– ¿Estás diciéndome que quieres en serio que la gente crea que estamos comprometidos? -Casi chilló, ante sus resurgidas esperanzas, sólo para ser firmemente deshechadas por su instinto de supervivencia. Las fantasías solo eran para soñarlas, no para vivirlas. Todo eso sería un juego para él, pero no para ella.
– ¿No es eso lo que acabo de decir? En contra de lo que puedes pensar, no hablo sólo para oír el sonido de mi voz. Para todos los de Telarosa, tú eres la futura Sra. de Bobby Tom.
– ¡Te puedo asegurar que no lo soy! Desearía que no hubieras dicho eso. ¡La Sra. de Bobby Tom! ¡Como si la mujer que se casara contigo no fuera más que un apéndice tuyo!
Él soltó un larguísimo suspiro.
– Gracie… Gracie… Gracie… Cada vez que creo que nos estamos entendiendo, haces algo que me demuestra que me equivoco. Lo más importante de tu trabajo como mi ayudante particular es asegurarte que tengo algo de paz y tranquilidad mientras estoy aquí. Exactamente, ¿cómo esperas que ocurra cuando cada Torn, Dick o Harriet que me conocen desde que nací saben de una mujer soltera que quieren que conozca?
Como para probar su teoría, el timbre de la puerta comenzó a repicar. Él lo ignoró de la misma manera que había ignorado su teléfono.
– Déjame explicarte algo. Ahora mismo hay al menos una docena de mujeres entre aquí y San Antonio que tratan de aprenderse de memoria el año en que Joe Theismann jugó la Super Bowl y cuantas yardas penalizan a un equipo si el capitán no aparece para tirar la moneda. Así es como están las cosas. Sin ir más lejos, te garantizo que ahora mismo quien está en la puerta es una mujer o alguien que quiere presentarme a alguna. Esto no es Chicago, dónde puedo controlar a las mujeres que se acercan a mi. Esto es Telarosa, y estas personas me poseen.
Ella trató de apelar a su sentido común.
– Pero nadie en su juicio se va a creer que tú te casarías conmigo. -Los dos sabían que era cierto y no había nada que replicar. El campanilleo se detuvo y comenzaron a golpear la puerta, pero él no se movió-. Pero una vez que te arreglemos un poquito, lo harán.
Ella lo miró con suspicacia.
– ¿Qué significa eso de “arreglemos”?
– Pues justo eso. Vamos a contratar un asesor… uno de esos que transforman a la gente en el programa de Oprah.
– ¿Pero tú ves el programa de Oprah?
– Cuando uno se pasa tanto tiempo en las habitaciones de hotel como yo, te sabes de memoria los programas de la tele.
Ella oyó la diversión en su voz.
– No te estás tomando esto en serio. Sólo me utilizas para no dejar que esas mujeres tomen tu casa.
– Nunca he hablado más en serio. Lo de hoy sólo es una muestra de cómo serán para mí los siguientes meses a menos de que tenga al lado una prometida de verdad. La única persona que sabrá la verdad será mi madre. -El ruido de la puerta finalmente se detuvo y él se dirigió al teléfono-. Voy a llamarla ahora mismo, para estar seguro de que nos sigue la corriente.
– ¡Para! No he dicho que lo fuera a hacer. -Pero quería. Oh, cómo quería. Tenía tan poco tiempo con él que cada segundo era precioso. Y no se formaba falsas ilusiones acerca de sus sentimientos hacia ella, así que no estaba en peligro de confundir ilusión y realidad. Recordó la promesa que se había hecho a sí misma de dar y de no tomar, y por segunda vez en el día, decidió abrir las alas y lanzarse en picado.
Él tenía esa mirada arrogante que decía que sabía que había ganado, y ella se recordó a sí misma que se preocupaba demasiado por él para contribuir al deterioro de su carácter dejándole dictar todas las condiciones. Lo miró directamente y cruzó los brazos.
