– ¡Planta la bandera en la playa!
Nell sonrió excitada mientras aferraba la barandilla de la veloz Zodiac y estudiaba la playa. La adrenalina que bombeaba a través de sus venas hacía que deseara saltar de la embarcación y volar hacia la costa.
17.50 horas
Cynthea irrumpió en la sala de control, donde tres cámaras tomaban primeros planos de la playa en la hilera de monitores que había encima de la cabeza de Peach.
La Zodiac pequeña fue la primera en llegar a la playa. Zero y Copepod saltaron al agua. El perro ladraba excitadamente y salió disparado hacia la arena. Zero salió del agua y se hizo a un lado para filmar la llegada de las otras Zodiac.
El resto de la tripulación observaba atentamente desde las cubiertas del Trident.
Andy corrió hacia la barandilla del barco con un pijama de rayas.
– ¡No puedo creer que no me hayan despertado! -gritó-. ¿Me asignan la guardia nocturna y luego no me despiertan? ¡Maldita sea, estoy cansado de que me jodan todo el tiempo!
Andy se volvió para toparse con una cámara que estaba grabando el momento y advirtió que algunos miembros de la tripulación uniformada se reían a pocos metros de allí.
– ¡Que os jodan! -gritó.
Cynthea pinchó nuevamente la imagen de Glyn, que plantaba la bandera de «SeaLife» en la arena.
– ¡Reclamo esta isla para «SeaLife»! -exclamó.
Los seguidores del programa expresaron su júbilo en sus salas de estar de todo el mundo; Glyn acababa de convertirse en una estrella.
Los jefes de la cadena sonrieron y, por primera vez en un mes, se reclinaron aliviados sobre los respaldos de sus sillones mientras contemplaban las imágenes en sus pantallas.
Millones de personas exclamaron «¡Ooooh!» cuando Cynthea sorprendió a Dawn lanzando una mirada a Glyn, y a Nell mirando de soslayo a Dawn.
Cynthea le guiñó un ojo a Peach.
– Drama -asintió él.
17.51 horas
– ¡Muy bien! -dijo Glyn-. Echemos un vistazo a ese velero.
El grupo de desembarco trepó sobre la avalancha de rocas.
Zero y los otros camarógrafos estaban filmando a través de cámaras de televisión inalámbricas Voyager Lite con mochilas transmisoras que enviaban señales al Trident. Peach cambió las tomas y envió la señal a los satélites, que la redirigieron a estaciones repetidoras que alimentaban a cientos de cadenas por cable y millones de pantallas de televisión en todo el mundo.
El grupo se acercó al maltrecho casco del velero, recubierto por una gruesa capa de percebes. Cuando se acercaron lo suficiente pudieron ver el nombre pintado en el espejo de popa en letras verdes desteñidas:
Balboa Bilbo
– ¡Ésa es nuestra chica! -gritó Jesse, golpeando con fuerza la popa del barco.
Rodearon el velero y vieron entonces la cubierta superior, que estaba inclinada hacia ellos en un ángulo de treinta grados. A la embarcación le habían quitado el mástil y su aparejo colgaba sobre la borda. Era evidente que el velero había estado mucho tiempo en el mar antes de quedar varado en la isla.
– Muy bien, vamos a registrarlo -dijo Glyn, haciendo una pequeña improvisación en la narración mientras miraba a Zero, quien le hizo un gesto con la mano para que se moviera.
Jesse subió a cubierta. › Glyn subió a bordo detrás de Jesse, y Zero los siguió. (Jesse avanzó a gatas dentro de la cabina. En las escotillas y las ventanas faltaban los cristales. Gran parte del interior de la cabina parecía haber sido arrasado: las puertas de los armarios habían desaparecido, incluidos los goznes; el vidrio de las ventanas parecía haber sido quitado utilizando una palanca. Jesse vio la baliza en el asiento del piloto y la recogió.
– Sí, aquí está la EPIRB. Aún está en posición de encendido.
Apuntó a Glyn con la antena del aparato cilíndrico y amarillo como si fuese un arma y se echó a reír.
