Por obra de su madre, Gracie llevaba puesto un chaleco de brocado dorado que no tenía nada debajo excepto piel, con unos vaqueros negros muy ceñidos y un par de botas nuevas. El chaleco no era exactamente indecente. Se mantenía cerrado por una hilera de botones de perla y llegaba hasta la cinturilla de los vaqueros. Pero había algo en la idea de llevar un chaleco sin nada debajo que la hacía parecer una chica bonita y tonta, cosa que no podía estar más alejada de la verdad, a pesar de los errantes ojos de Len Brown. La pobre Gracie debería estar terriblemente avergonzada por la manera en que se estaba exhibiendo.
Acabó la canción de los Brooks and Dunn y la música se transformó en una balada lenta. Resignado a ser un caballero, se levantó para poderla rescatar antes de que se quedara exhausta. Sin embargo, no había dado más de tres pasos cuando Johnny Pettibone la separó de Len y comenzaron a bailar. Bobby Tom se detuvo, sintiendose vagamente tonto, y luego se dijo que tendría que recordarse agradecer a Johnny que estuviera siendo tan amable con Gracie. Todos eran estupendos con ella. No era algo que lo sorprendiera, claro está. El que fuera la novia de Bobby Tom garantizaba que todos la trataran como a una reina.
Cuando observó que Johnny acercaba más a Gracie, sintió una punzada de irritación. Era una chica comprometida, y no deberían bailar tan íntimamente, pero Bobby Tom no veía en ella el más mínimo indicio de resistencia. De hecho, ella le recordaba a un girasol buscando el sol ante cada palabra de Johnny. Para ser alguien que debería estar avergonzada y fuera de lugar, parecía estar pasando un buen rato.
Recordó el problema de Gracie con la frustración sexual y la miró frunciendo el ceño. ¿Qué pasaría si ella no podía controlar esas hormonas suyas y aprovechaba que ahora captaba algo de atención masculina? La idea lo irritó endiabladamente. No la podía culpar de querer algo tan natural, pero sin duda no lo iba a hacer mientras estuviera comprometida con él. No había manera de esconder una cosa así en Telarosa, y no quería ni pensar lo que dirían si una mujer como Gracie Snow lo engañara.
Él reprimió un gemido cuando Connie Cameron se paró a su lado.
– Hola, B.T., ¿quieres bailar otra vez?
Ella apoyó su brazo sobre su camisa de seda de color lavanda que llevaba con los vaqueros y el stetson gris, luego rozó sus pechos contra él. Desafortunadamente, sus mutuos compromisos no la habian hecho cesar en sus insinuaciones.
– Me encantaría, Connie, pero lo cierto es que Gracie se pone realmente irascible si bailo más de una vez con una mujer hermosa, así que tendré que fastidiarme.
Ella desenredó varios mechones de pelo oscuro que se habían enredado en uno de sus pendientes plateados.
– Nunca pensé que vería el día que dejaras que una mujer te impidiera bailar.
– Ni yo tampoco, pero eso fue antes de conocer a Gracie.
– Si te preocupa lo que pueda pensar Jim, que sepas que está de guardia esta noche. Nunca sabrá que hemos estado bailando. -Ella enfatizó la última palabra con un mohín de su boca para que él supiera que bailar no era todo lo que le estaba ofreciendo.
Bobby Tom imaginó que Jimbo controlaría a Connie, pero eso era dificil cuando no estaba. Y ahora, simplemente, encontraba dificil ocultar su impaciencia cuando tenía a su alrededor mujeres como ella.
– No me preocupa Jimbo. Me preocupa Gracie. Es muy sensible.
Connie miró a los bailarines y la miró críticamente.
– Gracie se ve mejor desde que la dejas arreglarse. Pero aún así, ella no parece tu tipo. Siempre pensamos que te casarías con una modelo o una actriz.
– No hay manera de forzar al corazón.
– Supongo. ¿Te importaría hacerme un favor, B.T.?
