¡Oh, Eso! ¡Eso! Lo había echado tanto de menos. Había soñado con eso. Ese roze y ese empuje, esa ruda y suave sensación, succionando, una ávida boca comiéndola entera, una sensación maravillosa acrecentada por la oscuridad del averno. Su amante demoníaco la devoró hasta que se perdió. Con un grito se dejó llevar, girando y girando, cayendo en un profundo foso.
Él estaba dentro de ella antes de que se pudiera recuperar. Su cuerpo cubrió el de ella y la llenó. Ella envolvió su piernas alrededor de sus caderas, su brazos rodearon su cuello. Sus pechos ardieron al rozarse contra el grueso vello de su pecho. Él se sumergió en su centro, se retiró, se sumergió una y otra vez, llevándola con él en su vertiginoso viaje hacia el éxtasis.
Su grito fue bajo y ronco, el de ella era un gemido cuando cayeron juntos en el mismo corazón de la oscuridad.
Nunca había querido tanto no sentir nada.
Después, ella comenzó a llorar. La luz cayó sobre ella cuando él abrió la puerta del vestidor. Ella se puso en posición fetal, escondiendo la cara entre los brazos. La culpabilidad y la vergüenza la invadieron. Mi amor, mi amor. Había traicionado a su marido, había traicionado al hombre que quería con todo su corazón. Había prometido amarle para siempre, hasta que la muerte los separara. Pero ella no estaba muerta. Y él era todavía el marido de su corazón, su muy querido amor, y le había traicionado.
No debería haber ocurrido eso. ¡Se suponía que estaba haciendo un sacrificio! Ella había ido para que Way no arruinara al pueblo. En vez de eso, había terminado por suplicarle, y durante el proceso, se había perdido.
– Basta, Suzy. Por favor. -Su voz era desdichada, como si estuviera sufriendo.
Ella cogió la toalla que había caido a su lado y la utilizó para cubrir su vergüenza mientras se cubría. Ella miró hacia arriba y lo vio, cerniéndose amenazador, todavía desnudo y mojado por ella.
Las lágrimas surcaban sus mejillas.
– Quiero ir a casa.
– Estás demasiado alterada -dijo él quedamente-. No puedo dejar que te vayas.
Ella bajó la mirada de su regazo, estudiando sus rodillas que se doblaron hacia ella.
– ¿Por qué me hiciste esto? -lloró ella-. ¿Por qué no me dejaste en paz?
– Lo siento -dijo con voz queda-. No supuse que ocurriría esto. Lo siento.
Él recogió la bata del suelo y se la puso. Era verde oscuro y ricamente bordada. Suavemente la cogió del brazo y la levantó de la moqueta. Cuando se puso de pie, cogió un albornoz blanco del colgador de la puerta y la ayudó a ponérselo, aunque era demasiado grande para ella. Way posó la mano en la espalda de Suzy para empujarla fuera del vestidor donde habían entrado tanto tiempo atrás. Ella se movió automáticamente. ¿Qué más daba donde la llevara? ¿Qué le importaba?
Él la condujo como si fuera una niña, a un confortable sillón, situado cerca de la ventana.
– Deja que me marche ahora. -Le suplicó con los ojos y otra vez comenzó a llorar.
Él la tomó entre sus brazos y se sentó en el sillón con ella en su regazo. Acercándola contra su pecho, acarició su pelo.
– No llores -murmuró él-. Por favor no llores. -Sus labios rozaron su frente y su sien-. No es culpa tuya. Es mia. Yo hice esto.
– Te dejé. ¿Por qué te dejé?
– Porque eres una mujer cálida y sensual, cariño, y había pasado demasiado tiempo.
Ella se dijo a sí misma que no se dejaría convencer. Su traición había sido tan profunda que no debía encontrar consuelo. Pero él acarició su pelo y la abrazó con fuerza. Al fin cesaron sus lágrimas y pasó la noche entre sus brazos.
Cuando Way finalmente oyó el sonido profundo y relajado de su respiración, presionó los labios contra su frente y cerró los ojos con fuerza. ¿Cómo había dejado que todo se escapara de su control? Suzy Denton nunca le había hecho daño y no se merecía lo que le había hecho. No era culpa suya haber sido el centro de sus fantasías de adolescente, el blanco de todos sus ceños hoscos y sus comentarios gruñones, como si hubiera sido un solitario James Dean tratando de impresionar a Natalie Wood.
