Parecía tan desgraciada que su cólera se desvaneció. Mientras la observaba, encontró dificil creer que esa lastimosa mujer fuera la misma hembra punzante y mandona que había hecho el peor striptease de la historia, se había tirado como una bala humana sobre la puerta de su coche, había saboteado su T-Bird y le había largado a Slug McQuire una abrasadora conferencia sobre el acoso sexual despues de que le hubiera dado una palmada demasiado fuerte en el trasero a una de las camareras de Whoppers.
Normalmente, habría huído de una mujer llorando como de un enjambre de abejas asesinas; pero esa mujer era Gracie y de alguna manera se había convertido en su amiga, así que hizo una excepción.
Suzy lo miró con impotencia.
– La invité a pasar la noche. Estaba bien en la cena, pero cuando volví de la Junta, me la encontré así.
– Saldrá adelante.
Al oír su voz, Grade levantó la mirada, mirándolo con ojos llorosos y hipando.
– Ahora yo… -un sollozo interminable-…jamas tendré… -otro sollozo-… sexo.
Suzy salió disparada hacia la puerta.
– Con permiso, creo que hay unas tarjetas de navidad a las que tengo que poner la dirección.
Cuando desapareció, Gracie buscó a tientas la caja de kleenex que había sobre el sofá, a su lado, pero no la encontró por culpa de las lágrimas. Bobby Tom se acercó, sacó uno y se lo puso en la mano. Ella enterró allí su cara, con los hombros temblando y emitiendo un aullido lastimoso. Cuando se sentó a su lado, había decidido que, sin duda, era la borracha mas deprimente que había visto en su vida.
Él dijo muy suavemente:
– Gracie, cariño, ¿cuántos vasos de vino bebiste?
– Yo no bebo -dijo ella entre sollozos-. El alcohol es so-solo para los débiles.
Él frotó sus hombros.
– Entiendo.
Lo miró y, con el kleenex en la mano, señaló la pintura que colgaba sobre la chimenea. Su padre se la había regalado a su madre unas navidades cuando él tenía ocho años. Aparecía él, sentado sobre la hierba con las piernas cruzadas y abrazando al perro con el que había crecido, un labrador dorado llamado Sparky.
Ella señaló el retrato con el dedo.
– ¡Es dificil creer que un niño que parece tan simpático haya crecido para convertirse en un depravado mu-mujeriego, egoista e inmaduro, y una rata roba trabajos!
– Asi es la vida. -Le pasó otro kleenex-. Gracie, ¿podrás dejar de llorar el tiempo suficiente como para que podamos hablar?
Ella negó con la cabeza trémulamente.
– No p-puedo p-parar. ¿Y sabes por qué? Porque me voy a pasar el resto de mi vida comiendo puré de patata y oliendo a desin-desin-fectante. -Otro gemido-. ¿Sabes lo que pasa cuando vives rodeada de muerte todo el tiempo? ¡Qué tu cuerpo se seca! -Lo sorprendió al posar las manos sobre los pechos-. Se secan. ¡Me seco entera! ¡Me voy a morir sin haber tenido sexo!
Sus manos se inmovilizaron en sus hombros.
– ¿Me estás diciéndo que eres virgen?
– ¡Por supuesto que soy virgen! ¿Quién querría tener sexo con alguien tan pa-patético como yo?
Bobby Tom era demasiado caballeroso como para dejar pasar la ocasión.
– Pues cualquier hombre saludable con sangre en las venas, cariño.
– ¡Ja! -Apartó las manos de sus pechos y cogió otro kleenex.
– Lo digo en serio.
Incluso borracha, Gracie no le dejaba pasar ni una.
– Demuéstralo.
– ¿Qué?
– Ten sexo conmigo. Ahora mismo. ¡Sí! En este mismo momento. -Sus manos volaron hacia los botones de la parte delantera de su blusa blanca y comenzó a abrirlos.
Él detuvo sus brazos y los sujetó con fuerza mientras le dirigía una sonrisa cuando intentó soltarse.
– No podría hacer eso, cariño. No, contigo borracha.
