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Él sumergió el dedo índice en el charco de fresa líquida de su ombligo y pintó una linea descendente hasta alcanzar el borde de sus bragas.

– Bobby Tom… -Sintió como si su corazón dejara de bombear y dijo su nombre en un susurro que sonó como una petición.

Sus manos subieron a sus hombros, donde introdujo los pulgares bajo los tirantes de su sujetador y los presionó sobre los pequeños surcos que allí había en un tierno masaje.

El agudo y dulce anhelo que la invadió se tornó insoportable. Lo deseaba desesperadamente.

Como si pudiera leer su mente, él llevó sus manos al broche del sujetador y rápidamente, lo abrió. Ella se quedó completamente quieta, asustada de que él recordara que era el hombre que deseaban todas las mujeres y ella era la chica que se había quedado sola en casa durante su baile de graduación.

Pero él no se detuvo. Apartó con fuerza los tirantes mojados y la miró. Sus pechos nunca habían parecido tan pequeños, pero no se iba a disculpar. Él sonrió. Ella contuvo la respiración, temiendo que fuera a hacer un chiste sobre su tamaño, pero en vez de eso, dijo con voz lenta y letal, enviando fuego líquido a sus venas.

– Me temo que olvidé un par de lugares.

Ella observó como sumergía su dedo en la caja de cartón deformada que yacía abierta cerca de su hombro. Cogió un poco de helado de vainilla y lo llevó a su pezón. Ella contuvo la respiración cuando él rozó la sensible punta.

Su pezón se tensó en un punto apretado y duro. Con la yema del dedo, él pintó un diminuto círculo alrededor y otra vez y volvió a subir a la cresta diminuta. Ella se quedó sin aliento; inclinó la cabeza a un lado. El volvió a sumergir el dedo en la caja de cartón de helado y llevó otra pincelada al otro pezón.

Un gemido escapó de sus labios al sentir el exquisito dolor del frío en una parte tan sensible. Sus piernas instintivamente se abrieron cuando la carne entre ellas latió con fuerza. Quería más. Ella sollozó mientras él jugueteaba con ambos pezones, pellizcándolos entre el pulgar y el índice para calentarlos, sólo para volver al helado y enfriarlos otra vez.

– Oh, quiero…, por favor… -Ella se dio cuenta de que estaba rogándole, pero no se podía detener.

– Tranquila, cariño, tranquila.

Él continuó pintando su pezones con frío, frotándolos para calentarlos para luego volverlos a enfriarlos otra vez. Fuego e hielo. Ella había empezado a arder. El calor quemaba entre sus piernas mientras sus pezones se arrugaban de necesidad. Sus caderas comenzaron a moverse con un ritmo antiguo y se oyó sollozar.

Sus dedos se detuvieron sobre sus pechos.

– ¿Cariño? -Pero ella ya no pudo hablar. Estaba al borde de algo inexplicable.

Él levantó la mano de su pecho y la deslizó entre sus piernas. Ella sintió el calor de su contacto a través de la delgada tela de las bragas cuando él movió la palma de su mano contra su centro.

En ese momento, ella explotó.

capítulo 9

Bobby Tom permanecía de pie en medio de la caravana y miraba fuera por la ventana trasera mientras esperaba que Gracie terminara de ducharse para poder hacerlo él. Estaba más sorprendido por lo sucedido de lo que quería admitir. Con su amplia experiencia en mujeres, nunca había visto nada parecido. Apenas la había tocado y ella había llegado al clímax.

Luego, habían limpiado el suelo en silencio. Gracie se había negado a mirarle, y él había estado tan contrariado con ella que no había querido hablar. ¿Cómo demonios había permanecido virgen todo ese tiempo? ¿No sabía que era demasiado sensual para haberse negado uno de los placeres básicos de la vida?

Se preguntó cual de los dos estaría más loco. Él había necesitado todo su autocontrol para no desgarrar esa pequeña braguita y tomar todo lo que le ofrecía. ¿Y por qué no lo había hecho? Porque era Gracie Snow, maldita sea, y había dejado de follar por lástima hacía mucho tiempo. Era demasiado complicado.

