Ella hacía soniditos ahogados contra su pecho, y la apretó más. ¿Por qué no lo había pensado antes? Hacer pasar a Gracie por su prometida era la manera perfecta de conseguir un poco de paz y tranquilidad mientras permaneciera en Telarosa.
La cambió de posición contra su cuerpo para poder mancharle el otro lado de la cara, luego contuvo el aliento cuando un envase de helado napolitano muy frío le dio en medio del estómago.
Pareció como si Mary Louise Finster se hubiera tragado un hueso.
– Pero Bobby Tom, Gracie no es…, es estupenda y todo eso, pero no es exactamente…
Él aspiró profundamente para afrontar al frío y metió los dedos en el pelo de Gracie, clavándolos en su cabeza, donde nadie lo podía ver.
– ¿Hablas de la manera en que Gracie está vestida ahora mismo? Se pone a veces esas cosas, porque yo se lo pedí. De otra manera los tíos la miran demasiado, ¿no es así, cariño?
Su respuesta se perdió contra su pecho mientras trataba de clavarle la caja de cartón. Él apretó más los dedos, impidiendo que levantara la cabeza y sonriendo a más no poder.
– Algunos de esos chicos del equipo de rodaje son algo salvajes y me temo que la acosarían.
Tal como él había esperado, el anuncio de su compromiso hizo desaparecer el espíritu festivo de las mujeres. Ignorando lo mejor que pudo el frío helado que goteaba por su estómago, sostuvo a Gracie a su lado mientras se despedía. Cuando la puerta de la caravana finalmente se cerró tras la última de ellas, la soltó y la miró.
La suciedad y el aceite manchaban su cara y la mayor parte del frente de su vestido, mientras el helado derretido goteaba bajo la tapa del envase aplastado y corría en regueros de chocolate, fresa y vainilla por sus dedos.
Él esperaba un acceso de ira, pero en lugar de exhibir cólera, sus ojos se entornaron con determinación. En ese momento recordó que Gracie casi nunca reaccionaba de manera previsible, justo cuando su mano salía disparada y agarró el borde de la abertura en forma de V de sus vaqueros. Antes de que él pudiera reaccionar, había metido el helado derretido en la parte delantera de sus pantalones.
Él aulló de dolor y dio un salto en el aire.
Ella dejó caer la caja de cartón al suelo con un golpe y cruzó los brazos sobre el pecho.
– ¡Eso -dijo- es por hacerme comprar condones delante de tu madre!
Debió ser realmente dificil gritar, saltar de un lado a otro, maldecir y reírse al mismo tiempo, pero Bobby Tom de alguna manera lo consiguió.
Mientras él sufría, Gracie permaneció mirándolo, con el helado derritiéndose en el suelo. Con justicia admiró su actitud. Él se había equivocado al incordiarla sin cesar y ella había tomado represalias, y, con excepción del despliegue de palabrotas, él lo estaba llevando realmente bien.
En ese momento, Gracie percibió que movía la mano hacia la cremallera y supo que se había relajado antes de tiempo. Dio un paso instintivo hacia atrás para pisar la caja del helado. Lo siguiente que supo fue que estaba tumbada en el suelo sobre el helado.
– Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? -Un brillo diabólico centelleó en sus ojos mientras la miraba desde arriba, una mano permanecía todavía en la cremallera y la otra estaba posada en la cadera. Sentía el frío en la parte posterior de los muslos, donde se le había subido la falda. Apoyó las manos en el suelo para intentar ponerse de pie al tiempo que Bobby Tom se agachaba a su lado.
– No tan rápido, cariño.
Ella lo miró con suspicacia mientras intentaba apartarlo.
– No sé lo que tienes en mente, pero sea lo que sea, olvidate.
La comisura de su boca se curvó perversamente.
– Oh, tardaré mucho en olvidarlo.
Ella siseó con alarma cuando sus manos pegajosas se posaron sobre sus hombros y la volvió sobre su estómago. Cuando su mejilla aterrizó sobre un montículo de vainilla fundida, ella comenzó a gritar. Antes de que pudiera gatear, algo que parecía su rodilla se posó sobre su espalda.
