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Se detuvo delante de ella. Pasaron varios segundos esperando que apareciera esa sonrisa de donjuan y comenzara a fluir ese adulador lenguaje. Él se frotó la barbilla con los nudillos.

– Parece que Buddy hizo un buen trabajo. ¿Te dio la factura?

Estupefacta, ella observó cómo la rodeaba y se dirigía hacia el faro que Buddy había reparado, agachándose para examinar las ruedas nuevas. Su placer se desvaneció en ese momento, y se sintió humillada.

– Está en la guantera.

Él se levantó y la miró con chispas en los ojos.

– ¿Por qué demonios conducías tan rápido?

Porque la chicas bonitas con frívolas sandalias abiertas y cabello rebelde son espíritus libres que no se ocupan de cosas tan mundanas como los límites de velocidad.

– Supongo que estaba pensando en otras cosas. -¿Cuándo iba a decirle que ella era la cosita más bonita que había visto en su vida, como le decía a todas las mujeres que se le ponían delante?

Apretó los labios molesto.

– Había pensado que condujeras el T-Bird mientras estuvieramos aquí, pero creo que he cambiado de idea después de ver a la velocidad que ibas. Conducías el coche como si te estuvieran persiguiendo.

– Lo siento. -Ella rechinó los dientes mientras la cólera sustituida su dolorosa decepción. Ella había gastado hoy una fortuna, y a él no parecía impresionarle.

– Apreciaría mucho que no volvieras a hacerlo.

Ella enderezó los hombros y alzó la barbilla decidida a no dejar que la intimidara. Por primera vez en su vida, sabía que estaba guapa y si él no lo pensaba así, era una lástima.

– No ocurrirá de nuevo. Ahora si acabaste de gritarme, voy a ver a Natalie. Le dije que vigilaría a Elvis durante toda la tarde.

– ¡Se supone que eres mi ayudante, no la niñera!

– Las dos cosas son lo mismo -escupió ella.

capítulo 11

El Lincoln marrón se detuvo ante la entrada de la amplia casa de ladrillo blanqueado que Wayland Sawyer había construido orientada hacia el río. Mientras el chófer se acercaba para abrir la portezuela, Suzy pensó que Sawyer no podía haber encontrado mejor manera de mostrar su éxito ante la gente de Telarosa que con esa magnífica casa. Según los rumores, tenía pensado conservarla para pasar los fines de semana una vez hubiera cerrado Tecnologías Electrónicas Rosa.

Cuando el chófer abrió la portezuela y la ayudó a bajar, Suzy se dio cuenta de que tenía las palmas de las manos húmedas. Desde su reunión con Sawyer dos días antes, no había podido pensar en otra cosa. Había preferido vestir unos cómodos y holgados pantalones en lugar de un vestido. La chaqueta a juego llegaba a la altura de las caderas y tenía impresa una caprichosa escena de un dibujo de Chagall en tonos coral, turquesa, fucsia y aguamarina. Sus únicas joyas eran su alianza y los pendientes de diamantes que Bobby Tom le había regalado al firmar su primer contrato con los Stars.

Una mujer hispana que Suzy no conocía la invitó a entrar y la escoltó atravesando el suelo de mármol a una amplia sala de estar con enormes ventanas paladianas que ocupaban las dos alturas y que daban a una rosaleda delicadamente iluminada. Ligeros apliques sombreaban con una luz de tonos cálidos las paredes color marfil. Los sofás y las sillas estaban tapizados en azul y verde combinado con negro y a juego con las cortinas. Las rinconeras en forma de concha a ambos lados de la chimenea de mármol soportaban unas macetas de terracota con hortensias secas.

Way Sawyer estaba de pie al lado de un piano de cola de madera de ébano situado delante de la ventana más grande. El desasosiego de Suzy aumentó cuando lo vio, vestido enteramente de negro como los modernos ejecutivos. Pero en lugar de tirantes y chaleco, el traje era de diseño italiano y su camisa de seda. Las suaves luces de la habitación no evitaban las rudas líneas que surcaban su rostro.

