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Zero se había ganado la vida y la reputación fotografiando la vida salvaje. Había perfeccionado su oficio en algunos de los lugares más inhóspitos del mundo, aceptando trabajos desde los infestados pantanos de mangle de Panamá (filmando a los cangrejos de mar) hasta los corrosivos lagos alcalinos en el valle del Rift, en África oriental (filmando a los flamencos). Después ele las últimas tres semanas a bordo del Trident, Zero se preguntaba qué trabajo era peor, si ése o estar de pie en un lecho de lodo que atravesaba sus botas acolchadas mientras un enjambre de moscas negras le chupaba la sangre.

– Adelante, Gus -dijo Zero.

Un ayudante hizo resonar una claqueta de plástico en las narices de Andy, sobresaltándolo.

– ¡«SeaLife», día 52, cámara 3, toma 2!

– ¡Y… acción! -gritó Jesse Jones.

Jesse era el miembro detestable obligatorio de la «tripulación» ficticia. La tripulación auténtica llevaba uniforme y trataba de mantenerse fuera del foco de las cámaras tanto como le fuera posible. Universalmente detestado tanto por sus compañeros en el barco como por los espectadores en sus casas, Jesse Jones estaba encantado de interpretar un papel protagonista. Los reality shows necesitaban tener en el reparto al menos a un miembro al que todo el mundo pudiera odiar a placer, alguien que provocara crisis y conflictos, alguien a quien los marineros en tiempos pasados hubieran llamado un «pájaro de mal agüero» y lanzado por la borda a la primera oportunidad.

Bronceado y musculoso, con los brazos profusamente tatuados, Jesse llevaba el pelo muy corto, de punta y aclarado por el sol. Nadie se había aprovechado como él de la legión de patrocinadores que tenía el programa. Iba vestido con un traje de baño Bodyform negro que lo cubría desde las costillas hasta las rodillas, un taparrabos azul unido con grapas y, encima, una camiseta ceñida con motivos de palmeras y flores. Sus pies calzaban zapatillas Nike plateadas, y sobre el puente de la nariz descansaban unas galas de sol Matsuda de quinientos dólares con montura plateada y cristales color turquesa pálido.

– ¿Dónde estábamos, Zero? -preguntó Andy, sonriendo.

– Copépodos -respondió el cámara.

– Oh, sí -asistió Andy-. Eso es, ¿Jesse?

Jesse le arrojó un muñeco de guiñol a Andy, quien se agachó demasiado tarde. El títere rebotó en su cara.

Todo el mundo se echó a reír mientras Andy volvía a colocarse sus gafas de imitación de carey y miraba a la cámara con una sonrisa torcida. Deslizó la mano dentro del muñeco y movió con los dedos su único ojo y las dos largas antenas.

– Así que Copepod toma su nombre de esta microscópica criatura marina.

El perro con el hocico parecido a un plátano ladró una vez y continuó jadeando junto a la pierna de Andy.

– ¡Pobre Copey! -dijo Dawn Kipke-. ¿Por qué alguien le pondría a un perro el nombre de esa horrible cosa?

– Sí, eso no está bien, colega -gritó Jesse.

Andy bajó el títere y frunció el ceño mirando a Zero, quien tomó un primer plano de su cara.

El rostro de Andy enrojeció intensamente, los ojos casi saliéndosele de las órbitas mientras bajaba la marioneta.

– ¿Cómo puedo enseñar nada si nunca nadie me presta atención? -gritó, furioso.

Luego abandonó la cubierta desapareciendo por la escotilla.

La tripulación se volvió hacia Zero.

– Eh, yo no estoy al mando, chicos -dijo Zero, retrocediendo sin dejar de filmar-. ¡Preguntadles a los tipos de arriba!

Hizo girar la cámara en una toma panorámica del puente, donde Nell se hallaba observándolos. Detrás de la ventana, ella hizo cuernos con las manos y les sacó la lengua.

14.14 horas

– Parece un motín, capitán. Creo que tendremos que atracar a la primera oportunidad.

El capitán Sol miró a Nell con socarronería por encima del hombro. Una barba blanca y recortada enmarcaba su rostro bronceado y sus ojos azules.

– Buen intento, Nell.

– ¡Hablo en serio!

Glyn Fields, el biólogo del programa, se situó junto a él para observar a través de la ventana del puente.

– Ella tiene razón, capitán. Sinceramente creo que esa tripulación de pega se está preparando para tomar la Bastilla.

Nell había conocido a Glyn durante su segundo año como profesora ayudante impartiendo clases de botánica a alumnos de primer año en la Universidad de Nueva York. Glyn daba clases en primer curso de la carrera de biología y, al principio, su aspecto causaba bastante conmoción entre los alumnos de la facultad. Había sido Glyn quien la había convencido para que se presentara al casting de «SeaLife».

Alto, pálido, delgado y muy británico, Glyn tenía unas facciones angulosas y atractivas, los ojos casi negros y una mata de pelo negro heredado de su madre galesa. El biólogo era un tipo demasiado presumido para el gusto de Nell, pero era probable que se sintiera de ese modo simplemente porque él nunca parecía percatarse de su presencia (en ese sentido, en cualquier caso). Glyn vestía el atuendo típico de un académico inglés: camisas Oxford, pantalones de pana, sobrios zapatos de cuero e incluso chaquetas de lana azules de vez en cuando. Ahora iba vestido con una camisa Oxford, pantalones caqui y zapatos náuticos sin calcetines, con un estilo tan informal como era capaz de llevar, incluso en los trópicos. Nell sospechaba que al inglés jamás lo sorprenderían llevando pantalones cortos, una camiseta o, Dios no lo permitiera, zapatillas.

Nell recordó cómo había protestado ante Glyn un año antes argumentando que «SeaLife» provocaría un retraso de un año en sus estudios. Cuando Glyn le mencionó que la expedición marítima podría pasar por esa oscura y pequeña isla de la que siempre estaba hablando, Nell supo que quizá nunca volvería a tener una oportunidad semejante. Ante su propia sorpresa, se presentó a la audición del programa y, en efecto, la eligieron, junto con Glyn.

Ahora, al ver que todas las esperanzas de Nell se desvanecían, Glyn obviamente sintió una punzada de culpa.

– Tal vez un breve desembarco podría ser positivo para la moral de la tripulación, capitán.

En ese momento, el segundo de a bordo, Samir el-Ashwah entró a través de la escotilla de estribor, vestido con el uniforme blanco estilo «Vacaciones en el mar» que llevaba el personal profesional del Trident. Samir, un individuo fuerte y delgado de origen egipcio, sorprendía al principio por su fuerte acento australiano.

– El Turbosail está en forma, ¿verdad, capitán? ¿Qué velocidad llevamos, sólo por curiosidad?

– Catorce nudos, Sam -dijo el capitán Sol.

– ¡Calculo que, a esta velocidad, seguro que llegaremos!

– Yo diría que sí.

El capitán Sol se echó a reír mientras se rascaba el atolón coralino de pelo blanco que rodeaba su cabeza calva.

Nell alzó la vista en dirección a la claraboya y vio el Turbosail de treinta metros de largo que se alzaba encima del puente como la chimenea de un crucero injertada en el barco de investigación científica. El poderoso eje cilíndrico pasaba a través del centro del puente alojado en el interior de una ancha columna que estaba cubierta de fotografías y recortes de periódico. Nell podía oír el sonido de los motores zumbando dentro de la columna mientras la vela giraba por encima de sus cabezas.