La sangre zumbó en sus oídos y su voz pareció llegar de muy lejos.
– ¿Por qué me estás haciendo esto?
– ¿Haciendo qué?
– ¡Chantajeándome! ¿No se dice así? ¿Si me acuesto contigo, entonces mantendrás Tecnologías Rosa en Telarosa? ¿Si no lo hago trasladarás la compañía? -Él no dijo nada y ella no pudo reprimir la burbuja de histeria que la invadía-. ¡Tengo cincuenta y dos años! Si estás buscando una amante, por qué no haces lo que los demás hombres de tu edad y buscas a alguien más joven.
– Las jóvenes no me interesan.
Ella le dio la espalda, clavándose las uñas en las palmas de las manos.
– ¿Me odias tanto?
– No te odio en absoluto.
– Sé lo que estás haciendo. Estás teniendo algún tipo de vendetta con treinta años de retraso.
– Mi vendetta es con el pueblo, no contigo.
– Pero soy yo la que sufrirá el castigo.
– Si es así como lo ves, no trataré de hacerte cambiar de idea.
– No lo haré.
– Entiendo.
Ella se giró.
– No me puedes obligar.
– Nunca te obligaría. Es tu decisión.
La falta de emoción en sus palabras la asustó más de lo que lo haría un arrebato de cólera. Estaba loco, pensó ella. Pero sus ojos oscuros la miraban con una inteligencia y claridad aterradora.
Una nota de súplica que ella no pudo reprimir impregnó su voz.
– Dime que no trasladarás Tecnologías Rosa.
Por primera vez él vaciló, casi como si estuviera disputando algún tipo de guerra privada consigo mismo.
– No te haré ninguna promesa hasta que no hayas reconsiderado nuestra conversación.
Ella respiró entrecortadamente.
– Quiero irme a casa ahora.
– Vale.
– Me dejé el bolso dentro.
– Iré a buscarlo.
Cuando se quedó sola en el jardin, le resultó dificil asimilar lo que le estaba sucediendo, pero la situación estaba tan alejada de lo que era su experiencia que no lo podía asimilar. Pensó en su hijo, y se le heló repentinamente la sangre con aprensión. Si Bobby Tom alguna vez se enterase de eso, mataría a Way Sawyer.
– ¿Estás preparada?
Ella saltó del susto cuando le tocó el hombro.
Él inmediatamente retiró la mano y le ofreció el bolso.
– Mi coche está delante. -Le indicó con gestos un camino empedrado que serpenteaba por un lateral de la casa y ella se dirigió hacia allí antes de que la pudiera tocar otra vez.
Cuando alcanzaron el frente, ella vio su BMW en lugar del Lincoln que su chófer había conducido y se dio cuenta de que tenía intención de llevarla a casa él mismo. Él abrió la portezuela y ella se deslizó dentro sin chistar.
Para su alivio, él no intentó entablar conversación. Cerró los ojos y trató de imaginarse que Hoyt estaba a su lado, pero esa noche le resultó imposible. ¿Por qué me dejaste? ¿Cómo se supone que debo enfrentarme a esto yo sola?
Quince minutos más tarde, aparcó el coche en su camino de acceso y, mirándola se apoyó ligeramente sobre el volante.
– Estaré fuera del país tres semanas. Cuando vuelva…
– Por favor -murmuró ella- no me obligues a hacer eso.
Su voz fue fría y distante.
– Cuando regrese, te llamaré para saber tu decisión.
Suzy saltó fuera del coche y recorrió la acera hacia su casa, corriendo como si todos los perros del infierno le pisaran los talones.
Sentado tras el volante de su coche, el hombre más odiado de Telarosa, Texas, la observó desaparecer en el interior. Cuando la puerta se cerró ruidosamente, su cara se transformó por la cólera, el dolor y el más desnudo anhelo.
capítulo 12
Era la primera vez en toda la noche que nadie metía una servilleta de papel bajo la nariz de Bobby Tom para pedirle un autógrafo, le preguntaba si quería bailar o intentaba sonsacarle detalles del torneo de golf. Por fin tenía unos minutos para sí mismo, y se sentó en el reservado del rincón. El Wagon Wheel era el lugar de ligoteo favorito de Telarosa, y donde, las noches de sábado se reunía la gente para pasar un buen rato, sobre todo con Bobby Tom pagando todas las rondas.
