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– Caramba, es la hora del almuerzo. Oh, bien, de acuerdo, ya he terminado.

Geoffrey le devolvió el cangrejo bayoneta al técnico y por gestos le indicó al doctor Lastikka: «¡Dígales que esperen!»

El doctor Lastikka asintió con la cabeza.

– Gracias, ha sido realmente instructivo -le dijo Geoffrey al técnico.

– ¿Pronunciará su conferencia esta noche, doctor Binswanger, eh… Geoffrey?

– Oh, sí.

– ¡Allí estaré!

– Pero no podré reconocerlo.

– Llevaré la mascarilla.

Geoffrey asintió.

– ¡Muy bien!

Ésa era la razón de que Geoffrey amara Woods Hole: todo el mundo estaba fascinado por la ciencia, todo el mundo era inteligente, y no sólo sus colegas investigadores. El público en general, de hecho, habitualmente era más inteligente. Los habitantes de Woods Hole, estaba convencido, constituían la población más científicamente curiosa e informada de cualquier ciudad del mundo. Y era uno de los únicos lugares, aparte de un puñado de campus universitarios, donde a los científicos se los consideraba tíos guays. Todo el mundo acudía a las disertaciones que se celebraban por la noche. Y luego todo el mundo se reunía en las diversas tabernas para hablar acerca de ellas.

Geoffrey abandonó la sala del laboratorio a través de dos puertas herméticamente cerradas. Mientras se quitaba la gorra y la mascarilla, uno de los ayudantes de laboratorio le señaló un teléfono. Pasó al otro lado del mostrador principal.

– Aquí Geoffrey.

– ¡Al fin te encuentro, El-Geoffe!

Era Ángel Echevarría, su compañero de oficina en el WHOI. Ángel estaba estudiando los estomatópodos, siguiendo los pasos de su héroe, Ray Manning, el experto pionero en el tema. Ángel había estado fuera de la oficina esa mañana y le había dejado un mensaje diciéndole que regresaría tarde. Ahora, el investigador prácticamente saltaba del otro lado del teléfono.

– ¡Geoffrey! ¡Geoffrey! ¿Lo viste?

– ¿Ver qué? Tranquilízate, Ángel.

– Viste «SeaLife» anoche, ¿verdad?

Geoffrey dejó escapar un leve gemido.

– No veo reality shows en la tele.

– Sí, pero se trata de científicos.

– ¿Que viajan a todos los lugares turísticos, como la isla de Pascua y las Galápagos? Venga, Ángel, eso no se sostiene.

– ¡Oh, Dios mío! Pero has oído hablar de ello, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Entonces sabes que la mitad de ellos fueron masacrados salvajemente?

– ¿Qué? Es un programa de televisión, Ángel. Yo en tu lugar no estaría tan seguro.

Geoffrey se quitó la bata blanca mientras hablaba. Asintió cuando uno de los técnicos, una mujer, la cogió.

– Es un programa en directo -insistió Ángel.

Geoffrey se echó a reír.

– Lo tengo grabado. Tienes que verlo.

– Oh, colega.

– ¡Vuelve aquí ahora mismo! ¡Y trae algunos bocadillos!

– De acuerdo, te veré dentro de media hora. Geoffrey colgó el teléfono y miró a la técnico de laboratorio.

– ¿Vio el programa «SeaLife» anoche, doctor Binswanger? -preguntó ella.

13.37 horas

Geoffrey entró en la oficina que compartía con Ángel llevando un par de bolsas con bocadillos comprados en Jimmy's.

– El almuerzo está ser…

Fue silenciado por un grupo de colegas que se habían congregado en el corredor para ver a Ángel cuando alimentaba a su esquila de agua.

Observar la caza de un estomatópodo, o «esquila de agua», era un espectáculo digno de verse.

Geoffrey abortó su saludo al instante y dejó el casco y las bolsas con los bocadillos. En el gran tanque de agua salada, Ángel había colocado una gruesa capa de grava coralina y un jarrón de cerámica decorado con una representación de un tigre al estilo asiático. El jarrón descansaba sobre un costado, la boca en dirección a la parte posterior del acuario.

