Algo despertó a Gracie. Incluso tras un mes, aún no se había acostumbrado a pasar la noche en la cama de Bobby Tom y por una fracción de segundo, no supo dónde estaba. El destello de luz que llegaba desde el vestíbulo captó su atención al tiempo que se daba cuenta de que estaba sola en la cama.
Mientras colocaba los pies sobre el suelo y se ponía una bata, vio que eran las tres de la mañana. Ya era domingo y Bobby Tom y ella volarían a San Antonio con Natalie y su marido Anton, que estaba en el pueblo ese fin de semana, a primera hora de la mañana.
Pasó al vestíbulo y vio que la luz provenía del estudio. Se detuvo en la puerta. Bobby Tom estaba tumbado en un sillón situado de tal manera que no la podía ver cuando entró. Estaba despeinado y llevaba puesta una bata de seda marrón con antiguas monedas españolas impresas. La luz plateada provenía de la tele, donde él miraba un partido de fútbol sin voz.
Él pulsó un botón del mando a distancia y la imagen retrocedió, se dio cuenta de que lo que mantenía su atención era una cinta de video. Centró su atención en la pantalla y lo vio vistiendo el uniforme de los Stars.
El juego de luces y sombras se reflejaron sobre su rostro y marcaron sus pómulos mientras progresaba el juego. Bobby Tom corría hacia la línea de fondo. La pelota iba hacia él, pero parecía estar demasiado alta como para que la pudiera coger. Dio un salto en el aire con facilidad y pareció levitar allí, con cada músculo de su cuerpo estirado.
Se quedó sin respiración cuando vio como un jugador contrario cargaba hacia él. Bobby Tom estaba totalmente estirado y completamente vulnerable.
El golpe fue brutal. Al cabo de unos segundos, él yacía sobre el campo retorciéndose de dolor.
Él presionó el botón de rebobinado y cuando lo soltó comenzó de nuevo la jugada. Ella se tambaleó cuando se dio cuenta de que eso era lo que él había estado haciendo la noche que ella había visto luz en su estudio. Había estado sentado en la oscuridad volviendo a revivir la jugada que había acabado con su carrera.
Ella se debió mover o hacer algún tipo de ruido, porque él se giró hacia ella. Cuando la vio allí de pie, presionó otro botón para detener la cienta. La pantalla se volvió borrosa.
– ¿Qué quieres?
– Me desperté y no estabas.
– No quiero que me hagas preguntas. -Se levantó del sillón y lanzó el mando sobre el asiento.
– Me rompe el corazón pensar en ti aquí sentado, noche tras noche, viendo esa cinta.
– No sé de dónde sacas esas ideas. Ésta es la primera vez que he visto esa cinta desde que me lesioné.
– Eso no es cierto -dijo ella suavemente-. Puedo ver la luz desde la ventana de mi dormitorio. Sé que la miras muchas veces.
– Mejor ocúpate de tus propios asuntos.
Los tendones de su cuello sobresalían por la tensión, pero ella no podía echarse atrás en algo que era tan importante para él.
– Todavía eres joven. Es hora de que mires hacia delante en vez de mirar hacia atrás.
– Tiene gracia. No recuerdo haberte pedido consejo.
– Déjalo, Bobby Tom. -Impulsivamente, ella tendió la mano-. Me gustaría que me dieras esa cinta.
– ¿Por qué debería hacerlo?
– Porque te hace daño verla y es el momento de que dejes de hacerlo.
– No sabes lo que dices.
– Por favor dame la cinta.
Él señaló con la cabeza la televisión.
– Si tanto la deseas, coge esa maldita cosa, pero no comiences a actuar como si supieras lo que pienso, porque no lo sabes.
– Pero no te importará si te la guardo, ¿verdad? -Se dirigió a la tele y quitó la cinta del reproductor de video.
– Sólo porque llevemos acostándonos juntos algún tiempo no te da derecho para empezar a meterte en mi vida. Cuando una mujer se mete donde no le importa, la pongo de patitas en la calle, no te olvides. Voy a creer que esta conversación es el resultado de tu inexperiencia con los hombres.
Ella se negó a dejarse intimidar por su beligerancia porque entendía la causa. Había atisbado en lo más profundo de su alma y quería hacerla pagar. Le palmeó el brazo.
