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– ¿Quiere más vino? -dijo él bruscamente.

– No, gracias. Si bebó más, me dolerá la cabeza. Hoyt solía decir que era la cita más barata del pueblo.

Él ni siquiera sonrió ante su débil intento de romper el hielo, sino que abandonando toda pretensión de comer, se reclinó en su silla y la contempló con una intensidad que la hizo consciente de que rara vez la gente se miraba de verdad. Se alarmó al darse cuenta de que si lo hubiese conocido en ese momento, lo habría encontrado atractivo. Aunque era opuesto a su marido, su ruda apostura y su poderosa presencia producían un efecto dificil de ignorar.

– ¿Todavía echas de menos a Hoyt?

– Mucho.

– Éramos de la misma edad e íbamos juntos al colegio. Era el niño bonito del Instituto de Telarosa, igual que su hijo. -La sonrisa no llegó a sus ojos-. Incluso salió con la chica más bonita de segundo de bachillerato.

– Gracias por el cumplido, pero no estaba ni cerca de ser bonita. Todavía tenía aparato en los dientes.

– Siempre pensé que eras la chica más bonita del pueblo. -Él tomó un sorbo de vino-. Incluso perdí los nervios cuando oí que que salías con Hoyt.

Ella no pudo alarmarse más.

– No tenía ni idea.

– Debe ser dificil de creer que llegué a pensar que podía tener una posibilidad con Suzy Westlight. Después de todo, era el hijo de Trudy Sawyer, y vivía una realidad muy diferente a la de la hija de Dr. Westlight. Tú vivías en el lado correcto de la vía del ferrocarril y tenías ropas bonitas. Tu madre te llevaba en un Oldsmobile rojo brillante, y siempre olias a limpio y a nuevo. -Sus palabras eran poéticas, pero las pronunció en un tono duro y conciso carente de cualquier tipo de sentimiento.

– Fue hace mucho tiempo -dijo ella-. Ahora de nuevo tengo poco. -Rozó la tela sedosa de sus pantalones, tocando el pequeño surco en su cadera producido por su parche de estrógeno. Era otra señal que la vida había perdido su encanto

– ¿No te ries de la idea de un chico de la calle como yo, queriendo salir contigo?

– Siempre me pareció que me odiabas.

– No te odiaba. Odiaba que estuvieras fuera de mi alcance. Hoyt y tú proveniais de un mundo diferente, uno al que no podía acceder. El niño bonito y la chica bonita, felices para siempre.

– No para siempre. -Ella inclinó la cabeza al sentir un nudo en la garganta

– Lo siento -dijo él bruscamente-. No tenía intención de ser cruel.

Suzy levantó la cabeza bruscamente, con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Entonces que estás haciendo? Sé que estás jugando conmigo, pero no conozco las reglas. ¿Qué quieres de mí?

– Pensaba que eras tú quien quería algo de mí.

Su lacónica respuesta le indicó que no estaba afectado por su obvio desasosiego. Ella parpadeó, decidida a no verter ninguna lágrima, pero no había dormido adecuadamente desde su primera reunión con él y le resultaba duro recobrar la compostura.

– No quiero que destruyas este pueblo. Se arruinarán demasiadas vidas.

– ¿Y exactamente hasta dónde estás dispuesta a sacrificarte para que no ocurra?

Escalofríos de temor recorrieron su columna vertebral.

– No tengo nada que sacrificar.

– Sí, lo tienes.

La nota dura de su voz la desmoronó. Dejando su estrujada servilleta sobre la mesa, se levantó.

– Me gustaría ir a casa ahora.

– ¿Me tienes miedo?

– No veo razón alguna para prolongar esta reunión.

Él se puso de pie.

– Quiero mostrarte mi rosaleda.

– Prefiero irme.

Él empujó hacia atrás su silla y se acercó a ella.

– Me gustaría que la veas. Por favor. Creo que la disfrutarás.

Aunque él no subió el volumen de su voz, la orden era inconfundible. Otra vez él iba salirse con la suya y ella no sabía como librarse de la mano firme que la asía del brazo y la conducía hacia la puerta corredera del fondo del comedor. Él accionó el pomo de latón. Cuando salió, la noche la envolvió como una sauna fragante. Olió el exuberante perfume de las rosas.