Ángel pinchó un cangrejo azul vivo con unos fórceps.

– Don me dio uno de sus cangrejos azules. Gracias, Don.

– Creo que estoy empezando a arrepentirme -repuso Don mientras se acomodaba las gafas sobre el puente de la nariz.

– ¡Vaya! -exclamaron varios de los presentes cuando la mascota de Ángel apareció.

– ¡Banzai! -Ángel dejó caer al desdichado crustáceo dentro del tanque. Una morbosa fascinación obligó a todo el mundo a mirar el espectáculo.

La criatura segmentada de veinticinco centímetros de largo se movía como si de un primitivo dragón se tratara. Sus elegantes placas superpuestas ondulaban como lamas de jade mientras avanzaba a través del agua. Una navaja multiusos con miembros y patas que se agitaban por debajo. Sus ojos acechantes giraban en diferentes direcciones. Los colores del cuerpo eran asombrosamente intensos, casi iridiscentes.

– Ahí viene -anunció Don.

El cangrejo azul se impulsó con las patas al hundirse en el agua y a mitad de camino del lecho del tanque descubrió la presencia de la esquila de agua. El cangrejo nadó inmediatamente hacia el extremo más alejado del jarrón pero la esquila se lanzó hacia adelante y sus poderosas patas atacaron a su presa con un movimiento demasiado veloz para el ojo humano. Con un pop alarmante, se tambaleó hacia atrás. El caparazón entre los ojos del cangrejo estaba destrozado y el pobre animal flotaba inmóvil en el agua.

La esquila de agua arrastró a su presa de regreso al interior del jarrón.

La audiencia profirió una exclamación de asombro.

– Y eso, amigos míos, es el impresionante poder del estomatópodo. -Ángel parecía más un presentador de circo que un experto en esas criaturas-. Su golpe tiene la potencia de una bala del calibre 22. Es capaz de captar millones de colores más que el hombre con los ojos, que poseen una percepción de profundidad independiente, y sus reflejos son más rápidos que los de cualquier criatura viviente. Este misterioso milagro de la madre naturaleza es tan diferente de los demás artrópodos que muy bien podría haber llegado de otro planeta. Es posible incluso que algún día nos reemplace. Bon appétit, Freddie!

– Hablando del tema, Jimmy's ha llegado -dijo Geoffrey.

– Bien por Jimmy's -exclamó una compañera del laboratorio.

– Me alegro de que estés aquí -le dijo Ángel a Geoffrey-. Tengo algo que enseñarte.

Todos cogieron sus bocadillos. Un monitor de ordenador colocado sobre la encimera del laboratorio mostraba una noticia en un canal de televisión por cable con el volumen quitado. El logotipo de «SeaLife» brillaba intermitentemente detrás del presentador del telediario.

– ¡Eh, subid el volumen! -gritó alguien mientras Ángel lo hacía.

– Tiene poco más de tres kilómetros de ancho, pero si lo que el programa «SeaLife» emitió hace tres noches es real, algunos científicos dicen que podría tratarse del descubrimiento insular más importante desde que Charles Darwin visitó las Galápagos hace casi dos siglos. Otros afirman que «SeaLife» está empeñado en llevar a cabo una burda maniobra publicitaria. Anoche el programa ofreció una pavorosa visión en directo de algo que parecía ser una isla habitada por criaturas horrendas y extrañas que atacaron cruelmente a los miembros del programa. Ejecutivos de la cadena se han negado a hacer cualquier tipo de comentario. Está con nosotros el eminente científico Thatcher Redmond para ofrecernos una opinión experta acerca de lo que realmente sucedió allí.

Todos los presentes gimieron cuando la cámara enfocó al comentarista invitado.

– Doctor Redmond, ante todo, felicidades por el éxito que ha obtenido su libro, The human effect, y por el Premio Tetteridge que recibió ayer. Gracias por haber acudido esta noche para darnos sus impresiones sobre este caso -dijo el presentador-. ¿Es real lo que pudimos ver?