– Esto no ha sido una conversación, Bobby Tom. No has dicho nada importante.
Se deslizó tras él para entrar en el dormitorio y recoger su ropa, pero aún no había metido el video en el bolso cuando él apareció por la puerta.
– Quizá sea porque no he dicho nada sucio.
Tenía una sonrisa amplia y perezosa en la boca que no se correspondía con la mirada calculadora de sus ojos. Reconoció el esfuerzo que él estaba haciendo para que dejara de ver su yo interior utilizando su arma favorita, su calculado encanto.
Por un momento ella vaciló, indecisa sobre qué dirección tomar. ¿El que lo amara le daba derecho a romper los muros que protegían su privacidad cuando él estaba tan decidido en dejarlos en su lugar? Lo quería, pero el sentido común le dijo que él había erigido esos muros hacía mucho tiempo y ella no iba a derribarlos en una noche.
– No hables más, Gracie. -Se quitó la bata y luego se la quitó a ella. Esperaba que la llevara a la cama, pero la llevó de nuevo al estudio, donde se dejó caer en el gran sillón y la atrajo encima de él. Al cabo de unos minutos, le enseñaba otra manera más de hacer el amor. Pero ella no disfrutó tanto como lo habría hecho normalmente. Había demasiadas cosas entre ellos.
A la mañana siguiente, su vuelo a San Antonio resultó sin incidentes, y con Bobby Tom de guía, la primera parada fue naturalmente El Alamo. El santuario más importante de Texas se asentaba en medio de hamburgueserías y heladerías en el centro de la bulliciosa San Antonio. Mientras cruzaban la plaza hacia la misión de piedra, un predicador callejero anunciaba el fin del mundo al tiempo que grupos de turistas agarraban firmemente sus cámaras de video para filmar la fachada del edificio.
– Estás preciosa -murmuró Bobby Tom-. Lo digo en serio, Gracie. Tendré que encerrarte si te pones más bonita.
El calor se extendió por su cuerpo cuando él se inclinó y depositó un ligero beso sobre sus labios. Su manera de hacer el amor esa madrugada había sido carnal y sudorosa y de ninguna manera educada. No la había dejado llegar al orgasmo hasta que había murmurado una sarta de ordinarieces en su oído. En venganza, ella había esperado hasta a que se duchara y vistiera, y entonces lo había obligado a realizar el striptease más lento del mundo. Después de todo, ¿qué sentido tenía ser la amante de Bobby Tom Denton si no podía disfrutar mirando ese maravilloso cuerpo?
Delante de ellos, Natalie iba de la mano de su marido, Anton. La primera vez que Gracie vio a Anton Guyard, se sorprendió por el contraste entre el hombre de negocios de cara redonda que acababa de llegar de Los Angeles y su bella esposa, estrella de cine. Pero Anton era encantador e inteligente, aparte de estar profundamente enamorado de Natalie y ella obviamente adorarlo.
Bobby Tom apretó la mano de Gracie y apartó la vista del rebaño de turistas que habían comenzado a clavar los ojos en él. Era muy reconocible con una camisa del Oeste rosa con botones de perla y su omnipresente stetson. Gracie llevaba puesto un top en tonos ocres y una falda corta a juego, sandalias y dorados pendientes colgantes.
Delante de ellos, Natalie se volvió con expresión preocupada.
– ¿Estás seguro de que el busca que me diste funciona, Bobby Tom?
Gracie sabía que Natalie estaba nerviosa por la primera separación de Elvis, a pesar de que confiaba en Terry Jo, que se había convertido en su niñera irregularmente. Durante toda la semana, había ido extrayéndose leche y congelándola para tenerla preparada para ese día.
– Lo probé yo mismo -dijo Bobby Tom-. Si Terry Jo tiene cualquier problema con Elvis, te llamará de inmediato.
Anton se lo agradeció por tercera vez.
A partir de esa mañana, Bobby Tom todavía se quejaría más de lo duro que era para él mirar al marido de Natalie después de todo lo que Natalie y él habían estado haciendo a sus espaldas. Natalie podía no tener ninguna dificultad para las escenas de amor, pero Bobby Tom no era un profesional y sentía que violaba de alguna manera su personal código de honor.