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– ¿A dónde piensa que va?

Ella se giró hacia él y dijo con suavidad:

– Obviamente no quiero hacerle perder el tiempo, Sr. Sawyer.

– Me corresponde a mí juzgarlo. -Se quitó las gafas y señaló una silla-. Por favor.

La palabra fue pronunciada como una orden y Suzy no pudo recordar cuando sintió tal aversión instantanea hacia alguien; Aunque, mirándolo bien, no había sido en ese instante. Way le llevaba dos años, iba más avanzado en el instituto y era el tipo de chico con el que salían sólo las más espabiladas. Aún tenía un vago recuerdo de una vez en que él estaba detrás del gimnasio con un cigarrillo colgando del labio y una mirada dura como la de una cobra en los ojos. Era dificil reconciliar a ese matón con el hombre de negocios multimillonario, pero había algo que no había cambiado. La había aterrorizado entonces y la aterrorizaba ahora.

Tragándose los nervios, se acercó a la silla. Él la estudió abiertamente, y ella se encontró deseando haber ignorado el abrasador calor del verano y haberse vestido con un traje chaqueta en vez de con ese vestido de seda color chocolate. La prenda se ataba holgadamente de lado y caía suavemente sobre sus caderas al sentarse. Había adornado el sencillo escote con un collar de oro con un pequeño colgante a juego con los pendientes. Las medias eran del mismo tono castaño que los zapatos de diseño, que tenían pequeños adornos dorados en los tacones. El vestido habría sido ridiculamente caro, de eso estaba segura. Había sido un regalo de cumpleaños de Bobby Tom tras haberse negado a dejar que le comprara un apartamento en Hilton Head.

– Usted dirá, sra. Denton.

Sus palabras tenían un deje de burla. Ella podía tratar con los miembros más agresivos de la junta porque los conocía de toda la vida, pero ahora, con él, estaba claramente fuera de su elemento. Quería huir, sin embargo, tenía un trabajo que hacer. Los niños de Telarosa iban a perder mucho si ese horrible hombre se salía con la suya.

– Estoy aquí en representación de la Junta Escolar de Telarosa, Sr. Sawyer. Quiero tener la seguridad de que ha considerado las consecuencias del cierre que Tecnologías Electrónicas Rosa va a tener en los niños de este pueblo.

Sus ojos se mostraban oscuros y fríos en su cara delgada. Apoyando los codos en el escritorio, juntó los dedos y la escrutó sobre ellos.

– ¿En calidad de qué representa a la Junta?

– Soy la presidenta.

– Ya veo. ¿Y es la misma junta que me echó de la escuela un mes antes de que pudiera graduarme?

Su pregunta la dejó estupefacta y no supo de qué hablaba.

– ¿Y bien, Señora Denton?

Sus ojos se habían oscurecido por la hostilidad, y ella se dio cuenta de que, por una vez, los rumores habían sido ciertos. Way Sawyer creía haber sido ofendido por Telarosa y había regresado para vengarse. Recordó todas las viejas historias. Sabía que Way era hijo ilegítimo, algo que había hecho de su madre, Trudy, y él unos parias. Trudy había limpiado casas un tiempo, incluso había trabajado para la madre de Hoyt, pero finalmente se había convertido en prostituta.

Suzy cruzó las manos en el regazo.

– ¿Tiene intención de castigar a todos los niños sólo por algo que sucedió hace cuarenta años?

– No hace cuarenta años. En ese momento era demasiado niño. -Le dirigió una débil sonrisa que no llegó a curvar las comisuras de su boca-. ¿Piensa que estoy haciendo eso?

– Si traslada Tecnologías Electrónicas Rosa, convertirá Telarosa en un pueblo fantasma.

– Mi compañía no es la única fuente de ingresos. Tienen la industria turística.

Ella observó la mueca cínica de sus labios y se tensó al darse cuenta de que la provocaba sin cesar.

– Los dos sabemos que el turismo no levantará el pueblo. Sin Tecnologías Rosa, Telarosa morirá.

– Soy un hombre de negocios, no un filántropo, y mi responsabilidad es sacar el mejor provecho de la compañía. Ahora mismo, trasladar todo a la planta de San Antonio es lo más conveniente.

