Su vuelo de regreso a Telarosa fue silencioso. No le gustó que la armonía del día se hubiera roto, pero él necesitaba entender que ella no cedería en eso. Cuando llegaron a casa, parecía haberse calmado un poco. Ella le agradeció la maravillosa excursión y subiendo las escaleras se dirigió al apartamento, donde se despojó de la ropa y entró en la ducha.
Cuando salió, contuvo el aliento al encontrarlo sentado en la única silla del dormitorio, desnudo, salvo por los vaqueros.
– Cerré la puerta -dijo ella.
– Soy el dueño, ¿recuerdas? Tengo llave.
Apretó con los dedos la toalla blanca en la que se había envuelto. Él no sonreía, y ella no sabía como encararlo.
– Tiéndete en la cama, Gracie.
– Tal vez… tal vez deberíamos hablar de esto.
– ¡Hazlo!
Ella se tendió sobre la cama.
Él se levantó de la silla y bajó la cremallera. Ella clavó los dedos en el colchón, sintiendo una inquieta combinación de nerviosismo y excitación. Él se acercó a ella.
Su corazón latió tan pesadamente en su pecho que lo sentía resonar en la garganta. Él se inclinó y se deshizo de la toalla.
– ¿Vas a pagarme por esto también?
Antes de que pudiera contestarle, había agarrado una de las almohadas y la metía bajo sus caderas.
– Qué…
– Éstate quieta. -Apoyando la rodilla en el borde de la cama, cogió sus muslos con las manos y los separó. Por un momento, la estudió, luego se sentó a los pies de la cama y la abrió con los pulgares.
Se quedó sin respiración cuando él bajó la cabeza. Sintió la abrasión de la barba en el interior de sus muslos cuando mordisqueó la suave piel que encontró a su paso.
– Ahora voy hacer que supliques -dijo él.
Entonces, como no había podido dominarla con la fuerza de su voluntad, la conquistó de otra manera.
Al final, Suzy no había tenido ninguna otra opción. Había pasado casi un mes desde que Way Sawyer había hecho su horrible proposición, y no había podido dejar de pensar en ello. Él, finalmente, había regresado al pueblo hacía una semana, pero no la había llamado hasta el día anterior. Sólo el sonido de su voz ya la había aterrorizado y cuando había señalado que tenía que invitar a algunos socios de negocios en San Antonio y quería que hiciera de anfitriona para él, apenas había podido responder.
Tan pronto colgó el teléfono, había tratado de localizar a Bobby Tom, no para decirle lo que había ocurrido -eso no podía hacerlo- sino solamente para oír el familiar sonido de su voz. Sin embargo, supo, cuando habló con Gracie, que habían pasado el día en Austin.
Mientras el Lincoln se alejaba de su casa para dirigirse a San Antonio, la histeria amenazó con dominarla. Se sentía como una menopaúsica Juana de Arco a punto de sacrificarse por el bien de los suyos. Pero no era tan tonta como para pensar que se lo fueran a agradecer. Cuando su relación con Way fuera del dominio público, sería absolutamente condenada por haberse unido al enemigo.
El apartamento de Way ocupaba las dos últimas plantas de un bello edificio de caliza blanca, bastante antiguo, que estaba situado en la parte alta del famoso Riverwalk de San Antonio. Una criada le abrió la puerta, tomó su maleta del coche y la informó que el Sr. Sawyer llegaría en cualquier momento.
El duplex tenía un aire tropical. Paredes color vainilla con detalles en blanco contrastaban con los cómodos sofas tapizados en rojo, amarillo brillante y verde. La mitad inferior de las altas y estrechas ventanas estaba ocupada por una reja negra de hierro y exuberantes plantas adornaban las esquinas, transmitiendo una atmósfera tranquila que se oponía a la ansiedad que la embargaba. La criada la condujo a un pequeño dormitorio del mismo piso, donde podía empezar a arreglarse. La habitación, obviamente, era para invitados, pero Suzy no tenía ni idea de por qué la criada la había instalado allí, si era una decisión suya o una orden de Way. Se aferró a la esperanza de que dormiría allí, sola, esa noche.
