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Gracie le ignoró simplemente porque no tenía fuerzas para hablarle directamente. Ignorando las desagradables garras de los celos que se clavaban en su piel, extendió la mano hacia Phoebe.

– Soy Gracie Snow.

Esperaba el helado desprecio que una mujer tan encantadora debería sentir por alguien tan desaliñado como ella, pero la sorprendió ver una combinación de cordialidad y viva curiosidad en sus ojos.

– Phoebe Calebow -dijo devolviéndole el apretón de manos-. Me alegro mucho de conocerte, Gracie. Me enteré de vuestro compromiso la semana pasada.

– Lo cierto es que fue una sorpresa para todo el mundo -dijo Gracie rígidamente, sin saber que hacer con esa mujer que parecía una diosa sexual pero que se sentía tan cálida y acogedora como la Madre Tierra.

– Definitivamente eres un encanto.

Gracie la miró con suspicacia, pensando que estaba haciendo un chiste a su costa, pero Phoebe parecía hablar absolutamente en serio.

– Las gemelas van a estar desoladas. Mis hijas estaban convencidas que él esperaría a que crecieran y entonces, de alguna manera, se casaría con las dos. Tenemos cuatro hijos -explicó-, incluido un bebé de tres meses. Aún le doy el pecho, así que lo hemos traído con nosotros. Está en casa de Suzy con una canguro.

Bobby Tom pareció alarmado.

– Te lo juro, Phoebe, si comienzas a hablar de lactancia, me voy corriendo de aquí.

Phoebe se rió entre dientes y le palmeó el brazo.

– Bienvenido a la vida de casados. Te acostumbrarás a esto.

Gracie apartó con fuerza la imagen que apareció en su mente de los bebés de Bobby Tom, niñitos alborotadores a los que sería tan imposible resistirse como a su padre. Había pensado que no podría sentir más dolor, pero la idea de unos hijos de Bobby Tom que no fueran suyos hizo que la envolviera una fría oleada de sufrimiento.

La gente comenzaba a dirigirse hacia el comedor cuando un hombre grande y guapo que parecía tener alrededor de cuarenta y cinco años, apareció por detrás de Phoebe y la tomó por los hombros.

– Si quieres hacer algún fichaje, cariñito, estás en el lugar adecuado. Esta noche hay un par de jugadores realmente buenos entre toda esa gente y no parecen demasiado satisfechos con su equipo actual.

Phoebe se puso en guardia inmediatamente. Al mismo tiempo, echó la cabeza hacia atrás y miró al hombre con tal ternura que Gracie quiso llorar. Bobby Tom algunas veces la miraba así, pero no significaba lo mismo.

– Gracie, éste es mi marido, Dan Calebow. Era el entrenador de Bobby Tom. Dan, Gracie.

Calebow sonrió.

– Mucho gusto, Señorita. Oí algo interesante. -Miró a Bobby Tom-. Alguien comentó que tu prometida anda por aquí, Don Estrella de Cine. No me puedo creer que por fin hayas decidido a casarte. ¿Cuándo me la vas a presentar?

Phoebe le tocó la mano.

– Gracie es la prometida de Bobby Tom.

Calebow ocultó rápidamente la sorpresa.

– Bien, es todo un placer. Y tú pareces una chica muy agradable. La acompaño en el sentimiento, madam. -Sus intentos de disimular su metedura de pata con humor no aliviaron la tensión. Gracie era normalmente hábil para hablar de cualquier cosa, incluso en los casos más dificiles, pero sentía como si se le hubiera pegado la lengua al paladar y permaneció callada delante de ellos, desafiante, vulgar y silenciosa.

Finalmente habló Bobby Tom.

– Si nos perdonais unos minutos, Gracie y yo tenemos que hablar de unas cosas.

Phoebe los disculpó.

– Adelante. Quiero hacer algún tanteo antes de que todo el mundo se siente.

Bobby Tom asió el brazo de Gracie y empezó a alejarla del comedor para lo que ella estaba segura sería una bronca abrasadora, pero antes de que pudieran estar a solas, un hombre enorme de pelo oscuro, nariz aguileña y boca delicada lo agarró.

– Me has estado ocultando cosas, B.T. Acabo de oír que te casas. ¿Dónde está la afortunada señorita?

