Gracie miró fijamente la cara del bebé más feo que había visto nunca. Parecía un luchador de sumo en miniatura. Su nariz estaba aplastada, sus pequeños ojillos casi ocultos por la redondez de sus mejillas, y su barbilla apenas existía.
– Qué… bebé tan guapo -dijo cortesmente.
– Lo sé -asintió Natalie.
– Un nombre inusual.
– Es un nombre con solera -contestó a la defensiva. Luego pareció preocupada-. Acabo de llamar a mi marido para saber lo que había sucedido con la niñera. Se enteró anoche que es partidaria de que los bebés tomen cereales a los cuatro meses, así que de nuevo estamos en el punto de partida. Ahora está entrevistando a una de las niñeras que trabajaron con la familia real británica.
Gracie vio en la expresión de Natalie que era improbable que fuera lo suficientemente buena.
A regañadientes se excusó y caminó hacia Bobby Tom, sólo para perder el coraje en el último momento y desviarse hacia el camión de aprovisionamiento. Tal vez después de otra taza de café estaría preparada para enfrentarse a él.
capítulo 8
Bobby Tom estaba de un humor de perros. Observar crecer la hierba era más interesante que hacer una película. Todo lo que había hecho desde que había llegado allí el día anterior era caminar de un lado a otro sin la camisa al tiempo que bebía té helado de una botella de whisky y fingía arreglar la cerca del corral. Antes de que pudiera siquiera comenzar a sudar gritaban “corte” y tenía que detenerse. No le gustaba estar maquillado, no le gustaba estar bajo el sol sin su stetson y especialmente, no le gustaba que rociaran su pecho con aceite Johnson, ni siquiera cuando lo cubrían de suciedad.
Lo único que quería era protestar. Incluso habían quitado el botón superior de los vaqueros, con lo que no podía cerrarlos del todo. Se abrían involuntariamente en V hasta tal punto que no podía llevar debajo calzoncillos. Los vaqueros además eran pequeños para él y esperaba condenadamente no llegar a ponerse duro porque si lo hacía, todos iban a estar al tanto de lo que le estaba pasando.
Pero lo que lo había puesto de peor humor era que la mitad de la población de Telarosa se había presentado en el lugar de rodaje esa mañana con ánimo casamentero. Le habían presentado a tantas Tammys, Tiffanys y Tracys que tenía la cabeza hecha un bombo. Además allí estaba todo ese asunto con Gracie Snow. A la luz del día, el incidente de la pasada noche ya no le parecía tan gracioso.
Esa chica estaba tan necesitada sexualmente que era sólo cuestión de tiempo que encontrase a alguien que le rascase la picazón y dudaba que tuviese la suficiente presencia de ánimo para indagar en la salud sexual de su potencial amante antes de meterse en la cama con él. En New Grundy sus expectativas podían haber estado limitadas, pero allí, los hombres del equipo de rodaje excedían en mucho a las mujeres y probablemente no tendría que insistir demasiado para que uno de ellos tomara la virginidad de Gracie, especialmente si conllevaba ese dulce cuerpecito que ocultaban esas feas ropas. Resueltamente rechazó ese recuerdo en particular.
Era dificil creer que hubiera llegado intacta a los treinta años; aunque sus modales autoritarios y sus métodos para sabotear motores de coches, probablemente hubieran ahuyentado a gran parte de la población masculina de New Grundy. La había visto con Natalie Brooks hacía un rato. Cuando acabaron de conversar, ella se había dirigido derechita hacia él, pero entonces, repentinamente, había perdido el valor y se había dirigido hacia la caravana de aprovisionamiento, donde imaginó que Connie Cameron, una de sus antiguos ligues la había hecho pasar un mal rato. Ahora acechaba detrás de las cámaras, y, a menos que estuviera muy equivocado, estaba haciendo ejercicios de respiración para relajarse. Decidió acabar con su sufrimiento.
– Gracie, ¿puedes venir aquí, por favor?
