Jimbo curvó la boca y sus cejas hisurtas se unieron cuando frunció el ceño.
– ¡Deténle, maldita sea, o estás despedido!
A ninguno de los Bradys les había gustado nunca que les dijeran lo que tenían que hacer, y Dell no fue la excepción.
– Tú no me puedes despedir; ¡Luther no te dejará! ¡Si tanto lo quieres allí dentro, entonces mételo tú mismo!
Jimbo se puso fuera de sí. Con un rugido de furia, se abalanzó. Bobby Tom agarró una silla de atrás del escritorio más cercano y la empujó sobre el suelo de ladrillos, golpeando a Jimbo en las rodillas y tumbándolo.
Bobby Tom se dirigió a la puerta antes de que el jefe de policía se pudiera levantar, gritando a Rose cuando salía.
– ¡Necesito un coche!
Ella agarró rápidamente un juego de llaves de su escritorio y se lo lanzó.
– Llévate el de Jimbo. Estará justo delante de la puerta.
Él salió y se metió en el coche más cercano, el brillante coche patrulla blanco del jefe de policía. Las ruedas chirriaron cuando dejó el aparcamiento y se incorporó a la Calle Mayor. Sólo le llevó unos segundos encontrar los botones que activaban la sirena y las centelleantes luces rojas.
En el interior de la comisaría, Rose Collins acababa de levantar su teléfono para difundir la noticia de que Bobby Tom Denton acababa de escaparse de la cárcel.
HEAVEN, TEXAS
UN LUGAR EN EL CORAZÓN
La pancarta colorida que colgaba en el límite del pueblo se hacía cada vez más pequeña en el espejo retrovisor de Gracie, hasta que ya no la pudo ver. Cogió un kleenex de su regazo y mientras se sonaba la nariz se preguntó si iba a llorar hasta San Antonio. La noche anterior se había quedado sin lágrimas y estaba totalmente destrozada cuando Ray la había llevado al apartamento para recoger sus cosas y luego conducirla al motel donde había pasado la noche. Pero no había dormido. Se había tumbado en la cama recordando una y otra vez las irrecusables palabras de Bobby Tom.
Los dos sabemos que sólo trataba de hacerte un favor… ¿Por qué demonios querría casarme con alguien como tú?… ¡No quiero volver a verte en la vida!
¿Qué había esperado? Lo había humillado delante de todos los que eran importantes para él y Bobby Tom había contraatacado con crueldad.
Metió el kleenex bajo las gafas y se secó los ojos hinchados. El nuevo dueño de Shady Acres iba a enviar a alguien a recogerla al aeropuerto de Columbus para llevarla a New Grundy. Su sitio estaba en Shady Acres y en veinticuatro horas, se aseguraría de estar tan ocupada que no tendría tiempo de pensar en nada.
Había sabido que eso tenía que acabar, pero nunca hubiera imaginado un final tan amargo. Había querido que la recordara con cariño como la única mujer que no había querido nada de él, pero la noche anterior había destruido cualquier posibilidad de que ocurriera. No había tomado dinero, pero al final, había terminado por tomar algo más importante para él, su reputación. Trató de disculparse ante sí misma pues sabía que había sido su propia arrogancia la que finalmente había llevado a eso, pero como todavía lo amaba, no podía disfrutar viéndolo sufrir.
Oyó una sirena detrás de ella, y cuando miró por el espejo retrovisor, vio la luz intermitente de un coche de policía que avanzaba rápidamente por la carretera comarcal. Una mirada al velocímetro le aseguró que estaba dentro de los límites de velocidad; se apartó ligeramente hacia la derecha para dejarle paso. Se acercó más, pero en vez de adelantarla, permaneció detrás de ella.
La sirena hizo un ruido brusco, indicándole que se echara a un lado. Preocupada, miró más atentamente por el espejo y no se pudo creer lo que veía. ¡El hombre que había detrás del volante era Bobby Tom! Se quitó las gafas de sol. Hasta ahora, se había mantenido en pie por pura fuerza de voluntad, pero no podría resistir otro enfrentamiento con él. Cuadrando la mandíbula con determinación, aceleró, con el único resultado de que él hiciera lo mismo.
