Una hora más tarde, con las compras hechas, sacaba el Thunderbird de Bobby Tom del aparcamiento de la farmacia. Sus mejillas todavía ardían cuando recordaba lo que había ocurrido allí dentro. Después de haberse recordado a sí misma que las mujeres modernas y socialmente responsables compraban condones a todas horas, reunió el descaro suficiente para comprarlos sólo para ver venir a Suzy Denton hacia ella justo en ese momento.
La caja reposaba delante de ella como una granada sin espoleta. Suzy la vio, claro está, e inmediatamente se puso a estudiar la foto de un perro bicéfalo de la primera plana de un periódico sensacionalista. Gracie quiso morirse.
Ahora compartía sus sentimientos con Elvis, que estaba a su lado en una sillita de bebé.
– Cuando creo que no puedo pasar más vergüenza delante de Suzy, pasa siempre algo más.
Elvis eructó.
Ella sonrió a pesar de sí misma.
– Que fácil es decir eso. Tu no tuviste que comprar los condones.
Él se rió con satisfacción y sopló una burbuja de saliva. Cuando estaba a punto de abandonar el rancho, se había topado con Natalie, que frenéticamente miraba alrededor tratando de encontrar a alguien responsable al que encomendar a Elvis durante una hora, mientras ella rodaba la primera escena del día. Cuando Gracie se presentó voluntaria, Natalie la había cubierto de gratitud y de una larga serie de instrucciones, relajándose finalmente cuando Gracie había comenzado a tomar apuntes.
La resaca de Gracie había desaparecido y ya no le dolía la cabeza. Había recuperado un vestido limpio, uno de un triste negro y dorado todo arrugado. Había recuperado la maleta del maletero y se había cambiado de ropa antes de dirigirse hacia donde estaba en ese momento. Ahora, se sentía otra vez humana.
Acababa de llegar al límite del pueblo cuando un olorcillo delatador llegó a su nariz, seguido por los sonidos desafortunados de un bebé al que no le gustaba llevar un pañal sucio. Lo miró.
– Hueles fatal.
Él frunció la cara y comenzó a gemir. No había tráfico, así que echó el coche a un lado, donde se dispuso a cambiar al bebé. Acababa de ponerse detrás del volante cuando sintió el crujido de la grava.
Mientras se volvía a sentar, observó a un hombre con un imponente traje gris que se bajaba de un BMW granate aparcado detrás de ella en la carretera. Para ser un hombre mayor, era muy atractivo: pelo oscuro moteado de gris, cara atractiva y un cuerpo en forma que no parecía tener ni un gramo de grasa de más.
– ¿Necesita ayuda? -preguntó, parándose al lado del coche.
– No, pero muchas gracias. -Señaló el bebé con la cabeza-. Tuve que cambiar un pañal.
– Ya veo. -Él le sonrió, y ella respondió con otra sonrisa. Era bonito saber que había personas preocupadas en el mundo dispuestas a echar una mano a otras personas.
– ¿Éste es el coche de Bobby Tom Denton, no?
– Sí, lo es. Soy su ayudante, Gracie Snow.
– Encantado, Gracie Snow. Soy Way Sawyer.
Sus ojos se abrieron ligeramente cuando recordó las conversaciones que había oído sin querer por el teléfono del coche entre Bobby Tom y el alcade Baines. Ese era el hombre sobre el que hablaban en toda Telarosa. Se percató que era la primera vez que oía el nombre de Way Sawyer sin las palabras “hijo de puta” delante.
– Observo que ha oído hablar de mi -dijo él.
Ella salió al paso.
– Llevo sólo un día en el pueblo.
– Entonces sí ha oído hablar de mi. -Él sonrió ampliamente y señaló a Elvis con la cabeza, que comenzaba a retorcerse en su asiento otra vez-. ¿Es suyo ese bebé?
– Oh, no. Es de Natalie Brooks, la actriz. Lo estoy cuidando.
– Este sol no es bueno -dijo-. Será mejor que regrese. Encantado de conocerla, Gracie Snow. -Saludó, y dándose la vuelta, se encaminó a su coche.
