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Sus fosas nasales se ensancharon ante sus palabras.

– ¿No te habrás creído esa escusa que puso Sawyer de cómo se encontraron en el restaurante, no?

– ¿Qué más da? Los dos son adultos.

– ¡¿Que qué más da?! -Él se levantó de un salto del escritorio y rodeó la mesa para enfrentarse a ella-. ¡Están saliendo juntos, eso es lo que hay!

Se puso en marcha el contestador automático y alguien llamado Charlie comenzó a dejar un mensaje sobre un barco que sabía que Bobby Tom querría comprarle.

– Eso no lo sabes -señaló ella-. En lugar de perder los estribos, ¿no deberías hablar con ella? Si están saliendo juntos, será por alguna razón. Habla con ella, Bobby Tom. Me ha parecido algo triste últimamente. Tengo el presentimiento de que en este momento necesita tu apoyo.

Él la señaló con el dedo.

– ¡Alto ahí! Nunca tendrá mi apoyo en eso. Jamás. Cuando comenzó a salir con Way Sawyer, traicionó al pueblo.

Gracie no pudo ocultar su indignación.

– ¡Es tu madre! Tu lealtad debería estar antes con ella que con el pueblo.

– No entiendes nada. -Comenzó a caminar sobre la alfombra de un lado a otro-. No puedo creer lo tonto que he sido. No me creí los rumores ni por un solo momento. Nunca se me ocurrió que ella fuera capaz de dar esa puñalada trapera.

– Deja de hablar sobre el Sr. Sawyer como si fuera un asesino en serie. Yo pienso que es un buen hombre. No tenía porqué pararse el día que me detuve en la carretera y me gustó como trató de proteger hoy a tu madre. Sabía como te sentirías al verlos juntos y actuó lo mejor que pudo para salvaguardarla.

– ¿Estás defendiéndolo? ¿Al hombre que va a destruir el pueblo?

– Puede que si en Telarosa le trataran bien, no quisiera hacerlo.

– No sabes lo que dices.

– ¿Estás seguro que es el Sr. Sawyer quien te molesta? Te llevabas muy bien con tu padre. ¿No te sentirías igual con cualquiera que comenzara a salir con tu madre?

– ¡Ya basta! No quiero oirte ni una palabra más. Se acabó el tema, ¿oíste?

Ella se quedó paralizada.

– No me hables en ese tono.

Él bajó la voz, habló quedamente y con absoluta convicción.

– Te hablaré como me dé la gana.

Gracie estaba furiosa. Se había prometido a sí misma que lo querría con todo su corazón, pero entregar su alma no era parte del trato. Deliberadamente se giró y se fue.

Él la siguió a la sala de estar.

– ¿A dónde crees que vas?

– Voy a la cama. -Agarró rápidamente el bolso de la mesita.

– Estupendo. Me reuniré contigo en un momento.

Ella casi se ahogó.

– ¿Realmente piensas que quiero acostarme contigo en este momento? -Se dirigió a la puerta trasera para ir al apartamento.

– ¡No te atrevas a irte de aquí!

– Se que va a ser difícil entenderlo, Bobby Tom, así que escucha bien. -Se paró en medio de la habitación-. A pesar de lo que te ha dicho todo el mundo desde el momento en que naciste, no siempre eres irresistible.

*****

Bobby Tom permaneció de pie detrás de la ventana y la observó atravesar el patio, aunque el porqué le importaba si iba allí o no, no lo sabía. Ella había traspasado el límite esa noche y si no le mostraba sin rodeos que eso no iba a aguantarlo, no tendría otro momento de paz con ella.

Cuando ella entró en el apartamento, él dio la espalda a la ventana, mientras el resentimiento lo invadía. El teléfono volvió a sonar otra vez, saltó el contestador y la voz de Gracie invitó a quien fuera a dejar un mensaje.

– Bobby Tom, soy Odette Downey. Escucha, nos harás un gran favor si puedes traer a Dolly Parton y pregúntale si puede donar una de sus pelucas para la subasta de celebridades. Sabemos que la gente paga mucho por ellas…

Arrancó el teléfono de la pared y lo tiró atravesando la oficina.

