciado su intención de adquirir la compañía. Tecnologías Rosa era una patata para un hombre con la reputación de Sawyer y habían aparecido rumores sobre que cerraría la planta y trasladaría todos los contratos a una planta de San Antonio. De ahí en adelante, los ciudadanos de Telarosa habían estado convencidos de que Sawyer sólo había comprado Tecnologías Rosa para vengarse del pueblo por no haberlo tratado mejor cuando era niño. Por lo que Bobby Tom sabía, no había negado el rumor.

Sawyer señaló con el cono la rodilla lesionada de Bobby Tom.

– Veo que ya no llevas bastón.

Bobby Tom apretó los dientes. No le gustaba pensar en esos largos meses cuando se había visto forzado a caminar con bastón. En marzo pasado, durante su recuperación, se había encontrado con Sawyer en Dallas a instancia del consejo municipal para tratar de persuadirle de no cerrar la planta. Había sido una reunión infructífera, y Bobby Tom le había tomado una fuerte aversión a Sawyer. Cualquiera que fuera lo suficientemente cruel como para arruinar el bienestar de un pueblo entero no merecía llamarse ser humano.

Con un golpecito de la muñeca, Way lanzó su cono apenas sin comer sobre el cesped quemado.

– ¿Cómo llevas la retirada?

– Si hubiera sabido que me divertiría tanto, lo habría dejado hace un par de años -dijo Bobby Tom con expresión dura.

Sawyer se chupó el pulgar.

– He oido que vas a convertirte en una estrella de cine.

– Alguno de nosotros dos tiene que traer dinero al pueblo.

Sawyer sonrió y sacó un juego de llaves del bolsillo.

– Hasta la vista, Denton.

– ¿Bobby Tom, eres tú? -El chillido de mujer provenía de un Olds azul que justo acababa de entrar en el aparcamiento. Toni Samuels, que había jugado al bridge con su madre durante años, corrió hacia él y luego se detuvo al ver con quien estaba hablando. Su cara pasó de la bienvenida a la hostilidad. Nadie ocultaba que Way Sawyer era el hombre más odiado de Telarosa, en el pueblo lo consideraban un paria.

A Sawyer no pareció importarle. Palmeando las llaves, le dirigió a Toni un saludo cortés con la cabeza y luego se giró hacia el BMW granate.

Treinta minutos más tarde, Bobby Tom aparcaba delante de una gran casa blanca de estilo colonial en una calle sombreada de árboles. La luz que salía de las ventanas delanteras salpicaba la acera cuando se acercó. Su madre era como una lechuza, lo mismo que él.

El que nadie en el DQ hubiera visto a Gracie había aumentado su preocupación y había decidido detenerse y ver si a su madre se le ocurría alguna idea más de cómo localizar a una persona desaparecida antes de visitar a Jimbo. Conservaba una copia de la llave debajo de la maceta de geranios, pero llamó al timbre porque no quería asustarla.

La espaciosa casa de dos pisos tenía los postigos negros y una puerta roja como los arándanos y una aldaba de latón. Su padre, que había levantado una pequeña agencia de seguros que durante años fue la más exitosa de Telarosa, había comprado la casa cuando Bobby Tom fue a la universidad. La casa donde Bobby Tom había crecido era una pequeña casa de un solo piso que el consejo municipal había cometido la tontería de querer convertir en atracción turística, y que estaba al otro lado del pueblo.

Suzy sonrió cuando abrió la puerta y lo vio.

– Hola, cielito.

Él se rió del nombre con el que lo llamaba desde que podía recordar y, entrando, la cogió por la barbilla. Ella colocó sus brazos alrededor de su cintura y le dio un abrazo.

– ¿Has comido algo?

– No sé. Supongo.

Ella lo miró con tierna reprimenda.

– No sé por qué tuviste que comprar esa casa cuando yo tengo tantas habitaciones vacías. No comes bien, Bobby Tom. Sé que no lo haces. Ven a la cocina. Me ha quedado algo de lasaña.

– Suena bien. -Lanzó su sombrero a la percha del latón en la esquina del vestíbulo.

Ella lo miró, arrugando el ceño inquisitivamente.

– Lamento molestarte, ¿pero por qué no hablas tú con el del tejado? Tu padre se ocupaba siempre de ese tipo de cosas y no estoy segura de que tengo que hacer.

Oír ese tipo de dudas en la mujer que competentemente supervisaba el presupuesto de la escuela pública preocupaba a Bobby Tom, pero reprimió sus sentimientos.

– Le llamé esta tarde. Te da un buen precio, y creo que deberías hacerlo.

Por primera vez se percató que las puertas que llevaban a la sala de estar estaban cerradas. No podía recordar haberlas visto nunca cerradas por completo y las señaló con la cabeza.

– ¿Qué pasa?

– Come primero. Te lo diré más tarde.

Él comenzó a seguirla, pero se paró en seco al oir un sonido extraño y amortiguado.

– ¿Hay alguien durmiendo ahí?

En cuanto soltó la pregunta se percató de que su madre estaba vestida para dormir, con una bata de seda azul claro. Sintió una punzada dolorosa. Ella nunca había mencionado nada sobre que viera a otros hombres desde que su padre había muerto, pero eso no quería decir que no lo hiciera.

Se dijo a sí mismo que era su vida, y él no era quien para interferir. Su madre era todavía una mujer bella, y merecía toda la felicidad que pudiera encontrar. Él ciertamente no quería que estuviera sola. Pero por más que trataba de convencerse a sí mismo, le rechinaba la idea de su madre estando con cualquier hombre que no fuera su padre.

Él se aclaró la voz.

– Oye, si estás con alguien, lo entiendo. No tenía intención de interrumpir nada.

Ella pareció alarmada.

– Oh, no. En serio, Bobby Tom… -Se apretó el cinturón de la bata-. Gracie Snow está durmiendo allí.

– ¿Gracie? -El alivio lo invadió, casi seguido inmediatamente por la cólera. ¡Gracie lo había asustado de muerte! Y mientras él la imaginaba en una zanja en alguna parte, estaba en casa de su madre.

– ¿Y como acabó aquí? -preguntó en tono seco.

– La recogí en la carretera.

– ¿Estaba haciendo autostop? ¡Lo sabía! De todas las malditas tontas…

– No hacía autostop. Me detuve cuando la vi. -Suzy vaciló-. Como probablemente puedas suponerte, está algo enfadada contigo.

– ¡Pues no es la única que está enfadada! -Se giró hacia las puertas correderas, pero Suzy lo detuvo poniendo la mano sobre su brazo.

– Bobby Tom, ella ha estado bebiendo.

La miró.

– Gracie no bebe.

– Desafortunadamente, no me di cuenta de eso hasta que ya le había ofrecido vino frío.

La idea de Gracie bebiendo vino lo puso todavía más enfadado. Rechinando los dientes, dio otro paso hacia las puertas, sólo para que su madre lo detuviera otra vez.

– Bobby Tom, ¿sabes esas personas que se ponen contentas y mareadas cuando beben?

– Si.

Ella levantó una ceja.

– Gracie no es una de ellas.

capítulo 7

Gracie estaba acurrucada en el sofá con sus ropas arrugadas y su pelo color cobrizo suelto y revuelto. Tenía la cara manchada y los ojos y la nariz roja. Algunas mujeres podían ser bonitas cuando lloraban, pero Bobby Tom se dio cuenta de inmediato que Gracie no era una de ellas.