– Encantada de conocerle también, Sr. Sawyer -gritó Gracie-. Y gracias por detenerse. No todo el mundo lo haría.
Él agitó una mano y, cuando ella se reincorporó a la carretera, se preguntó si la gente de Telarosa no exageraría con respecto a la vileza del Sr. Sawyer. Le había parecido un hombre muy agradable.
A pesar de su pañal seco, Elvis arrugó la cara y comenzó a llorar. Ella miró el reloj y vio que había pasado una hora.
– Es el momento de regresar, vaquero.
La bolsa con la caja de condones chocó contra su cadera y recordó su intención de no ignorar los defectos de Bobby Tom sólo porque se había enamorado de él. Con un suspiro de resignación, aceptó que tenía que tomar cartas en el asunto. Si bien él era oficialmente su jefe y hacía latir su corazón a toda velocidad, él necesitaba recordar que no podía pisotearla sin aceptar las consecuencias.
– Cuatro.
– Paso.
– Paso.
Nancy Kopek le dirigió a su pareja de bridge un suspiro de exasperación.
– Así no, Suzy. Te pedía ases. No deberías haber pasado.
Suzy Denton sonrió como pidiendo disculpa a su pareja.
– Lo siento. Perdí la concentración. -En vez de en la partida de bridge, se había puesto a pensar en lo que había sucedido en la farmacia algunas horas antes. Gracie parecía prepararse para hacer el amor con su hijo y como le caía muy bien, no quería que Bobby Tom le hiciera daño. Nancy inclinó la cabeza hacia las otras dos mujeres que se sentaban a la mesa-. Suzy está ida porque Bobby Tom está en casa. No se ha centrado en toda la tarde.
Toni Samuels se inclinó hacia adelante.
– Le vi en el DQ anoche, pero no tuve oportunidad de mencionarle a mi sobrina. Se volverá loco por ella.
La pareja de Toni, Maureen, frunció el ceño y echó un seis de espadas.
– Mi Kathy es bastante más su tipo que tu sobrina, ¿no crees, Suzy?
– Voy a por bebidas. -Suzy se levantó, contenta de tener una excusa para escapar unos minutos. Normalmente disfrutaba las partidas de bridge de los jueves por la tarde, pero la de ese día no le estaba gustando nada.
Cuando llegó a la cocina, colocó las gafas en el mostrador y se dirigió a la ventana en vez de ir hacia la nevera. Observó como un pájaro revoloteaba y se posaba sobre el magnolio del fondo del patio; inconscientemente presionó con la punta de los dedos el parche transparente que suministraba a su cuerpo el estrógeno que él mismo ya no producía. Parpadeó para eliminar el aguijón repentino de las lágrimas. ¿Cómo era posible que fuera tan vieja como para tener la menopausia? Parecía como si sólo hubieran pasado unos años desde ese día caluroso de verano cuando se había casado con Hoyt Denton.
Una oleada de desesperación la invadió. Había perdido tanto. Él había sido su marido, su amante, su mejor amigo. Había perdido su olor a limpio cuando salía de la ducha. Había perdido la sensación de sus brazos rodeándola, las palabras de amor que murmuraba en su oído cuando la empujaba a la cama, su risa, sus chistes malos y sus horribles bromas. Mientras miraba el pájaro, cruzó fuertemente los brazos sobre el pecho, intentando imaginar por un momento que era él quien la abrazaba.
Había cumplido cincuenta años el día antes de que su coche hubiera perdido el control en medio de una terrible tormenta. Después del entierro su pena desesperada se había mezclado con una cólera que la corroía por haberla dejado sola y haber puesto fin a un matrimonio que era el objetivo de su vida. Habían sido unos días horribles y ella no sabía como habría sobrevivido sin Bobby Tom.
La había llevado a París después del entierro, y habían pasado un mes explorando la ciudad, pequeños pueblos franceses, recorriendo chateaux y catedrales. Se habían reído juntos, habían llorado juntos, y, a través de su dolor, ella había sentido una humilde gratitud por los dos jóvenes asustados que habían logrado tener tal hijo. Sabía que se estaba apoyando en él excesivamente en los últimos tiempos, pero temía, que si no lo hacía, él también desaparecería.