– Vale -dijo ella con voz baja y decidida-. Lo haré, pero debes prometerme que bajo ningún concepto te volverás a referir a mí como la futura Sra. de Bobby Tom, ¿lo has entendido? Porque si lo vuelves a decir una sola vez, sólo una, le diré personalmente a todo el mundo que nuestro compromiso es falso. Y además anunciaré que eres… eres… -abrió y cerró la boca. Había comenzado con fuerza, pero ahora no podía pensar nada lo suficientemente terrible como para decirlo.
– ¿El asesino del hacha? -ofreció él amablemente.
Como ella no contestó, él lo intentó otra vez.
– ¿Vegetariano?
Repentinamente se le ocurrió.
– ¡Impotente!
Él la miró como si se hubiera vuelto loca.
– ¿Le vas a decir a todo el mundo que yo soy impotente?
– Sólo si me vuelves a poner ese horroroso título.
– En serio, te aconsejo que retomes la idea del asesino del hacha. Es más creíble.
– Tú fanfarroneas mucho, Bobby Tom. Pero personalmente creo que es lo único que sabes hacer.
Las palabras se escaparon antes de que ella tuviese tiempo de pensarlas, y no pudo creer que las hubiera dicho. Ella, una virgen de treinta años sin ningún tipo de experiencia en flirteos, había lanzado un reto sexual a un libertino profesional. Él la miró boquiabierto, y ella se percató que finalmente lo había dejado mudo. Aunque sus rodillas empezaban a tener una alarmante tendencia a temblar, alzó la barbilla con desdén y se marchó del dormitorio.
Cuando llegó al vestíbulo delantero, había comenzado a sonreír. Seguramente un enemigo como Bobby Tom no dejaría un comentario de ese tipo sin respuesta. Seguramente, ahora mismo, él planeaba una forma apropiada de vengarse.
capítulo 10
– El Sr. Sawyer la recibirá ahora, Sra. Denton.
Suzy se levantó del sofá de cuero y cruzó la zona lujosamente amueblada de recepción hacia el despacho del Director General de Tecnologías Electrónicas Rosa. Entró y oyó un chasquido suave cuando la secretaria de Wayland Sawyer cerró la puerta de nogal a sus espaldas.
Way ni siquiera levantó la cabeza del escritorio. Ella no estuvo segura de si era una forma de ponerla en su lugar o si simplemente no tenía mejores modales de los que había tenido en secundaria. Fuera la opción que fuera, no era una buena señal. Desde el pueblo y todo el condado, habían enviado a importantes representantes a hablar con él y su respuesta nunca había sido comprometida. Sabía que ella, como presidenta de la Junta de Educación, era el último y más patético escalón.
La oficina estaba decorada con un estilo biblioteca inglesa, con paredes revestidas con paneles de madera, sofás de piel color Borgoña y pinturas de caza. Mientras caminaba lentamente sobre la alfombra persa, él continuó estudiando unos documentos a través de unas gafas de media luna que se parecían mucho a las de ella; se había visto forzada a comprarlas recientemente, después de toda una vida de visión perfecta.
Le había dado dos vueltas a los puños de su camisa azul, revelando unos antebrazos sorprendentemente musculosos para un hombre de cincuenta y cuatro años. Ni la camisa, ni la corbata de rayas azul marino y rojas pulcramente anudada, ni las gafas podían ocultar el hecho de que parecía más un hombre que trabajaba con las manos que el dueño de la empresa. Parecía una versión algo mayor de Tommy Lee Jones, el actor texano que era el preferido de su club de bridge.
Intentó no ponerse nerviosa ante su silencio, pero no era una de esas jóvenes que se encontraban más en su elemento en una sala de juntas que en una cocina. Cuidar de su jardín le interesaba mucho más que competir con los hombres por el poder. Además estaba educada a la antigua usanza y acostumbrada a la cortesía.
– Quizá no haya venido en buen momento -dijo con suavidad.
– Enseguida estoy con usted. -Su voz sonó impaciente. Sin mirarla, señaló con la cabeza una de las sillas de delante de su escritorio, como si ella fuera un perro al que dar órdenes. El ofensivo gesto la hizo darse cuenta de lo inutil de su misión. Wayland Sawyer había sido imposible en secundaria y obviamente no había cambiado. Sin decir una palabra, se giró y comenzó a atravesar la alfombra hacia la puerta.