– ¡No estoy borracha! Te lo dije antes, no bebo. -Se soltó de sus manos y torpemente se bajó la blusa por los brazos. Antes de que él se diera cuenta, estaba sentada ante él, desnuda de la cintura para arriba excepto por un sujetador transparente de color rosa con multitud de corazones diminutos estampados que parecían minúsculos mordiscos de amor como gotas derramadas sobre sus pechos.
Bobby Tom tragó saliva mientras se ponía duro en un microsegundo. Tuvo el salvaje pensamiento de que se estaba volviendo loco, por culpa de Gracie. Después de preocuparse en secreto porque su deseo sexual parecía haberlo abandonado en el mismo momento que su carrera había acabado, estaba ahora incluso más preocupado por sentirse excitado por una mujer tan sosa.
Ella miró la expresión de su cara y de pronto estalló en lágrimas otra vez.
– Tú no quieres tener s-sexo conmigo. Mis pe-pechos son muy pequeños. A ti sólo te gustan las mujeres que los tienen grandes.
Lo que ella había dicho era verdad, así que no entendía que fuera tan dificil apartar los ojos de las curvas insignificantes de su pecho. Probablemente era porque estaba cansado y estar de regreso a Telarosa había hecho bajar sus defensas emocionales y reaccionaba ante cualquier cosa. Tuvo cuidado en no herir sus sentimientos.
– Eso no es cierto, cariño. El tamaño no cuenta tanto como lo que una mujer hace con ellos.
– Yo no sé que hacer con ellos -gimió ella-. ¿Cómo se supone que debo saberlo cuando nadie me lo ha enseñado? ¿Cómo se supone que puedo saberlo cuando el ú-único hombre que me ha tirado los tejos es un callista que me quiso besar el empeine?
Él no tenía una buena respuesta para eso. Lo que sí sabía, sin embargo, era que quería que Gracie se volviera a poner la blusa.
Mientras se inclinaba hacia el suelo para recogerla, donde ella la había dejado caer, ella se puso tambaleantemente de pie.
– Supongo que aunque me desnude totalmente ante tus ojos, no me desearás.
Levantó la cabeza rápidamente justo a tiempo de ver como forcejeaba temblorosamente con el botón de su fea falda azul marino.
Él se puso de pie.
– Gracie, cariño…
Su falda cayó hasta sus tobillos y él realmente no pudo ocultar la sorpresa. ¿Quién habría pensado que esas feas ropas pudieran esconder un cuerpo tan bien hecho? En algún momento de la noche, ella se había quitado los zapatos y las medias y ahora estaba solo en sujetador y bragas. Sus pechos eran pequeños, cierto, pero tenía una estrecha cintura en perfecto equilibrio con ellos, redondas caderas bien proporcionadas, y piernas largas y delgadas. Se dijo a sí mismo que el gran contraste que presentaba con esas amazonas de músculos duros y entonados con las que llevaba saliendo tanto tiempo, era la única razón de que la encontrara tan atractiva. Sus caderas no eran rocas duras esculpidas por dos horas diarias de aerobic y sus bíceps no se habían moldeado con pesas. Tenía el cuerpo de una mujer normal, suave y delgado en algunos lugares y redondeado en otros.
Su entrepierna pulsó cuando vio que sus bragas hacían juego con el sujetador. Aunque las braguitas tenían un solo corazón estampado, una gran rosa justo en el centro que no era lo suficientemente grande como para esconder el vello rizado que sobresalía por los lados. Él experimentó el incontrolable deseo de despojarla de ellas allí mismo, en la sala de estar de su madre, con Sparky mirando. Quería abrir sus piernas y comprobar si ella estaba tan seca como decía. Y si lo estaba, quería usar cada truco que conocía para ponerla caliente, húmeda y lista para él.
Realmente encontró tentadora la idea. Pasar un par de horas bajo las sábanas con la señorita Gracie no iba a matarle. Casi sería un gesto humanitario. Luego la realidad se impuso. Lo último que necesitaba en su vida ahora mismo era otra mujer. Se trataba de deshacerse de ellas, no de añadir otra a la colección. Además, si bien tenía casi veinte años de experiencia sexual, no había estado nunca con una solterona de treinta años que probablemente se desmayaría si viese un hombre desnudo, por más que estuviera deseando probar la fruta prohibida.