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– ¡No! -El grito vino de lo más profundo de su ser, del lugar donde sus sueños vivían, todos esos gloriosos sueños que desaparecerían para siempre.

Corrió hacia el Thunderbird, tanto como podía, con el bolso golpeando torpemente contra su costado. Bobby Tom había girado la cabeza para mirar el tráfico de la calle y no la vio llegar. Su corazón latía a toda velocidad. En un segundo se iría, sentenciándola a una vida de lúgubre monotonía. La desesperación le dio alas y corrió más rápido.

Él arrancó y acto seguido cambió de marcha. Ella aumentó la velocidad. El aire entraba rápidamente en sus pulmones, con boqueadas dolorosas. El Thunderbird comenzó a avanzar con ella a su lado. Con un sollozo, ella se lanzó de cabeza sobre la puerta del copiloto del descapotable.

– Ayyyyy, demonios.

El frenazo envió la parte superior de su cuerpo fuera del asiento. Sus manos y brazos golpearon contra la alfombrilla del suelo con sus pies todavía colgando sobre la puerta. Hizo una mueca de dolor mientras intentaba incorporarse. Sintió el aire frío contra la parte posterior de sus piernas y se percató de que su falda había bajado hacia su espalda. Mortificada, la buscó a tientas, al tiempo que seguía tratando de posicionarse en el coche.

Oyó una obscenidad particularmente ofensiva que era indudablemente común entre los futbolistas, pero que rara vez se oía en Shany Acres. Normalmente, era pronunciada en dos sílabas, pero el arrastrado acento texano de Bobby Tom la alargó a tres. Finalmente controló su falda y cayó jadeante sobre el asiento.

Pasaron varios segundos antes de que reuniera el suficiente coraje para mirarlo.

Él la contemplaba atentamente, con un codo apoyado en el volante.

– Sólo por curiosidad, cariño; ¿Has ido alguna vez al médico para que te dé unos tranquilizantes?

Ella giró la cabeza y lo miró directamente.

– Mira, esto es lo que hay, señorita Gracie, voy cuando quiero a Telarosa y de la manera que quiero.

Sus ojos le devolvieron la mirada.

– ¿Te marchas ahora?

– Tengo la maleta en el maletero.

– No te creo.

– Es la verdad. Ahora, ¿quieres abrir la puerta y salir?

Ella negó tercamente con la cabeza, esperando que él no se diera cuenta de lo cerca que estaba de rendirse.

– Tengo que ir contigo. Mi responsabilidad es llegar contigo a Telarosa. Es mi trabajo.

Un músculo palpitó en su mandíbula, y con nerviosismo, ella se dio cuenta de que finalmente había logrado quebrar su falsa amabilidad provinciana.

– No me hagas echarte afuera -dijo él con determinación.

Ella ignoró el escalofrío que subió por su columna.

– Siempre he pensado que es mejor solucionar los problemas con palabras en vez de por la fuerza.

– He jugado en la NFL, querida. La sangre es lo único que entiendo.

Con esas ominosas palabras, él se giró hacia su puerta, y ella supo que en pocos segundos, él llegaría a su lado, la cogería, y la echaría a la calle. Rápidamente, antes de que él pudiera bajar la manilla, ella agarró su brazo.

– No me eches, Bobby Tom. Sé que te irrito, pero te prometo que será todavía peor si no dejas que vaya contigo.

Él se volvió lentamente hacia ella.

– ¿Y exactamente cómo va a ser eso?

Ella no sabía lo que había querido decir. Había hablado impulsivamente porque no se podía enfrentar a la idea de llamar a Willow Craig para decirle que Bobby Tom iría por sus medios a Telarosa. Sabía demasiado bien cual sería la respuesta de Willow.

– Lo dicho, dicho está -contestó ella, esperando hacerle creer que tenía algo entre manos pero sin especificar qué.

– Generalmente cuando la gente dice que será todavía peor si alguien no hace algo, ofrecen dinero. ¿Es lo que me estás diciendo?

– ¡Claro que no! No creo en el soborno. Además, parece que tú tienes tanto dinero que no sabes que hacer con él.

