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Estaba bastante seguro de que Gracie creía estar enamorada de él. No era raro. Estaba acostumbrado a que las mujeres se enamoraran de él, y salvo algunas memorables excepciones, había aprendido a ser honrado con ellas sin romperles el corazón. Una de las cosas que más apreciaba de Gracie era que entendía que ella no era su tipo y era lo suficientemente honrada para aceptarlo sin follones. Gracie podía montarle escenas por cosas que no eran asunto suyo, como esa noche, pero nunca haría una escena sobre lo que lo amaba y lo que esperaba que la amara, porque era lo suficientemente realista para saber que nunca ocurriría.

Sin ninguna lógica, en ese momento su aceptación lo irritó. Puso el puro en la comisura de su boca y con las manos en las caderas se dirigió a la cocina. Si una mujer amaba a un hombre, debería luchar por él en vez de rendirse sin resistencia. Maldita sea, si lo amaba, ¿por qué no luchaba por él con más fuerza en vez de rendirse? Enséñame a complacerte, eso le había dicho. Lo podía complacer mostrándole lealtad y estando de acuerdo con él de vez en cuando, en lugar de discutir todo el tiempo, estando desnuda en su cama en ese mismo momento, en vez de dormir sobre el jodido garaje.

Según empeoraba su humor, siguió añadiendo quejas sobre ella a su lista imaginaria, incluyendo que se había vuelto una jodida coqueta. Estaba más allá de su imaginación saber cuántos de los hombres del equipo buscaban excusas para rondarla, y por lo que él sabía, era más culpa suya que de ellos. No hacía más que sonreírles como si fuesen irresistibles o como si cada palabra que salía de sus bocas fuera sagrada. Ignoró que era una oyente naturalmente buena. Tal y como él lo veía, una mujer comprometida debería mostrarse más reservada cuando tuviera otros hombres alrededor.

Cogió el tetrabrik de leche de la nevera y se echó un trago. Viendo que era el responsable de su “arreglo”, sabía que no podía culparla por completo por la manera en que los hombres la admiraban cuando ella no miraba, pero eso todavía lo irritaba más. Incluso se había visto forzado a cruzar un par de palabras con unos tíos esa semana -por supuesto nada obvio porque no quería que se hicieran una idea equivocada y pensaran que estaba celoso- sólo un amistoso recordatorio de que Gracie era su prometida, no un bomboncito sexual que podrían arrastrar a un motel para darse un revolcón.

Devolvió bruscamente la leche a la nevera, luego atravesó la casa, quejándose y sintiendose maltratado. Repentinamente, se detuvo. ¿Qué coño estaba haciendo? ¡Él era Bobby Tom Denton, por el amor de Dios! ¿Por qué permitía que ella le hiciera eso? Él era quien llevaba las de ganar.

Recordarlo debería haberlo apaciguado, pero no lo hizo. De alguna manera, su opinión era importante para él, puede que porque lo conocía bastante mejor que cualquier otra persona que se le pasara por la cabeza. Esa certidumbre lo hizo sentir tan vulnerable que fue repentinamente insoportable. Apagando el puro en un cenicero de porcelana china, tomó la decisión de cómo iba a manejarla exactamente. Durante los siguientes días, sería cordial, pero frío. Le daría tiempo para que meditara lo mal que se había comportado y se diera cuanta de qué lado estaban sus lealtades. Entonces, cuando entendiera quién mandaba en su relación, le daría la espalda.

Su mente siguió dando vueltas. Saldrían con destino a Los Angeles inmediatamente después del Festival de Heaven, y en cuanto estuvieran fuera de ese pueblo de locos, ella entraría en razón. ¿Pero qué ocurriría cuando terminaran de rodar la película y ella ya no tuviera trabajo? Tal y como mantenía el contacto con los ancianitos que había dejado atrás y que hubiera adoptado otros cuantos de Arbor Hills, comenzaba a creer que los asilos podrían ser su vocación, igual que el fútbol para él. ¿Qué pasaría si decidía volver a New Grundy?

