17.52 horas
– Copey debe de haber subido por el cañón -gritó Jesse.
– ¡Copey! -llamó Dawn.
– Tal vez fue allí donde se dirigieron los supervivientes -sugirió Glyn-. Quiero decir, en caso de que haya alguno.
– Alguien desmanteló este barco, tío -gritó Jesse, sacudiendo la cabeza y golpeando el casco con el puño-. Y alguien encendió esa baliza.
Cynthea aprovechó el momento, cambiando al canal de Glyn.
– ¡Adelante, Glyn, adelante! ¡Nos quedan siete minutos de enlace con el satélite!
– Vamos -dijo Glyn.
Cynthea dio unos golpecitos en la pantalla de la cámara dos con el extremo del lápiz.
– ¡Sí! -gritó Jesse, y alzó el puño para encabezar la marcha.
Los tres camarógrafos cubrieron a los cinco científicos y a los cinco miembros del equipo del programa mientras ascendían la rampa natural de rocas partidas hacia el interior de la grieta.
17.53 horas
Nell recogió de la arena una lata de cerveza Budweiser descolorida por el sol que de alguna manera había conseguido llegar a la playa y la utilizó para bloquear el camino de los bichos blancos.
Una de las criaturas cayó sobre uno de sus lados.
Un disco blanco y ceroso de unos dos centímetros y medio de largo yacía inmóvil en la arena.
Nell apartó la lata de Budweiser y observó con más atención. Del borde del disco blanco emergieron unas patas parecidas a las de un ciempiés. Las patas se agitaron y el bicho giró como un frisbee sobre la arena en una maniobra evasiva.
Llegaron entonces más bichos blancos y se congregaron delante de ella. Estaban rodando sobre sus bordes, como si fuesen pilotos de motocrós en monociclos a lo largo del surco. En pocos segundos se reunieron docenas de aquellos extraños bichos. De pronto bascularon en diferentes direcciones. ¿Acaso se estaban preparando para un ataque?
Sin poder salir de su asombro, Nell se puso de pie y retrocedió rápidamente unos pasos. Animales como aquéllos no podían existir, pensó.
Miró a su alrededor en busca del resto del grupo. Se habían marchado.
Corrió en dirección a la grieta mientras gritaba:
– ¡Esperad! ¡Esperad! ¡Esperad!
17.54 horas
Desde la sala de control, Cynthea observó cómo la partida de búsqueda se adentraba en el cañón, cuyas paredes curvas estaban oscurecidas por la niebla que flotaba en la parte superior del acantilado. El sol del crepúsculo esculpía luces y sombras a través de las alturas de la grieta mientras el agua corría y goteaba sobre ellos.
Luchando sobre grandes peñascos y subiendo por escaleras naturales formadas por rocas más pequeñas, Glyn empujó a Dawn para que superara un saliente, admirando de paso el tatuaje que asomaba desde la parte de atrás de sus vaqueros de talle bajo.
– ¡Eh, mirad todos! -gritó Jesse-. ¡La grieta de Dawn!
Peach cambió la orientación de las cámaras siguiendo los movimientos del lápiz de Cynthea.
– ¡Éste es un material de primera, jefa!
– Acabamos de salvar «SeaLife», Peach -dijo ella.
20.55, hora oficial de la costa Este
En su pantalla mural Hitachi de 55 pulgadas fina como una oblea, en su oficina ubicada en el centro de Manhattan, Jack Nevins observó cómo Glyn ayudaba a Dawn a superar un gran peñasco apoyando ambas manos en sus nalgas.
– Esto es genial, Fred -dijo Jack en su teléfono móvil.
Fred Huxley observaba la misma escena en su televisor en la oficina contigua, con el móvil en la oreja mientras encendía un Cohiba.
– ¡Esto es oro puro, Jack!
– Tío, creo que esa zorra acaba de salvarnos el culo.
– ¡Podría besarla!
– Yo podría follarla.
– Esa veterana muchacha tiene un endiablado instinto de supervivencia.