– Es precioso.

Él la guió por un camino empedrado que serpenteaba a través de los macizos de flores.

– Contraté a un arquitecto paisajista de Dallas para diseñarlo, pero era un pesado. Acabé terminando por hacerlo yo mismo.

Ella no quería pensar en él plantando un jardín de rosas. Por experiencia propia, los jardineros eran pacíficos y nunca lo vería de esa manera.

Habían llegado a un pequeño estanque escondido entre las hierbas altas y el follaje. Era alimentado por una cascada que goteaba sobre piedras trabajadas y una luz indirecta iluminaba peces que nadaba bajo las hojas de los lirios acuáticos. Ella que no la dejaría marchar hasta haberle hecho saber su punto de vista y se sentó en uno de los dos bancos de hierro que proporcionaban un lugar de descanso al lado de la senda.

Ella cruzó las manos en su regazo y se preparó.

– ¿Qué querías decir cuando me preguntaste qué sacrificaría?

Él tomó asiento en el banco frente a ella y estiró las piernas. Las luces del estanque iluminaron sus pómulos y su nariz afilada, confiriéndole un aspecto amenazador que la desconcertó. Su voz, sin embargo, fue tan suave como la noche.

– Quería saber lo comprometida que estabas para que Tecnologías Rosa se quede aquí.

– He vivido en este pueblo toda mi vida, y haría cualquier cosa para impedir que muera. Pero soy sólo la presidenta de la Junta de Educación; No tengo ningún tipo de poder en el condado.

– No me interesa el poder que puedas tener en el condado. No es eso lo que quiero de ti.

– ¿Entonces qué?

– Tal vez quiera lo que no pude tener hace tantos años, cuando no era más que el bastardo de Trudy Sawyer.

Ella fue consciente del caer de la cascada, del zumbido distante del aire acondicionado que enfriaba la casa y esos ruidos tranquilos hicieron que sus palabras parecieran más ominosas.

– No sé lo que quieres decir.

– Tal vez quiero a la chica más bonita de segundo de bachillerato.

El temor la invadió y la noche los envolvió repentinamente llena de peligro.

– ¿Qué quieres decir?

Él apoyó el codo en el respaldo del banco y cruzó los tobillos. A pesar de su postura relajada, ella se sintió arrolladoramente observada y eso la asustó.

– He decidido que necesito pareja, pero estoy demasiado ocupado con Tecnologías Rosa para perder tiempo buscándola. Quiero que seas tú.

Su boca estaba tan seca que sentía la lengua hinchada.

– ¿Pareja?

– Necesito alguien con quien asistir a los actos sociales, alguien que me acompañe en los viajes y haga de anfitriona cuando organice algo.

– Pensaba que tenías pareja. He oído que te ves a menudo con alguien de Dallas.

– Me he visto con un montón de mujeres los últimos años. Ando buscando algo diferente. Algo más cercano, más hogareño. -Lo dijo tan serenamente como si estuviera discutiendo una transacción comercial, pero había algo en él, una especie de alerta que le decía que él no era tan indiferente como fingía-. Cada uno tendría su vida, pero tú… -hizo una pausa y ella sintió como si sus ojos la taladraran- tú estarías disponible para mí, Suzy.

La manera en que estiró la palabra, la pasmó.

– ¿Disponible? Way, no es… eso suena como si…, si… -No podía disimular su horror-. ¡No me voy a acostar contigo!

Por un momento él no dijo nada.

– ¿De veras lo odiarias?

Ella se levantó de un salto.

– ¡Estás chiflado! No puedo creer que sugieras eso. No estás hablando de una pareja ¡Hablas de una amante!

Él levantó una ceja, y ella pensó que nunca había visto un hombre tan frío, tan completamente carente de sentimientos.

– ¿Lo hago? No recuerdo haber usado esa palabra.

– ¡Deja de jugar conmigo!

– Sé que tienes tu vida, y no espero que la dejes, pero si alguna vez necesito que estés conmigo, me gustaría que hicieras una concesión.