En ese mismo momento tomó una decisión. Ahora que su deseo sexual había retornado con fuerza, iba a volar a Dallas en cuanto tuviera oportunidad. Cuando llegara, tenía intención de llamar a una bella divorciada que conocía y que vivía la vida de manera tan despreocupada como él y que estaba más interesada en mantenerlo desnudo que en cenas a la luz de las velas y largas conversaciones. En cuanto dejara de vivir como un monje, dejaría de sentirse tentado por Gracie Snow.

Recordó que no había cogido la maleta en el T-Bird como le había prometido y salió de la caravana. A lo lejos, vio a algunos miembros del equipo de rodaje en el corral. Se alegró de que estuvieran lo suficientemente lejos para no tener que explicar por qué estaba de helado hasta las cejas.

Mientras abría el maletero del coche, oyó una voz arrastrada a sus espaldas.

– Claro, eras tú. Creía haber olido a mierda de perro. ¿Qué coño llevas encima?

Él sacó la maleta sin volverse.

– Me alegro de verte, también, Jimbo.

– Es Jim. Jim, ¿entiendes?

Bobby Tom se giró lentamente para encararse con su peor pesadilla. Jimbo Thackery parecía tan grande y tonto como siempre, incluso de uniforme. Sus cejas oscuras practicamente se unían en el centro, y llevaba la misma barba crecida que Bobby Tom juraba recordar de la guardería. El jefe de policía no era estúpido, Suzy le había hablado sobre el buen trabajo que estaba haciendo desde que Luther lo había contratado, pero no lo podría asegurar viendo su cuerpo corpulento y su enorme cabeza. Tenía demasiados dientes y exhibía cada uno de ellos en una amplia sonrisa ofensivamente empalagosa que provocó que Bobby Tom quisiera hacerle un poco de odontología creativa con el puño.

– Supongo que si todas esas damas te pudieran ver ahora, Don Estrella de cine, no te verían tan machote

Bobby Tom lo miró con exasperación.

– ¿Pero aún me guardas rencor por lo de Sherri Hopper? ¡Fue hace quince años!

– Joder, no. -Caminó hasta el frente del T-Bird y puso el pie en el parachoques-. Ahora mismo te tengo rencor porque pones en peligro a los ciudadanos del pueblo conduciendo un coche con un faro roto. -Sacó una libretita rosa y sonriendo ampliamente, comenzó a redactar una multa.

– Estás mal de la cabeza… -Bobby Tom se detuvo. No sólo tenía roto el faro izquierdo, sino que los cristales estaban sobre la tierra justo debajo, dándole una pista bastante buena de que lo habían roto de una patada-. Eres un hijo de…

– Cuidado, B.T. Por aquí, tienes que vigilar lo que le dices al representante de la ley.

– ¡Lo rompiste tú, bastardo!

– Hola, B.T., Jim.

Jimbo detuvo lo que estaba haciendo y dirigió una amplia sonrisa a la mujer de pelo oscuro y tintineantes brazaletes plateados que se acercaba a sus espaldas. El dia anterior en un intento de llamar su atención, Connie Cameron, antiguo ligue de Bobby Tom y encargada del camión de aprovisionamiento, había hecho de todo menos desvestirse. Ahora, mientras veía como el amor brillaba tenuemente en los ojos de Jimbo, se resignó a tener otro follón más.

– Hola, cariño. -Jimbo rozó su boca con sus labios-. Tengo que cumplir con mi deber unos minutos más, luego nos vamos a cenar. B.T., ¿sabías que Connie y yo estamos comprometidos? Nos prometimos el día de acción de gracias y esperamos que nos hagas un buen regalo de boda. -Jimbo le dirigió una falsa sonrisa y siguió redactando la multa.

– Enhorabuena.

Connie miró a Bobby Tom con ojos hambrientos.

– ¿Qué te pasó? Parece como si te hubieras estado revolcando con los cerdos.

– Ni te acercas.

Ella lo miró suspicazmente, pero antes de que le pudiera hacer más preguntas, Jimbo puso bruscamente la multa en su mano.