Sostenía una copa cristal tallado en la mano y la miraba con desapasionados ojos oscuros que parecían no perder detalle.

– ¿Qué le gustaría beber?

– Una copa de vino blanco estaría bien.

Él caminó hasta un mueble bar similar a un baul pequeño que tenía encima un surtido de botellas y copas. Mientras le servía el vino, ella trató de calmarse mirando a un lado y otro de la habitación y estudiando los cuadros que colgaban de las paredes. Había grandes oleos y muchas acuarelas. Se paró delante de un grabado de una madre y un niño.

– Lo compré en una subasta de Londres hace unos años.

No lo había oído acercarse a su espalda. Él le extendió una copa con vino dorado y, mientras ella bebía, empezó a contarle la pequeña historia de cada cuadro. Con voz mecánica, soltaba información, despacio y mesurado pero sin tranquilizarla. Ella tuvo dificultad para reconciliar ese hombre que hablaba serenamente sobre una subasta de arte en Londres con el matón de cara hosca que fumaba tras el gimnasio y salía con las chicas más espabiladas.

En las últimas semanas, ella había investigado para rellenar los huecos del pasado de Sawyer. Según había podido sacarle a algunos viejos del lugar, su madre, Trudy, a los dieciséis años, había denunciado haber sido violada por tres trabajadores itinerantes, uno de los cuales había sido el padre de Way. Había ocurrido algunos años antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial y nadie se había creído su historia, como resultado, se había convertido en una paria.

En los años que siguieron, Trudy apenas había podido ganarse la vida para ella y su hijo limpiando las casas de las pocas familias que aún la dejaban entrar. Aparentemente el árduo trabajo y el ostracismo social la habían doblegado. Cuando Way estaba en secundaria, ella se había rendido y aceptó la imagen que los demás tenían de ella. Fue cuando empezó a vender su cuerpo a cada hombre que pasaba por el pueblo. A los treinta y cinco había muerto de neumonía y Way se había enrolado en la marina no mucho después.

Mientras Suzy lo estudiaba sobre el borde de su copa, su desasosiego aumentó. Trudy Sawyer había sido víctima de una grave injusticia, y un hombre como Way Sawyer no lo habría olvidado. ¿Estaría haciendo todo eso para vengarse?

Con alivio, vio que la criada aparecía para anunciar la cena, y Way la escoltó a un comedor decorado en verde pálido con detalles en color jade. Mantuvo una conversación educada y sin sentido con ella mientras servían la ensalada y cuando llegó el plato principal a base de salmón y arroz, sus nervios estaban a punto de estallar por la tensión. ¿Por qué no le decía de una vez lo que quería de ella? Si sabía por qué estaba allí, por qué había insistido en cenar con ella esa noche, tal vez podría relajarse.

El silencio que había entre ellos no parecía molestarle, pero se volvió insoportable para ella, así que lo rompió.

– Observé que tiene un piano. ¿Toca?

– No. El piano es de mi hija Sarah. Se lo compré cuando tenía diez años y Dee y yo acababamos de divorciarnos. Fue una compensación por haber perdido a su madre.

Fue el primer comentario personal que hizo.

– ¿Tenía usted la custodia? Es algo inusual, ¿no?

– A Dee no le gustaba ser madre. Estuvo de acuerdo.

– ¿Ve con frecuencia a su hija?

Él partió en dos un bollito y por primera vez en la noche, sus rasgos se suavizaron.

– No lo suficientemente a menudo. Es fotógrafa en San Francisco, así que nos vemos cada dos o tres meses. Vive en un apartamento de un hotelucho de mala muerte, por eso aún tengo yo el piano, pero es autosuficiente y feliz.

– En estos días, supongo que es a lo que un padre puede aspirar. -Mientras juegueteaba con el salmón de su plato, pensó en su propio hijo. Ciertamente era autosuficiente, aunque no creía que fuera totalmente feliz.