Una vieja camioneta surgió amenazadoramente delante de ella. Sus nudillos se pusieron blancos cuando apretó el volante para pasar al carril izquierdo y adelantar. El velocímetro marcaba noventa y cinco kilómetros por hora y Bobby Tom se mantenía pegado a ella.
¿Cómo podía él hacerle esto? ¿Qué tipo de pueblo dejaría que un civil condujera un coche patrulla para perseguir a una persona inocente? La aguja avanzó hasta ciento diez kilómetros por hora. Odiaba conducir rápido y estaba sudando. Él puso la sirena otra vez, poniéndola todavía más nerviosa. Siseó con alarma cuando él se acercó aún más y temió que le diera por detrás bruscamente. ¡Por Dios bendito, tenía intencion de sacarla de la carretera!
No tenía otra opción. Era demasiado temerario, y mientras él podía estar perfectamente a sus anchas alcanzando los ciento veinte kilómetros por hora, ella ciertamente no lo estaba. La cólera la consumió cuando levantó el pie del acelerador y gradualmente desaceleró para echar el coche a un lado de la carretera. Tan pronto como detuvo el coche, abrió de golpe la puerta para dirigirse hacia él.
Él salió del coche patrulla antes de que ella hubiera dado más de cuatro o cinco pasos, y entonces vaciló. ¿Qué le había sucedido a Bobby Tom? Tenía uno de sus ojos cerrado por la hinchazón y se veía totalmente salvaje. Tenía las ropas rasgadas y su omnipresente stetson no estaba. La costra que se estaba formando en la herida de su sien lo hacía parecer un hombre primitivo y peligroso. Recordó lo que le había hecho y, por primera vez desde que lo conocía, le tuvo miedo.
Él avanzó hacia ella. Ella se sintió aterrorizada y se dio la vuelta para saltar dentro del coche y echar el seguro, sólo para descubrir que había esperado demasiado y era tarde para hacerlo.
– ¡Gracie!
Por el rabillo del ojo, vio que intentaba alcanzarla y se movió justo a tiempo de evitarlo. Dejándose llevar por puro instinto, comenzó a correr. Las suaves suelas de sus sandalias se llenaron rápidamente de grava, haciendo que casi se cayera de rodillas. Tropezó, pero de alguna manera logró recuperar el equilibrio y continuar. Voló sobre la línea blanca de la carretera, corriendo tan rápido como podía. Esperaba que en cualquier momento la agarrara y como no lo hacía, miró por encima del hombro.
Él iba ganándole terreno, pero cojeaba tanto que eso le retrasaba considerablemente. Aprovechó su ventaja apurándose todo lo que podía y mientras lo hacía, recordó la historia que le había contado Suzy de cuando era un niño de nueve años al que habían castigado públicamente por golpear a una chica.
Después de todos esos años de tratar amablemente a todas las mujeres, algo se había desatado dentro de él.
Le resbaló el pie en el borde del asfalto y se salió del arcén dando bandazos por los matorrales. Las piedras del terreno entraron en sus sandalias. El terror la invadió cuando lo oyó justo detrás de ella.
– ¡Gracie!
Ella gritó cuando él la hizo caer sobre los matorrales con un empujón que le sacudió hasta el tuétano. Ella se giró mientras caía y cuando chocó contra el suelo estaba de cara a él. Por un momento solo sintió dolor y miedo. Luego sintió que se quedaba sin aire.
Ella había yacido bajo él muchas veces, pero antes habían estado haciendo el amor y lo que había sentido no se acercaba a lo que sentía en ese momento. Su peso brutal e implacable la sujetaba contra el suelo. Olores poco familiares a cerveza rancia y sudor emanaban de él, y la barba sin afeitar cubría sus mejillas.
– ¡Maldita sea! -gritó él apoyándose sobre sus brazos. La agarró y levantó sus hombros lo justo para poder sacudirla como si fuera una muñeca de trapo-. ¿Por qué demonios estabas huyendo?
El encanto fácil y su cortesía impecable se había resquebrajado, dejando un hombre violento y enojado que había sido empujado hasta el límite.