– Si eso es cierto, ¿qué es lo que piensas hacer?

– Yo…, bueno… -Frenéticamente intentó buscar un soplo de inspiración-. ¡Conducir! ¡Eso es! Así podrás relajarte mientras conduzco. Soy muy buena conductora. Tengo el carnet desde los dieciséis años y nunca me han puesto una multa.

– ¿Y realmente estás orgullosa de eso? -Él negó con la cabeza con asombro-. Desafortunadamente, cariño, nadie salvo yo conduce mis coches. No, me temo que voy a echarte después de todo.

Otra vez, él fue a coger la manilla de la puerta, y otra vez, ella agarró su brazo.

– Seré tu copiloto.

Él pareció molesto.

– ¿Y para qué necesito un copiloto? He hecho el camino tantas veces que podría hacerlo con los ojos vendados. No, cariño, tendrá que ocurrírsete algo mejor que eso.

En ese momento, ella oyó un peculiar zumbido. Le llevó un momento darse cuenta que el Thunderbird tenía teléfono móvil.

– Pareces tener muchas llamadas. Las podría contestar por ti.

– Lo último que quiero es a alguien contestando mi teléfono.

Su mente buscó y rebuscó.

– Podría masajearte los hombros mientras conduces, para que no tengas contracturas. Soy muy buena masajista.

– Es una buena oferta, pero tienes que admitir que no compensa llevar un pasajero inoportuno hasta Texas. Hasta Peoría, puede ser, si haces un buen trabajo, pero no más allá. Lo siento, señorita Gracie, pero no me has ofrecido nada que haya captado mi interés.

Ella trató de pensar. ¿Qué tenía ella que un hombre mundano como Bobby Tom Denton pudiera encontrar interesante? Sabía organizar juegos, entendía de regimenes, sabia administrar medicinas y había escuchado suficientes batallitas de los residentes como para tener unos conocimientos medianamente buenos sobre la segunda Guerra Mundial, pero no creía que ninguna de esas cosas pudiera persuadir a Bobby Tom de cambiar de idea.

– Tengo una vista excelente. Puedo leer las señales de tráfico a distancias increíbles.

– Me estremeces, querida.

Ella sonrió con entusiasmo.

– ¿Eres consciente de lo fascinante que es la historia del Séptimo de Caballería?

Él le dirigió una mirada débilmente compasiva.

¿Cómo podía hacerle cambiar de idea? Por lo visto la noche anterior, él estaba interesado sólo en dos cosas, fútbol y sexo. Su conocimiento de deportes era mínimo, y en lo que respecta al sexo…

Sintió un nudo en la garganta cuando una idea peligrosa e inmoral se abrió paso en su cerebro. ¿Qué pasaría si ofrecía su cuerpo como trueque? Inmediatamente se horrorizó. ¿Cómo podía haber pensado tal cosa? Ninguna mujer inteligente, moderna y feminista consideraría… vamos, faltaría más… Para nada… Esa era definitivamente la consecuencia de tener demasiadas fantasías sexuales.

– ¿Por qué no? -Susurraba un diablillo en su oído-. ¿Para quién te reservas?

– ¡Es un libertino! -Recordó la lujuriosa parte de su naturaleza que se empeñaba en reprimir-. De todas maneras, no estaría interesado en mí.

– ¿Cómo lo sabrás si no lo intentas? -Replicó el diablillo-. Has soñado con algo así durante años. ¿No te prometiste que tener experiencia sexual sería una de las prioridades de tu nueva vida?

Una imagen pasó como un relámpago por su mente; Bobby Tom Denton descansando su cuerpo desnudo sobre el de ella. La sangre corrió a toda velocidad por sus venas y erizó su piel. Podía sentir sus manos firmes en los muslos, abriéndolos, bajo su toque…

– ¿Pasa algo, señorita Gracie? Te has puesto colorada. Como si alguien te hubiera contado un chiste verde.

– ¡Sólo piensas en el sexo! -gimió ella.

– ¿Qué?

– ¡Pues me niego a acostarme contigo sólo para que me dejes acompañarte! -Consternada, cerró la boca de golpe. ¿Qué había dicho?