¡Gracie sabía cuanto le importaba su madre! Tenía que saber qué clase de sentimientos lo habían invadido esa tarde, cuando la había visto bajar las escaleras con Way Sawyer. Cogió uno de sus puros de la caja que tenía encima de la mesa, arrancó el extremo con los dientes y lo escupió en el cenicero. Aún no sabía que le molestaba más, el que su madre saliera con Sawyer o que no se lo hubiera dicho. Sentía un nudo en el pecho. Después de cómo su madre había amado a su padre, ¿cómo podía dejar que Sawyer se acercara a ella?

Otra vez, volcó su cólera en Gracie. Durante toda su vida había jugado lealmente y ser leal con sus compañeros era tan importante como su nombre. Gracie, por otro lado, le había demostrado esa noche que no sabía qué significaba esa palabra.

Mordió el extremo dos veces antes de finalmente encender el puro. Mientras daba unas caladas cortas y bruscas, decidió que eso era justo lo que se merecía por haberla dejado meterse poco a poco en su vida. Había sabido desde el principio lo mandona y dictatorial que era, pero le había dado igual y había dejado que se metiera bajo su piel como una pequeña garrapata. Bueno, no había ninguna duda de que no iba a pasarse toda la noche allí sentado dándole vueltas al asunto. Tenía intención de terminar algunas cosas que tenía pendientes.

Sujetando el puro en la comisura de su boca, cogió un montón de documentos y miró la hoja de arriba, pero hubiera dado lo mismo que estuviera escrita en chino. Posó el cigarro en el cenicero, luego ordenó los documentos y los puso en el centro del escritorio. Con el silencio de la casa vacía envolviéndolo, se dio cuenta de que se había acostumbrado a tenerla cerca. Le gustaba oír el murmullo de su voz llegando desde la otra habitación cuando ella devolvía sus llamadas o llamaba a alguno de los viejecitos del asilo. Le gustaba la manera en que la descubría enroscada en la esquina del sofá leyendo un libro cuando entraba en la sala. Incluso disfrutaba moviéndose sigilosamente a sus espaldas para tirar ese horrible café que ella hacía y preparar una nueva cafetera sin que ella se enterara.

Descartando los documentos que tenía delante, se levantó y entró en el dormitorio, pero tan pronto lo hizo, supo que había sido un error. En la habitación se percibía su perfume, esa fragancia etérea que a veces le recordaba las flores de primavera y otras las tardes de verano y los melocotones maduros. Gracie parecía pertenecer a todas las estaciones. Los rayos dorados del otoño daban brillo a su pelo, los claros del invierno hacía centellear sus inteligentes ojos grises. Tenía que continuar recordándose a sí mismo que ella no era una tierna florecilla de la U.S.D.A., porque últimamente parecía olvidarse. Era…

Era tan malditamente hermosa.

Vio una cinta azul sobre la alfombra del lado de la cama donde ella había dormido anoche y se agachó para recogerla. Una oleada de calor se estrelló directamente contra su ingle al reconocer sus bragas. Aplastó el pequeño trozo de tela con el puño y contuvo el deseo de atravesar el patio hasta el apartamento, desnudarla por completo y enterrarse en su cuerpo, donde estaba su sitio.

Tras la novedad de iniciar a una virgen, debería comenzar a perder interés en el lado sexual de su relación, pero continuaba pensando que innovaciones quería mostrarle, señal de que no se había cansado de ella en absoluto. Amaba la manera en que se aferraba a él y esos pequeños sonidos tan suaves que hacía; amaba su curiosidad y su energía, cómo la avergonzaba sin proponérselo y, maldita sea, como ella le hacía avergonzarse a él algunas veces con su insaciable curiosidad por su cuerpo.

Él exactamente no lo entendía, pero había algo en la manera en que se sentía cuando estaba profundamente enterrado dentro de ella que era perfecto, no solo para su polla, sino para todo él. Pensó en las docenas de mujeres con las que se había acostado. Con ninguna se había sentido como con Gracie.

Con Gracie era perfecto.

Algunas veces ella hacía esa cosita después de que hubieran hecho el amor. Cuando la sostenía contra su pecho, medio dormido y relajado hasta las puntas de los pies, ella hacía esa pequeña X sobre su corazón con la yema del dedo. Sólo una pequeña X. Sobre su corazón.