Controlando su cólera, ella se inclinó hacia adelante ligeramente.

– ¿Me permitiría mostrarle las escuelas?

– ¿Y que todos los niños corran gritando despavoridos cuando me vean? Creo que paso.

La mofa de sus ojos le dijo que ser el paria del pueblo no lo molestaba en absoluto.

Ella miró hacia abajo, a sus manos entrelazadas en su regazo y luego lo miró a él.

– No hay nada que pueda hacerle cambiar de opinión, ¿no es cierto?

Él la miró a los ojos un largo rato. Ella oyó voces amortiguadas en el área de recepción, el tictac suave del reloj, el sonido de su respiración. Algo que no entendió pasó por su cara y tuvo un presentimiento. Había una tensión casi imperceptible en su postura que era una amenaza para ella.

– Tal vez haya algo. -Su sillón chirrió cuando se reclinó y el gesto duro e inclemente de su cara le recordó las montañas escabrosas de esa parte de Texas-. Lo podemos discutir cenando el domingo en mi casa. Enviaré un coche a recogerla a las ocho.

No era una invitación educada, sino una orden directa y expresada de la manera más insultante. Ella quería decirle que cenaría con el demonio antes que con él, pero era mucho lo que estaba en juego, y mientras miraba esos ojos sombríos e implacables, supo que no se podía negar.

Recogiendo su bolso, se levantó.

– Muy bien -dijo ella suavemente.

Él ya se había puesto sus gafas y devuelto su atención a los informes. Cuando dejó su oficina, él no se molestó en despedirse.

Ella todavía echaba chispas cuando llegó al coche. ¡Qué persona tan despreciable! No tenía experiencia en tratar con gente así. Hoyt había sido abierto y claro, todo lo contrario a Way Sawyer. Mientras buscaba las llaves del coche, se preguntó qué quería de ella.

Sabía que Luther Baines esperaba una llamada suya tan pronto como llegase a casa, y no sabía qué decirle. Ciertamente no le podía contar que había estado de acuerdo en cenar con Sawyer. No se lo podía decir a nadie, especialmente a Bobby Tom. Si alguna vez se enteraba cómo la había intimidado Sawyer, se pondría furioso, y había demasiado en juego como para que él interfiriera. No importaba cuanto la contrariara, tenía que manejar ese asunto ella sola.

*****

– Te digo que no entro, Bobby Tom.

– Ya, no vayas a dejar que esos flamencos rosas y el tractor en un jardín de flores te echen para atrás, Gracie. Realmente Shirley es muy buena peluquera.

Bobby Tom abrió la puerta del Hollywood Hair de Shirley, que estaba ubicada en el garaje de una pequeña casa de dos pisos, en una polvorienta calle residencial. Como él no tenía que estar en el rodaje hasta el mediodía, había aprovechado la mañana para empezar a “arreglarla”. Él le dio un codazo para empujarla dentro del salón de belleza, e inmediatamente, se le puso la piel de gallina en los brazos. Como en cualquier lugar público de Texas, la peluquería tenía el aire acondicionado a la temperatura de un congelador.

Tres de las paredes estaban pintada en un tono de rosa igual al de las pastillas antiácido Pepto-Bismol, mientras que la cuarta era negra y estaba cubierta con espejos con marcos dorados. Había dos peluqueras en el salón: una era una morena muy arreglada con un vestido de premamá azul claro, la otra era una rubia explosiva vestida de sport con uno de los peinados más pronunciados que había visto en su vida. Sus voluminosos muslos estaban embutidos en unos pantalones elásticos púrpura y una camiseta rosa muy ceñida a un par de pechos enormes. En la camiseta se leía: DIOS, REZO POR QUE SEAN INTELIGENTES.

Gracie rezó por que Shirley, que era quien se suponía que le arreglaría el pelo, fuera la morena, pero Bobby Tom ya caminaba hacia la otra peluquera.

– Hola, muñeca.

La mujer levantó el enorme montículo de su pelo negro hacia él y dijo con una voz guturaclass="underline"