No había desviado sus sospechas ni un poquito y le lanzó su mirada acerada.
– ¿Y quién es ese misterioso colega de golf?
– ¿Qué más da?
– Bobby Tom…
– Puede que haya sido Clint Eastwood.
– ¡Clint Eastwood! ¡Te ha dado lecciones de interpretación Clint Eastwood! -Ella puso los ojos en blanco.
– Eso no significa que tome en serio este asunto. -Caló el sombrero unos centímetros más en la frente-. Hacerle el amor a mujeres que no me atraen no es la idea que tengo de cómo pasar el resto de mi vida.
– Me gusta Natalie.
– Está bien, supongo. Pero no es mi tipo.
– Quizá sea porque es una mujer y no una chica.
Su expresión se volvió beligerante.
– ¿Y eso que se supone que significa?
Su crispación la molestó.
– El hecho indiscutible es que no tienes el mejor de los gustos en lo que a mujeres se refiere.
– Eso es mentira.
– ¿Alguna vez has salido con una mujer que tenga más coeficiente intelectual que talla de sujetador?
Los ojos de Bobby Tom bajaron hasta sus pechos.
– Puede que algo más grande.
Ella pudo sentir como sus pezones se tensaban.
– Yo no cuento. Oficialmente no estamos saliendo.
– Te olvidas de mi relación con Gloria Steinem.
– ¡Jamás has salido con Gloria Steinem!
– Eso tú no lo sabes. Y el hecho de que estemos comprometidos no te da derecho a decir que tipo de mujeres me atraen.
Él contestaba con evasivas. Rozó su pantorrilla desnuda con su pierna, y a Gracie se le puso la piel de gallina. Ya que no iba a llegar más lejos por ese camino, optó por atacar desde otro frente.
– Parece que tienes cabeza para los negocios. Quizá serías más feliz dedicándote a eso en vez de actuar. No sabía que habías emprendido varios negocios con éxito. Jack Aikens me ha dicho que naciste con una especie de don.
– Nunca me costó ganar dinero.
Ella nunca había oído menos entusiasmo, y mientras tiraba otra patata frita bajo las gradas, intentó descubrir por qué. Bobby Tom era inteligente, guapo, encantador y parecía poder realizar con éxito cualquier cosa que se le pasara por la cabeza. Excepto lo único que quería, jugar al fútbol. Le vino el pensamiento que desde que lo conocía, nunca lo había oído quejarse de la manera brutal en que había acabado su carrera. No era quejica por naturaleza, pero sospechaba que se sentiría mejor si pudiera desahogarse.
– Parece que te guardas demasiado las cosas. ¿No sería mejor que hablases de lo que te sucedió?
– No me psicoanalices, Gracie.
– No lo pretendo, pero terminar tu carrera tan repentinamente ha debido de ser muy duro para ti.
– Si estás esperando que comience a quejarme porque ya no puedo jugar, ya puedes olvidarte. Tengo más de lo que la mayor parte del mundo podría soñar y la autocompasión no entra en mi lista de virtudes.
– Nunca he conocido a alguien menos propenso a la autocompasión que tú, pero tu vida siempre ha girado entorno al fútbol. Es natural que tengas un sentimiento de pérdida. Realmente tienes derecho a estar amargado por lo que sucedió con tu carrera.
– Díselo a alguien que no tenga trabajo, o que no tenga hogar. Te apuesto algo que se cambian por mi sin dudar.
– Si sigues esa lógica, entonces nadie que tenga comida y casa debería sentirse infeliz por nada. Pero la vida es algo más que eso.
Él se pasó una servilleta por los labios, rozando su pecho con el codo al hacerlo y provocando una reacción en cadena de sensaciones en su interior.
– Gracie, no te ofendas, pero vas camino de matarme de aburrimiento con este tema.
Ella le lanzó una mirada de reojo, tratando de saber si la caricia había sido deliberada o no, pero no le dio ninguna pista.
Él estiró la pierna para meter la mano en el bolsillo de sus vaqueros, y la tela se tensó sobre sus caderas. Sintió el pulso latiendo en la garganta.
– Me has entretenido tanto que casi olvidaba algo que quería hacer esta noche. -Sacó algo en el puño cerrado-. Para reconstruir desde el principio tu relación con el otro sexo, tendríamos que empezar por jugar a los médicos detrás del garaje, pero creí que era mejor que nos saltasemos esa parte y empezaramos por secundaria que es cuando las cosas se ponen más interesantes. Sherri Hopper nunca me devolvió mi anillo de secundaria tras terminar nuestra relación, así que tendremos que arreglarnos con esto. -Abrió su mano.