La idea lo intranquilizó. Confiaba más en ella que en cualquier ayudante que hubiera tenido y no tenía intención de perderla. Simplemente le haría una oferta que no pudiera rechazar, así trabajaría para él a tiempo completo. Una vez que estuviera oficialmente en su nómina con un buen sueldo, todas esas tontas discusiones sobre el dinero pertenecerían al pasado. Rumió la idea. Podía ponerse difícil cuando él se cansara del lado físico de su relación. Bueno, estaba bastante seguro que podía sacarla de su cama sin destruir la amistad que había llegado a significar tanto para él.

Examinó los posibles fallos de su plan, pero no encontró ninguno. Después de todo, manejar a cualquier mujer, incluso una como Gracie, era mucho más fácil analizando con calma la situación, y se felicitó por su habilidad por hacer precisamente eso. Antes de darse cuenta, la tendría donde quería, acurrucada junto a él en su cama, dibujando pequeñas X sobre su corazón.

capítulo 20

– ¿Dónde crees que deberíamos poner los llaveros, Gracie?

Gracie acababa de terminar de desenvolver el último de los ceniceros blancos de porcelana con la forma de Texas que iban a vender de recuerdo. Llevaban un Cupido señalando la situación de Telarosa y una nota en letra roja que decía:

HEAVEN, TEJAS

UN LUGAR EN EL CORAZÓN

La pregunta de los llaveros provenía de Toolee Chandler, presidenta del comité de la “Casa de Bobby Tom Denton” y esposa del dentista más ocupado del pueblo. Toolee estaba al lado del mostrador de lo que sería la tienda de regalos, pero antes había sido el porche cerrado de Suzy y Hoyt Denton. La transformación de la que había sido la casa de la infancia de Bobby Tom en una atracción turística no estaba aún terminada, aunque sólo faltaban tres semanas para el Festival de Heaven.

Suzy y Hoyt se habían deshecho de la mayoría de los muebles años atrás, cuando se habían mudado, pero el comité había buscado en sótanos y tiendas de segunda mano algunos similares e incluso en alguna ocasión había logrado encontrar el original. Muchas de las casas de esa época estaban decoradas en los tonos verdes y dorados populares de esos años, pero Suzy los había matizado con brillantes detalles en rojo, muy poco convencionales entonces, pero que ahora daban un definitivo toque de encanto.

Incluso la responsabilidad de la organización del viaje y alojamiento de las celebridades dejaban a Gracie demasiadas horas libres. Desde que Bobby Tom y ella habían discutido, hacía casi tres semanas, había pasado la mayor parte de las tardes en Arbor Hills, o allí, ayudando a Terry Jo y Toolee a dejar todo listo en la casa de la niñez de Bobby Tom.

Ahora miraba dudosa los llaveros. Como tantas otras cosas de la tienda de regalos, reproducían la imagen de Bobby Tom, aunque él no había autorizado su uso. La foto situada en un disco de plástico naranja fluorescente le mostraba en plena actividad: Los pies en movimiento, el cuerpo curvado en una graciosa c y los brazos extendidos para coger un pase. Pero el uniforme azul y blanco de los Chicago Stars había sido sustituido chapuceramente por el de los Dallas Cowboys y la frase escrita con letras brillantes rezaba: “Debería haber sido un Cowboy”.

– ¿Quizá sea mejor colgarlos detrás de la puerta? -sugirió Gracie.

– No creo -dijo Toolee-. Nadie los podrá ver ahí.

Esa había sido la esperanza de Gracie. Deseaba que Bobby Tom interrumpiera la utilización indiscriminada de su imagen, pero no iba a sacar el tema a colación cuando ya había tanta tensión entre ellos. Se hablaban educadamente, e incluso, cuando había gente cerca, él pasaba su brazo alrededor de su cintura para disimular, pero pasaban muy poco tiempo juntos y todas las noches se retiraba a dormir cada uno a su dormitorio.

Cuando Gracie llevaba un montón de ceniceros a los estantes y comenzaba a colocarlos, llegó Terry Jo desde la sala con un lápiz en la oreja y un portapapeles en la mano.