Bobby Tom rechinó los dientes.

– Ésta es la afortunada señorita. -Ese hombre no fue tan hábil como Dan Calebow para ocultar sus sentimientos y se mostró claramente escandalizado. Gracie sintió el brazo de Bobby Tom sobre los hombros y, si no lo hubiera conocido mejor, habría pensado que se estaba mostrando protector.

– Gracie, éste es Jim Biederot. Fue el quarterback de los Star durante un montón de tiempo. Eramos realmente buenos cuando jugábamos juntos.

La incomodidad de Biederot fue obvia.

– Encantado de conocerte, Gracie.

Luther apareció por detrás de ellos, ahorrando a Gracie la necesidad de contestar.

– El pastor Frank está a punto de dar la bienvenida. Venga, moveos.

Gracie podía sentir la frustración de Bobby Tom mientras Luther los empujaba hacia el comedor.

– Hablaremos luego -la advirtió por lo bajo-. No creas que vas a librarte.

Para Gracie, la cena se hizo interminable, aunque los demás parecían estar pasando un buen rato. La gente comenzó a levantarse de las mesas poco después de que se sirviera el plato principal y sabía que ella había sido el tema principal de conversación. Estaba segura de que ninguno de sus amigos podía entender que estuviera comprometido con un pequeño y soso gorrión, especialmente cuando parecía no saber hablar.

Aunque Bobby Tom no lo mostró, obviamente lo había avergonzado, y él nunca creería que no lo había hecho deliberadamente. Incluso ahora ella no quería lastimarle. Él no podía evitar ser como era, lo mismo que ella no había podido ponerse ropa elegante y maquillaje esa noche.

Los de Telarosa se sintieron insultados y perplejos por su apariencia y silencio. Era como si se hubiera presentado borracha en vez de simplemente no haberse arreglado. Suzy quiso saber si estaba enferma, Toolee Chandler la siguió al cuarto de baño y le preguntó si se había vuelto loca por aparecer así y Terry Jo la buscó a la salida para regañarla duramente por avergonzar a Bobby Tom.

Gracie no pudo soportarlo más.

– Bobby Tom y yo ya no estamos comprometidos.

Terry Jo abrió la boca con sorpresa.

– Pero, Gracie, no puede ser. Es obvio para todo el mundo lo enamorados que estáis.

Repentinamente, eso fue más de lo que ella pudo aguantar. Sin contestar, se dio la vuelta y salió a toda prisa del edificio.

Una hora más tarde, oyó el ruido sordo de unas botas subiendo las escaleras de su apartamento de dos en dos, y luego un puño duro contra su puerta. Se mantuvo en silencio vestida con la blusa blanca y la falda azul marino. Había estado sentada en su dormitorio en la oscuridad intentando decidir qué hacer con su futuro. Se levantó de la silla, encendió la luz y se pasó una mano por el pelo, libre ahora de las horquillas. Tratando de componerse, atravesó la sala y abrió la puerta.

Incluso ahora, tuvo que contener el aliento al verlo, maravilloso y robándole espacio con su mera presencia. Los brillantes de la pechera de su camisa color lavanda refulgían intensamente como planetas distantes y nunca le había parecido hasta ahora más alejado de una existencia terrenal.

Había esperado su cólera, pero no su preocupación. Él se quitó el stetson mientras entraba.

– ¿Qué te pasa, cariño? ¿Estás enferma?

Alguna parte suya, innoble y cobarde estuvo tentada a decir que sí, pero estaba hecha de otra pasta y nego con la cabeza.

Él empujó la puerta para cerrarla con un duro ruido sordo y se enfrentó a ella.

– Entonces será mejor que me digas que crees que estabas haciendo esta noche. Llegas pareciendo un demonio y luego permaneces callada todo el tiempo. ¡Y para rematarlo le dices a Terry Jo que ya no estamos comprometidos! Todo el pueblo lo sabe a estas alturas.

Ella no quería pelearse con él. Sólo quería dejar el pueblo y encontrar un lugar tranquilo donde lamerse las heridas. ¿Cómo le podía hacer entender que ella le hubiera dado cualquier cosa que le hubiera pedido, pero sólo si se lo hubiera podido dar libremente?

La miró con ira, todo su encanto había sido sustituido por una cólera crujiente.