En la palma reposaba el anillo más grande que había visto nunca. Rodeadas de llamativos diamantes blancos y amarillos, brillaban tres estrella azules. El anillo estaba ensartado en una pesada cadena de oro que él pasó por su cabeza.
El anillo cayó con un ruido sordo entre sus pechos. Ella lo cogió, y bizqueó ligeramente al mirar hacia abajo.
– ¡Bobby Tom, éste es tu anillo de la Super Bowl!
– Buddy Baines me lo devolvió hace un par de días.
– ¡No puedo llevar tu anillo de la Super Bowl!
– No veo porqué. Uno de los dos tiene que hacerlo.
– Pero…
– La gente del pueblo va a sospechar si no tienes un anillo. Así todos lo verán. Aunque vete con tiempo cuando bajes al pueblo. Todos se lo van a querrer probar.
¿Cuántos golpes había recibido para ganarlo? ¿Cuántos huesos se habría roto o cuantos tirones musculares habría resistido? A los treinta, finalmente llevaba el anillo de un hombre. Y menudo anillo.
Como se recordó a sí misma sólo lo tenía por ahora. Recordó las sensaciones que había experimentado de adolescente, cuando las chicas de su clase llevaban colgando de una cadena el anillo de un chico. Cuánto había deseado uno.
Luchó por contener la emoción. Esto sólo era una farsa y no debía de dejar que significara tanto para ella.
– Gracias, Bobby Tom.
– Por lo general, en un momento como este, un chico y una chica sellarían el acontecimiento con un beso, pero, hablando con franqueza, te excitas demasiado rápido como para hacerlo en público, así que lo pospondremos hasta que tengamos un poco más de privacidad.
Ella lo apretó firmemente en la palma de su mano.
– ¿Fuiste dando tu anillo de secundaria sin ton ni son?
– Sólo dos veces. Creo que ya mencioné a Sherri Hopper, pero Terry Jo Driscoll fue la primera chica que amé. Ahora es Terry Jo Baines. Por cierto estás a punto de conocerla; le dije que trataríamos de pasar por su casa esta noche. Su marido, Buddy, era mi mejor amigo en secundaria, y Terry Jo se pondrá realmente pesada si no te conoce de una vez. Por supuesto, si tienes algún motivo para no querer ir… -la miró de reojo-…podemos posponer la visita hasta mañana.
– ¡Esta noche es perfecto! -Tenía la garganta seca y la voz sonó aguda. ¿Por qué él estaba prolongando su agonía de esa manera? Tal vez había cambiado de idea y no quería hacer el amor con ella. Quizá sólo trataba evadirse de ella.
Su brazo rozó la piel desnuda justo encima de su cintura cuando se estiró hacia la bolsa que habia había dejado sobre el asiento detrás de ella. Ella dio un salto.
La miró, sus ojos azules eran inocentes como los de un bebé.
– Te ayudaré a recoger esto.
Sonriendo con picardía, él empezó a recoger los restos de su cena y a meterlos en la bolsa, tocándola aquí y allí durante todo el proceso hasta que ella tuvo toda la piel de gallina. Se dio cuenta de que él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Deliberadamente la estaba llevando a la locura.
Diez minutos más tarde, estaban siendo conducidos a la desordenada sala de estar de una pequeña casa de una planta por una mujer gordita, pero aún guapa, con la cara lavada y el pelo rubio teñido, que vestía una malla roja, un top blanco y un par de sandalias gastadas. Parecía alguien que había sido golpeada por la vida pero que no había permitido que eso la afectara, además su afecto por Bobby Tom era tan transparente y honesto que a Gracie le gustó de inmediato.
– Ya era hora de que Bobby Tom te trajera a conocernos. -Terry Jo apretó la mano de Gracie-. Joder, todos los del pueblo se quedaron muertos cuando oyeron que finalmente lo habían cazado. ¡Jo-leen! ¡Te he oido, deja los Little Debbies [16] en este mismo momento! -Señaló desde la sala de estar, limpia pero desordenada, hacia la cocina-. Esa es Joleen, nuestra hija mayor. Su hermano Kenny está con sus amigos esta noche. ¡Buddy! ¡Bobby Tom y Gracie están aquí!¡Buu-ddyyy!