Él abandonó sus pezones y volvió a hacer perezosos círculos alrededor de sus pechos, bromeando suavemente hasta que otra vez llegó a las puntas, para apretarlas con fuerza y soltarlas. Ella se retorció contra él. Él rodeó los pechos otra vez. Esta vez ella gimió cuando alcanzó sus pezones y los apretó entre sus dedos.
Su respiración era ahora más pesada, y sentía como su cuerpo se hinchaba de deseo. Besando su oreja, la elevó sobre sus muslos, con la espalda todavía contra su pecho. Sintió como sus labios tiraban con fuerza de la oreja. Comenzó a lamerla allí, en la piel de detrás del pendiente y tembló ante la sensación poco familiar. No podía acordarse si Hoyt había hecho eso alguna vez, pero cuando trató de recordar, sus pensamientos se perdieron.
Él separó sus piernas e introdujo sus rodillas entre ellas. Sus manos jabonosas pasaron de sus pechos al interior de sus muslos. Ella no entendió lo que él pretendía cuando movió sus cuerpos, abriendo más sus muslos y acercando sus caderas al borde de la bañera. Entonces, sintió el chorro de agua cayendo sobre ella a borbotones.
Se quedó sin aliento y casi saltó de su regazo, tratando de escaparse del chorro de agua que salía de una de las boquillas de un lateral de la bañera.
Ella escuchó su risa diábolica en su oreja, suave y seductora.
– Relájate, Suzy. Goza.
Y, Dios la perdonara, ella gozó.
Él jugó con sus pechos, mordisqueó sus orejas y hombros con sus dientes, chupó suavemente el tierno músculo de su cuello. Cambió su cuerpo de posición a fin de que el chorro de agua, la golpeara a ella o a él. Ella perdió todo control de sí misma y ni siquiera se le ocurrió protestar cuando él se introdujo dentro de ella desde atrás y dejó que el agua cayera donde estaban unidos. Ella trató de moverse sobre él, pero no se lo permitió. Y cada vez que estaba a punto llegar al clímax, él se detenía lo suficiente para que no ocurriera.
Ella comenzó a sollozar.
– Por favor…
– ¿Qué quieres? -murmuró él mientras se introducía más profundamente.
– Por favor, deja… déjame…
– ¿Quieres que se repita, Suzy? ¿Es lo qué quieres? ¿Quieres más?
Su tierno canturreo avivó su excitación.
– Sí… sí… -Ella le rogaba, pero lo necesitaba tanto que no se podía detener.
Su voz era suave, ronca y tierna.
– Todavía no, amor. Todavía no.
Ella sollozó cuando él la elevó apartándola de él. Ella trató de volver a sus brazos, pero él se levantó. A la luz tenue, ella podía ver su silueta y su miembro duro y grueso. Instintivamente, ella se puso de pie y le abrazó, desvergonzada y descarada, olvidando que ese hombre no era su marido y ella no había deseado eso.
Él gimió y cogió su muñeca.
– Un momento. Sólo un momento.
Él salió del agua y puso la bata sobre su cuerpo mojado. Sin molestarse en atarla, la sacó de la bañera y la envolvió en una toalla. Entonces la tomó entre sus brazos y la llevó al dormitorio como si ella fuera una virgen yendo al lecho nupcial.
Ella apretó la cara contra su hombro cuando él entró en la habitación débilmente iluminada. No quería verlo, no quería recordar quien era él ni quien era ella ni que estaba a punto de traicionar a su marido. ¿Qué hacía ella a punto de perderse en la inconsciencia sexual en brazos de un desconocido?
– No enciendas la luz. -Necesitaba que la oscuridad ocultara la vergüenza de lo que ese hombre despertaba en ella, sobre todo cuando no era capaz de resistirse.
Él se detuvo. Ella levantó la cabeza para mirarlo y vio que su pelo estaba mojado y su expresión era insondable.
Esperaba que la dejara sobre la cama, pero en lugar de eso, la llevó en la dirección opuesta, hacia una puerta que no había advertido antes. Ella lo observó inquisitivamente, pero no la miró. Él empujó la puerta entreabierta con el pie y entró.