Posó su botella de cerveza sobre una mesa llena de marcas y apagó uno de los puritos que ocasionalmente se permitía fumar. A la vez, observó como Gracie intentaba, sin lograrlo, bailar una nueva canción de Brooks and Dunn [14]. Habían pasado dos semanas desde que la habían “arreglado”, así que creía que la gente debería haberse acostumbrado ya a esas alturas, pero todos seguían preguntando sobre ella.
A pesar de todo lo que había mejorado, seguía sin ser de las que llamaban la atención. Era guapa, nadie lo podía negar. Mucho, incluso. En la gran tierra de los cortes de pelo atrevidos, el suyo muy bien se podría considerar la obra maestra de Shirley y envolvía su cara, brillando bajo la luz tenue, con sus reflejos cobrizos. Pero él prefería a las rubias llamativas con piernas hasta las axilas y pechos de actriz porno. Las que exudaban sexo, esas eran las que le gustaban y no iba a disculparse por ello. Se había ganado esos trofeos sexuales en los ensangrentados campos de batalla de la NFL. Se los había ganado a base de golpes y dos brutales entrenamientos diarios; se los había ganado recibiendo hostias tan violentas que luego no podía recordar su nombre. Eran el botín de la guerra de la parrilla [15] y renunciar a ellas sería lo mismo que renunciar a su identidad.
Tomó un largo trago de la botella de Shiner, pero la cerveza no llenó el vacío de su interior. Ahora debería estar empezando la temporada, sin embargo, se paseaba delante de una cámara como un jodido gigoló y fingía estar comprometido con una pequeña mandona que nunca sería confundida con un trofeo sexual.
No era que Gracie no tuviera una pequeña y atrayente figura con esos vaqueros tan apretado que provocaban que Len Brown no pudiera apartar los ojos de su trasero. Recordaba haberle dicho a su madre que se asegurara que Gracie comprara un par de vaqueros, pero lo que no recordaba era decir que fueran tan ceñidos que pudieran acalambrarle las piernas.
El tema de la ropa de Gracie le hizo fruncir el ceño. No se lo podía creer cuando su madre le dijo que Gracie había insistido en pagar su ropa y habían acabado por comprar en los outlet. ¡Él tenía que haber pagado esas ropas! ¿Había sido idea de ella o de él? Además él era rico y ella pobre, y se suponía que cualquier mujer que fuera a casarse con él tenía que tener lo mejor. Habían discutido -mucho- cuando él se había enterado, una discusión que se había repetido cuando Shirley le devolvió el dinero que le había adelantado para la sesión de peluquería y maquillaje de Gracie, ya que Gracie había insistido en pagar también aquello. Joder, era testaruda. No era sólo que no aceptara dinero de él, es que encima quería pagarle el alquiler del apartamento.
Sin embargo, sería él quien diría la última palabra. Mismo el día antes, había entrado en la Boutique de Millie y había escogido un elegante vestido negro de coctel para Gracie. Millie había prometido decirle a Gracie que tenía una estricta política sobre devoluciones si Gracie trataba de devolverlo. De cualquier manera, tenía intención de salirse con la suya en eso.
Rascó la etiqueta de la botella de cerveza con su pulgar. Tal vez sería mejor que hablara con Willow. Había comenzado a pensar que necesitaba asegurarse que Gracie supiera quién pagaba su penoso sueldo.
Observó encolerizadamente como Gracie se perdía otro paso más. ¿En qué demonios estaba pensando su madre cuando la aconsejó que llevara puesto ese chaleco esa noche? Inmediatamente después de decirle a Gracie que la iba a llevar Wagon Wheel, la había oido sin querer llamar a Suzy y preguntarle lo que se suponía que tenía que ponerse para salir la noche del sábado. Ahora entendía lo que había querido decir cuando la oyó preguntar: ¿Sin nada?