Se vistió para la cena con un vestido de seda verde azulado con una hilera de botones brillantes en forma de elipse que empezaba en el hombro. Cuando se estaba poniendo un par de zapatos negros oyó voces en la sala y adivinó que Way estaba de vuelta. Se tomó tiempo para maquillarse, como si esos rituales femeninos de ponerse el rimel y pintarse los labios fueran a tranquilizarla. Luego miró sin ver la revista que reposaba en la mesilla de noche. Cuando ya no lo pudo posponer más, se obligó a acudir a la sala.
Way permanecía delante de las ventanas, que se asomaban desde lo alto al Riverwalk. Llevaba traje formal y se giró lentamente cuando ella entró.
– Estás preciosa, Suzy. Pero siempre has sido la mujer más hermosa de Telarosa.
Ella no iba a fingir que era una cita normal agradeciéndole el cumplido, así que guardó silencio.
Él dio un paso hacia ella.
– Cenaremos con tres parejas más esta noche. ¿Eres buena con los nombres?
– No especialmente.
Ignorando el tono moderadamente frío de su respuesta, él sonrió.
– Te ayudaré, entonces. -Procedió a referirle la lista de invitados y darle detalles sobre cada uno. Cuando estaba terminando, la primera pareja hizo su aparición por la puerta.
Cuando la reunión se trasladó al comedor, Suzy se percató que realmente estaba pasando un buen rato. Había temido que Way la humillase públicamente haciendo alarde ante esa gente de que ella era su amante, pero la presentó como una amiga de hacía muchos años y no insinuó nada más.
Era un anfitrión considerado, y ella observó lo habilmente que había incluido a las mujeres en la conversación. Recordó a cuantas reuniones había asistido donde las mujeres no eran más que un apéndice silencioso de unos maridos que no hacían más que hablar de negocios. Era el primer acto social en muchos años al que acudía sin ser sólo la madre de Bobby Tom Denton. Way unicamente mencionó su trabajo en la Junta de Educación, y se encontró explicando los desafíos del sistema educativo de una escuela pública de un pueblo pequeño en vez de contestando preguntas sobre su famoso hijo.
Sin embargo, cuando los invitados comenzaron a marcharse, su ansiedad regresó. Hasta ahora, se había negado a torturarse a sí misma con imágenes mentales de los dos solos en un dormitorio, pero ahora con el tiempo transcurriendo inexorablemente, encontró muy difícil continuar negando esos pensamientos. Recordó la risa de Hoyt, sus deseos sexuales y su manifiesto despliegue de emociones. En contraste, Way era frío y distante. No podía imaginar nada que lo hiciera alterarse, nada que lo hiciera reír o llorar espontaneamente, cediendo a las más normales emociones humanas.
Way cerró la puerta tras el último de los invitados y giró justo a tiempo para verla estremecerse.
– ¿Tienes frío?
– No. No, estoy bien. -Solía temer el final de ese tipo de cenas, cuando tenia que enfrentarse a una cocina llena de platos sucios. Ahora hubiera dado cualquier cosa por tener que realizar esa tarea, pero ya la estaban ejecutando un par de eficientes sirvientes.
Él la rodeó ligeramente con el brazo y la llevo de vuelta a la sala.
– ¿Qué tal juegas al golf?
El golf era lo último en lo que estaba pensando y la pregunta la sorprendió.
– La última vez que jugué con Bobby Tom gané.
– Enhorabuena. ¿Cuál es tu marca? -Soltándola, se sentó en el borde de un sofá y se aflojó la corbata.
– Ochenta y cinco.
– No está mal. Me sorprende que ganes a tu hijo. Es muy buen deportista.
– Tiene un buen golpe, pero no analiza los tiros.
– ¿Llevas mucho tiempo jugando?
Ella se acercó a las ventanas y miró a traves de ellas las diminutas luces blancas que señalaban el recorrido del Riverwalk.
– Sí. Mi padre era jugador de golf.