– ¿Qué haces? -gimió ella al encontrarse inmovilizada sobre el suelo.
Él comenzó a bajar la hebilla de su cremallera.
– Ahora, no te preocupes, cariño. Llevo desnudando mujeres más de lo que puedo recordar, no me llevará más que unos segundos deshacerme de este vestido.
Cuando había imaginado un montón de recuerdos, eso no era precisamente lo que había tenido en la mente.
– ¡No quiero que me quites el vestido!
– Claro que quieres. -Siguió bajando la cremallera-. Las rayas no son divertidas. A menos que planees arbitrar un partido, te sugeriría que las evitaras en el futuro.
– ¡No necesito una lección de moda! ¡Ah! ¡Deja esa cremallera! ¡Para! -El abrió el vestido, levantó la rodilla e ignorando sus chillidos de protesta, comenzó a bajarlos por sus caderas.
– Ya está, cariño. Caramba, tienes una ropa interior bien bonita. -Con un movimiento limpio, le quitó el vestido y la giró sobre su espalda, pero miró demasiado tiempo su diminuto sujetador blanco y su minúscula braga.
Ella cerró la mano sobre un montoncito de chocolate semisólido y se lo tiró.
Él gruñó sorprendido cuando le golpeó en la mandíbula, luego se abalanzó sobre la caja de cartón.
– Eso ha sido como un penalty injusto.
– Bobby Tom… -Ella chilló cuando él tomo un gran trozo de helado y dejándolo caer sobre su estómago, empezó a extenderlo sobre su piel con la palma de la mano. Boqueando ante el frío, luchó por escaparse.
Él sonrió ampliamente mientras la miraba.
– Pídele perdón a Bobby Tom por haberle causado todos ‘sos problemas y promete que harás hasta la más simple cosa que te pida a partir de ahora. Amén.
Ella repitió únicamente las palabrotas más rudas que recordaba, y él se rió, dándole a ella una excelente oportunidad de restregarle parte de la fresa por el pecho.
Desde ese momento, fue una pelea a vida o muerte. Bobby Tom tenía ventaja puesto que llevaba los vaqueros y resbalaba menos sobre el suelo que ella. Además era un deportista bien entrenado que sabía demasiadas jugadas sucias para alguien que había sido nombrado una vez “Deportista del año”. Por otra parte, él seguía distrayéndose cuando extendía helado por diversas partes de su cuerpo y ella aprovechaba para mancharlo con todo lo que podía agarrar. Ella seguía gritando agudamente, riéndose, e implorándole que se detuviera al mismo tiempo, pero él tenía más aguante que ella y no pasó demasiado tiempo antes de que se agotara.
– ¡Alto! ¡Basta ya! -Se dejó caer sobre el suelo. Sus pechos presionaban contra las copas de encaje del sujetador mientras jadeaba por el esfuerzo.
– Di: para, por favor.
– Para, por favor. -Ella respiró profundamente. Tenía helado por todas partes, en el pelo, en la boca, por todo el cuerpo. Su ropa interior, una vez blanca, estaba manchada de rosa y chocolate. Él no se veía mucho mejor. Estaba especialmente satisfecha por la cantidad de fresa que le había lanzado sobre el pelo.
Y luego se le secó la boca cuando sus ojos se deslizaron desde su pecho hasta la línea de vello dorado que descendía como una flecha desde su ombligo hacia la V abierta de los vaqueros. Ella clavó los ojos en la gran protuberancia que había crecido allí. ¿Ella había provocado eso? Sus ojos volaron hacia los de él.
La miró con perezosa diversión. Por un momento ninguno de los dos dijo nada, luego él habló con voz ronca:
– Un tanto a tu favor con tanto helado encima.
Ella se estremeció, no del frío sino por el calor que la atravesó. La excitación de la lucha había ocultado la violenta reacción de su cuerpo ante el bombardeo de sensaciones que recibía. Repentinamente tuvo conciencia del contraste entre el helado frío y el calor abrasador de su piel. Sintió el rudo roce de la tela de los vaqueros contra su muslo, el resbaladizo aceite entre sus dedos, la abrasión de la arena que manchaba su pecho y que ahora también la cubría a ella.