Ella casi se cayó en redondo. Supuso que si él no se hubiera detenido la noche anterior, no estaría tan ansioso por enfrentarse a su mirada, y cuando ella se acercó, parecía que arrastraba bloques de hormigón en sus pies. Su arrugado traje azul marino parecía hecho para una monja de ochenta años, y se preguntó cómo alguien podía tener tan mal gusto al elegir la ropa. Ella se detuvo delante de él y se subió las gafas de sol a lo alto de la cabeza, donde se hundieron en la masa de su pelo. Él examinó sus ropas arrugadas, sus ojos rojos y su piel pálida. Lamentable.
Ella no se pudo enfrentar a su mirada, así que tuvo claro que estaba todavía avergonzada. Considerando los modales autoritarios que solía exhibir, se dio cuenta que tenía que probar otra estrategia si quería que no estuviera tan cortada en su compañía. Aunque normalmente no estaba en su naturaleza patear a alguien ya hundido, supo que no sería bueno para su futuro común si no le ponía la zancadilla ahora mismo y le recordaba quien era el jefe.
– Cariño, hay unos recados que tienes que hacer para mí. Ahora que trabajas para mí, he decidido que te dejaré conducir mi T-Bird contraviniendo mi buen juicio. Tienes que echarle gasolina. Mi cartera y las llaves están en la mesa de la caravana que me asignaron. Y hablando de la caravana. No está tan limpia como querría que estuviera. Tendrás que comprar una fregona y algún producto de limpieza cuando vayas al pueblo, así podrás ponerla como los chorros del oro.
Captó su atención de inmediato tal y como él había supuesto que haría.
– ¿Estás insinuando que esperas que limpie el suelo de tu caravana?
– Sólo lo que esté sucio. Y, cariño, cuándo vayas al pueblo, pasa por la farmacia y me compras una caja de condones.
Abrió la boca repentinamente escandalizada.
– ¿Quieres que te compre condones?
– Exactamente. Cuando eres un blanco andante de casos de paternidad, aprendes a ser realmente cuidadoso.
Un rubor subió desde su cuello al nacimiento del pelo.
– Bobby Tom, no voy a comprarte condones.
– ¿No lo harás?
Ella negó con la cabeza.
Él metió las puntas de sus dedos en el bolsillo de atrás de los vaqueros y sacudió la cabeza con pesar.
– Esperaba no llegar a estos extremos, pero veo que necesitamos aclarar cómo será nuestra relación desde el principio. ¿Recuerdas cúal es el nombre de tu nuevo puesto?
– Vengo a ser algo así como tu… eh… ayudante personal.
– Exactamente. Y eso quiere decir, se supone, que me ayudas personalmente.
– Eso no significa que sea tu esclava.
– Esperaba que Willow te lo hubiera explicado todo bien -suspiró-. Cuándo te explicó tus nuevas tareas, ¿no te dijo que yo era el jefe?
– Creo que lo mencionó.
– ¿Y no dijo nada sobre que se supone que harás lo que yo te diga que hagas?
– Ella… estoy segura que no se refería a eso… -dijo ella.
– Oh, te aseguro que lo hacía. A partir de ahora, soy tu nuevo jefe y siempre que obedezcas mis órdenes, nos llevaremos bien. Y ahora apreciaría que limpiaras ese suelo antes de que acabemos por hoy.
Pareció que sus fosas nasales expelían llamas y casi podía ver el vapor saliendo por sus orejas. Apretó los labios como si estuviera a punto de escupir explosivos y cogió su bolso.
– Muy bien.
Él esperó hasta que ella estuvo casi fuera de su alcance para llamarla.
– ¿Gracie?
Ella se giró, con ojos recelosos.
– Sobre los condones, cariño. Asegúrate que los coges extragrandes. Algo más pequeño me aprieta demasiado.
Hasta ese momento, Bobby Tom nunca había visto a una mujer sonrojarse sobre un sonrojo, pero Gracie lo hizo. Ella palpó su cabeza buscando las gafas de sol, las colocó bruscamente sobre los ojos y huyó.
Él se rió entre dientes con suavidad. Suponía que debería de sentirse mal por intimidarla de esa manera, pero sin embargo, estaba desproporcionadamente satisfecho consigo mismo. Gracie era una de esas mujeres que podían volver loco a un hombre si se lo permitía. Por esa razón, era mejor establecer el orden natural de las cosas desde el principio.