– ¡Los números de la próxima semana se dispararán, pequeño Fred!
– ¡Los números de la próxima semana matarán, hermano Jack!
17.57 horas
El grupo de búsqueda se desplegó en un reborde de piedra donde la grieta se ensanchaba. Una exuberante vegetación colgaba de las paredes: unos extraños brotes color púrpura chapoteaban bajo los pies.
La vegetación que cubría las paredes se arqueaba y se entrelazaba hasta formar un túnel en forma de vaso que se extendía hacia la distancia crepuscular, atravesada por los rayos del sol poniente.
– ¡Nell, has dado con la veta madre! -musitó Glyn.
Algunas de las plantas altas y brillantes parecían cactus; otras, corales. La bóveda vegetal temblaba con el follaje sinuoso y de intensos colores que había encima de ella. El aire tenía un olor dulce y penetrante, como a flores y rocío, con una pizca sulfurosa de sentina.
Glyn observó la bóveda de hojas con expresión escéptica. Las gotas de sudor se le metían en los ojos y la sal le escocía al frotárselos. Aún respiraba agitadamente a causa de la ascensión. Lo que deberían ser hojas, pensó, parecían más bien las orejas de hongos multicolores que brotaban de las ramas superiores.
– Esperad un momento -dijo, parpadeando repetidamente con el ojo izquierdo para aclarar la visión.
– Sí, esperad -convino Zero.
Las «plantas» y los «árboles» crecían describiendo formas radiales como el agave, la mandioca y las palmeras, pero con múltiples ramas. Se movían como si las agitara una brisa, pero el aire, denso, permanecía completamente inmóvil.
Un sonido zumbador, agudo, se elevó como un coro de barítonos canturreando a través de silbatos policiales. El túnel verde se volvió ligeramente púrpura y se onduló como si un intenso viento estuviera soplando sobre él.
– ¡Eh! -gritó Jesse, provocando que todo el mundo se sobresaltara-. ¡Esa planta se está moviendo, tío!
El grito proferido por Jesse reverberó a través de las alturas de piedra, y el ruido de los insectos cesó abruptamente. El cañón quedó sumido en un silencio total, excepto por el distante siseo del oleaje más abajo.
La cámara de Zero apenas si consiguió captar una forma borrosa que pasó como una exhalación a través de las ramas que había sobre sus cabezas.
El ruido de los insectos se reanudó, ahora con más fuerza.
Dawn dejó escapar un grito. Unas espinas como dardos, unidas a un árbol por finos cables, habían atravesado su cintura desnuda. Mientras el grupo miraba aterrado, el árbol disparó otras dos espinas al cuello de Dawn.
Los cables transparentes se volvieron rojos, extrayéndole la sangre. Con un movimiento desesperado, Dawn rompió los cables y lanzó un chillido, sangrando a través de los tubos rotos mientras corría hacia los demás.
Glyn percibió que las ramas superiores comenzaban a descender sobre ellos y luego captó algo por el rabillo del ojo: una oleada de formas oscuras que corrían hacia ellos a través del túnel.
Sintió una dolorosa picadura en la pantorrilla y gritó.
– ¡Mierda!
Miró sus piernas blancas y pálidas, expuestas por primera vez en ese viaje por los malditos pantalones cortos L. L. Bean que había accedido a ponerse para el desembarco en la isla. Casi no pudo detectar a su agresor contra la piel pálida. Luego lo descubrió al sentir un segundo y doloroso pinchazo: una araña blanca en forma de disco colgaba de su pantorrilla izquierda.
Alzó la mano para aplastarla cuando cientos de bichos diminutos surgieron del lomo de la araña. Una herida profunda y roja se abrió en la pantorrilla antes de dos segundos, el borde amarillo de la tibia quedó expuesto y más discos blancos se lanzaron hacia la herida.
Antes de que Glyn pudiera gritar, un berrido sibilante llegó directamente hacia él.
Alzó la vista justo en el momento en que un animal del tamaño de un búfalo se lanzaba hacia él a través del túnel.