Le invadió una sensación de cansancio. Más favores. Se pasaba en el rodaje unas doce horas diarias, y los últimos días habían sido pésimos. Normalmente, disfrutaba de las escenas de acción, pero no cuando implicaban dar una paliza a una mujer. Había temido la escena de la pelea con Natalie que tenía lugar al principio de la película, y había sido tan poco convincente que habian tenido que sustituirla por un hombre pequeño.
Cuando no estaba en el rodaje, había incesantes llamadas telefónicas, visitas, y vendedores. Con todo eso, no había dormido más de cuatro horas al día durante la última semana. La noche anterior, despues del trabajo, había volado hasta Corpus para asistir a una cena de caridad y anteanoche, habia ido a la radio para promocionar el Festival de Heaven; pero el único acto de caridad que había disfrutado era visitar a los niños del ala de pediatría del hospital del condado.
– ¿Qué necesitas?
– ¿Puedes pasar por mi casa alguna tarde y darme un par de autógrafos para mis sobrinos?
– Encantado. -Se pasaría. Con Gracie de la mano.
La canción terminaba y él se excusó para poder rescatar a Gracie de Johnny Pettibone. Len Brown logró llegar primero, pero eso no lo disuadió.
– Hola, muchachos. ¿Creeis que puedo permitirme un baile con mi amorcito?
– Bueno, pues claro, Bobby Tom. -La renuencia de la voz de Len le molestó. Gracie, mientras tanto, le estaba dirigiendo una mirada que indicaba que pensaba matarlo por el uso de la palabra “amorcito”. El haber logrado irritarla le levantó el ánimo.
Los dos habían estado tan ocupados esas últimas semanas que no habían pasado demasiado tiempo juntos, por eso había insistido en llevarla esa noche a Wagon Wheel; nadie se iba a creer que estaban comprometidos si no los veían juntos en público alguna vez. Ella era tan malditamente eficiente que no se le ocurrían suficientes cosas para mantenerla ocupada. Como odiaba estar ociosa, se había ofrecido para hacer todo tipo de recados y como niñera de Natalie la mayor parte del tiempo.
Él miró su rostro excitado y no pudo evitar sonreir. Ella tenía la piel más bonita que había visto nunca y también le gustaban sus ojos. Había algo en la manera en que chispeaban que siempre parecía ponerle de mejor humor.
– Ha comenzado un nuevo baile en línea, Gracie. Vamos a intentarlo.
Ella miró dubitativamente a los bailarines, que realizaban una serie de pasos rápidos e intrincados.
– No llegué a pillar los pasos del último baile. Tal vez deberíamos sentarnos.
– ¿Y perdernos la diversión? -Atrayéndola hacia sí, estudió a los bailarines. La pauta era complicada, pero él había desarrollado su carrera contando pasos y girando en el momento correcto y no le llevó más de treinta segundos pillarla. Gracie, por su parte, tenía sus problemas para hacerlo.
A mitad de la canción, ella aún no había conseguido llevar el ritmo que todos los demás. Él sabía que había sido realmente malo al no sacarla de allí cuando vio que ella no lo cogía, pero su yo más inmaduro había querido recordar a Gracie que ese era su territorio no el de ella y que no debería coquetear con tíos con los que no estaba comprometida. Su atisbo de culpabilidad se convirtió en irritación mientras observaba los movimientos de su pelo y su risa ante los errores que cometía, como si no le importara lo más mínimo ser la peor bailarina del lugar.
Mechones húmedos y cobrizos se pegaban a sus mejillas y nuca. Cuando se giró hacia él, vió que el botón superior del chaleco se había abierto, revelando la parte superior de las curvas de sus pequeños pechos. Un botón más y los mostraría por completo. La idea lo llenó de indignación. Era una chica de catequesis, por el amor de Dios. ¡Debería contenerse!
Estaba demasiado ocupada flirteando con todo lo que llevara pantalones como para advertir su irritación, la cual aumentaba a cada momento al oír que personas que no sabía que la conocían la saludaban con familiaridad.