Para su sorpresa, la había metido en un gran vestidor. Había filas de trajes caros y camisas a medida, botas y sombreros ordenados, un montón de vaqueros y de camisas vaqueras. Intoxicantes aromas masculinos la envolvieron: colonia, cuero y el olor a limpio que desprendía la ropa lavada. La dejó sobre el suelo enmoquetado e inmediatamente cerró la puerta a sus espaldas. Rápidamente descendió entre ellos una oscuridad tan espesa que ella contuvo el aliento.
Su voz llegó a ella ronca y peligrosa:
– Sin luz.
Cuando él tiró de la toalla, esta cayó. Luego él se debió echar hacia atrás, porque ya no la tocaba.
Pasaron los segundos. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad. Ella permaneció desnuda en la oscuridad, sin saber con certeza lo cerca que él estaba. Incluso el sonido de su respiración era sofocado por el distante zumbido del aire acondicionado. La oscuridad la desorientaba. Era demasiado densa y absoluta. Pensó en muerte y tumbas. Se giró y luego se giró otra vez, pero el movimiento fue un error porque perdió la orientación. Se llevó la mano a la garganta luchando contra la histeria creciente.
– ¿Way?
Nada.
Dió un paso involuntario hacia atrás. La ropa rozó su cuerpo desnudo. Se esforzó en oír el sonido de su respiración, cualquier movimiento, cualquier chasquido, cualquier cosa.
De la nada, surgió una mano que tocó su muslo. Dio un salto del susto. Porque no podía ver ni oír nada y la mano pareció incorpórea, como si proviniera de un amante obsesivo, que no fuera humano, sino demoníaco. Rozó sobre el parche en su cadera, y ella se tensó. Siguió, tocándola en la cintura, subiendo hacia su pecho, acariciándola hasta torturar sus pechos.
Ella ya no podía permanecer sumisamente delante de este amante demoníaco. Teniéndolo al alcance de sus manos, sabiendo donde estaba. Tocó su pecho y se dio cuenta de que se había quitado la bata. El vello de su pecho era suave bajo sus dedos. El pecho de Hoyt no había sido tan peludo y la extrañeza ante ese cuerpo aumentó su oscura fantasía de que estaba con un diablo. La forma de sus músculos bajo sus manos se sentía extraña, diferente a lo que había tocado durante tres décadas. Estaba sola en ese espacio cerrado y oscuro con un amante demoníaco y su decadente cuerpo suplicaba silenciosamente su contacto.
A pesar de la amenaza de la condenación eterna, sus manos comenzaron a vagar por él, conociendo el cuerpo de ese diablo por el tacto. Su piel ya no debería estar húmeda del baño, pero lo estaba, húmeda y caliente. Bajo las yemas de sus dedos, se contrajeron sus músculos y, por primera vez pudo oír la pesadez de su respiración. Ella dejó vagar sus manos, tocándole allí, donde no lo había hecho antes, recorriéndolo, ávida de deseo. Comprobó su peso y su espesor, acariciándolo.
Abruptamente, él la separó con fuerza, y otra vez estaba sola en la oscuridad impenetrable.
Sintió su respiración en el oído.
Le dio la vuelta. Sintió la palma de sus manos en las nalgas, amasándola, acariciando entre ambas. Otra vez, sintió sólo sus manos en la oscuridad, nada más, ninguna otra parte de su cuerpo. El demonio que acechaba su cuerpo le separó las piernas, abriéndolas hasta que gimió y se estremeció. Bruscamente la derribó sobre la gruesa y suave moqueta.
Ella yació allí esperando.
Nada.
La espesa oscuridad mortal. La tumba. La obsesiva imagen de condenación. Ella sintió todo eso.
Una fuerza -¿humana, animal o demoníaca?- la cogió por las rodillas y las abrió. Ningún otro roce. Sólo una exigente presión la obligaba a ofrecerse abierta al sacrificio ante el ángel oscuro.
Y entonces nada.
Ella esperó, incapaz apenas de respirar. Maldito fuera, su cuerpo ya ardía de pasión pagana.
Luego lo sintió. El suave cosquilleo en el interior de sus muslos. Cómo los separaba. El roce caliente y húmedo de su lengua.