– ¿Qué significa eso? -preguntó Glyn mirando a cámara. Zero lo excluyó rápidamente de la toma.
Jesse echó un vistazo a la cabina en ruinas.
– Bueno, algo tuvo que poner en funcionamiento la EPIRB, profesor.
En la distancia se oían los ladridos frenéticos de Copepod.
– Tal vez un pájaro voló a través de la ventana y picoteó el aparato o algo por el estilo. -Glyn señaló la ventana-. Falta el vidrio, ¿lo ves?
Jesse miró directamente a cámara y negó con la cabeza.
– Se necesitarían tres pájaros trabajando en equipo para poner en marcha una EPIRB, tío.
Simuló ser un pájaro picoteando su cabeza.
– Oh -Glyn asintió-. ¡Es verdad!
Nell se encontraba sobre las rocas, encima del casco inclinado del velero.
Al tiempo que se sujetaba la visera de la gorra de los Mets, examinó la base del acantilado. Una parcela de vegetación púrpura llamó su atención a poca distancia hacia la izquierda de la fisura en la pared de roca. A su alrededor, todo pareció evaporarse mientras se concentraba en los arbustos de intenso color.
– Eh, ¿dónde se ha metido Copepod? -gritó Dawn.
Los camarógrafos hicieron un barrido panorámico de la zona próxima al velero. Los frenéticos ladridos habían cesado por completo. Al bull terrier no se lo veía por ninguna parte.
Nell saltó a través de las rocas hasta llegar a la arena gruesa y rojiza de la playa. Luego echó a correr en dirección al acantilado. El sol del atardecer iluminaba la imponente pared de piedra y las brillantes plantas color púrpura que crecían en su base. Nell divisó motas doradas en la arena. «El oro de los tontos», pensó. En los acantilados debía de haber un montón de sulfato de hierro.
Se sentía aliviada de que ningún camarógrafo la hubiese seguido. El bullicio provocado por el grupo de desembarco se apagaba detrás de ella mientras la adrenalina aceleraba sus pasos.
Nell hincó las rodillas en la arena y contuvo el aliento delante de la pequeña parcela de hojas púrpura que crecían en la base del acantilado.
Los pedúnculos semejaban los de una planta de jade, pensó, excepto porque los tallos rectos carecían de ramas, y su color era de un lavanda intenso. Advirtió que el centro de cada pedúnculo tenía un tono púrpura azulado, mientras que las hojas, parecidas a las de la alcachofa, estaban teñidas de verde en sus puntas vellosas. Parecían gruesos espárragos pero no podía identificar la familia a la que pertenecían, mucho menos su género o especie, ya que no había ninguna pauta de crecimiento que fuera reconocible.
Trató de calmar sus palpitaciones al tiempo que hojeaba rápidamente la taxonomía botánica en su memoria, diciéndose que seguramente estaba demasiado excitada y debía de haber pasado por alto algo obvio.
Buscó el espécimen más grande y arrancó una de las hojas puntiagudas de la planta. Ésta se deshizo al instante como si de un trozo de fieltro viejo se tratara, convirtiéndose en un jugo que le escoció en las yemas de los dedos.
Agitó la mano, sorprendida, y se limpió el jugo azulado en su camisa blanca. Luego abrió la botella de Evian y vertió un poco de agua sobre la mano izquierda y la camisa.
Para su asombro, la planta reaccionó como un helecho común ante su contacto, plegando contra el tallo todos los apéndices similares a hojas. Luego se replegó bajo tierra, una acción que requería de músculos o mecanismos internos de los que las plantas carecían.
Atónita, Nell estaba a punto de llamar a los demás cuando vio lo que parecía ser un sendero de hormigas blancas que se movían a lo largo de la base del acantilado.
Se inclinó hacia adelante y observó atentamente las grandes criaturas, separadas por espacios regulares, que se lanzaban por un surco en la arena hacia el esqueleto de un cangrejo. Las hormigas se movían más de prisa que cualquier otro bicho que hubiera visto antes.