Cuando ella había entrado en su sala el mes anterior llevando en la cara la misma expresión de espanto que había puesto de adolescente cuando la miraba, algo se había roto en su interior. Todo su dinero y poder se habían evaporado, y sólo había sentido la furia impotente y familiar que había sido su constante compañera cuando era niño. La había invitado a su casa con la inconsciente intención de que ella cayera ante sus pies por su encanto y viendo como era en ese momento, y no como había sido treinta años antes. En lugar de eso, la había insultado más allá de todas sus creencias.
A pesar de la forma en que la había presionado, no se le había ocurrido que ella pensara que trataba de chantajearla para que fuera a su cama. Había salido con muchas mujeres durante años y ciertamente no había tenido nunca que recurrir al chantaje para acostarse con ellas. Pero ella eso no lo sabía. Su propuesta de que fuera su pareja y anfitriona había sido un acto impulsivo, nacido de la cólera. Había esperado que le dijera que se fuera al infierno, pero en vez de eso, se había quedado allí parada en su rosaleda y lo había mirado como si la hubiera abofeteado.
Durante el mes que había estado lejos de Telarosa, su vergüenza ante lo que había insinuado no había sino aumentado. Al regresar al pueblo, ya había tomado la decisión de telefonearla y disculparse, esperando todavía poder solucionar la situación. Pero en el momento en que se identificó, había oído el temblor de la voz de Suzy y había perdido el control. En vez de pedirle perdón, la había intimidado obligándola a ir con él, haciéndola creer que su aceptación estaba unida al futuro de Tecnologías Rosa.
Incluso esa noche, podía haberse explicado. Esa noche, cuando ella había entrado en su dormitorio, le podía haber dicho la verdad. ¿Por qué no lo había hecho?
Él miró ciegamente delante de él, mientras la conciencia lo golpeaba con una fuerza brutal. Él había hecho esa cosa tan horrible porque se había enamorado de Suzy Denton. Si había ocurrido esa noche, el mes pasado, o treinta años antes, no lo sabía. Sólo sabía que la amaba y no había encontrado voluntad suficiente para detenerse.
Era un hombre que presumía siempre de mantener el control, sin actuar nunca impulsivamente, ni reaccionar emocionalmente. Cuando había tomado la decisión sobre Tecnologías Rosa, por ejemplo, lo había hecho con la cabeza fría. Incluso había experimentado un indicio de cínica diversión pues todavía quería vengarse por la manera en que el pueblo había tratado a su madre. Pero nunca se había involucrado emocionalmente. El dolor era demasiado antiguo, aunque el deseo de igualar las cosas nunca había desaparecido.
Había sido él quien había esparcido el rumor sobre el cierre de Tecnologías Rosa -incluso había barajado la posibilidad de hacerlo realmente- pero a pesar de todos los rumores que deliberadamente había dejado caer en todos lados, no tenía estómago para destruir tantas vidas inocentes. Sin embargo, sí lo tenía para hacer que todos los habitantes del pueblo se retorcieran de incertidumbre y por eso los había dejado creer que cerraba la planta. Había disfrutado al ver sus expresiones de fatalidad y sus penosos intentos de castigarle excluyéndolo de la sociedad, como si a él le preocupara su opinión. Incluso se daba cuenta de que su deseo de venganza era una niñería.
Niñería, sí. Pero también era satisfactorio. ¿Qué sentido tenía haber acumulado poder y riqueza si no podía aprovecharse un poco de ello? Observar el miedo sobre el pueblo que había matado a su madre no cambiaría el pasado, pero al menos finalmente había ajustado cuentas con Telarosa por haber dado la espalda y haber destrozado el espíritu de Trudy Sawyer.
Esa noche había acabado en el punto de partida. Esa noche, en una de las pocas acciones impulsivas de su vida, el hijo de Trudy Sawyer había hecho que la mujer más respetable del pueblo se sintiera una puta. Lo primero que tenía que hacer por la mañana era decirle la verdad. Luego la mandaría de regreso a Telarosa y nunca la molestaría más.