– Parece que la marina está dejando una buena estela al marcharse.
– Genial -repuso Samir.
Unas grandes olas llegaron hasta ellos, sumergiendo el cable de remolque y zarandeando la Zodiac.
Samir señaló hacia arriba.
– ¡Allí están! ¿Puedes verlos?
Una pequeña mancha de luz verde descendía lentamente junto a la pared del acantilado.
– ¡Sí! -exclamó Winger, entornando los ojos ante el rocío salado de las olas que golpeaban la Zodiac.
Samir encendió una linterna y la afirmó en el fondo de la lancha, iluminando el interior de la Zodiac como si de una pantalla se tratara.
21.19 horas
– Allí están. -Nell señaló la lancha iluminada que se balanceaba decenas de metros más abajo-. ¿Podéis verlos? -¡Sí! -dijo Zero. Mientras descendían los últimos treinta metros todo parecía indicar que la cesta estaba perfectamente alineada con la Zodiac. Demasiado perfecto: la cesta se detuvo justo encima de la Zodiac de tal modo que no podían verla debajo de ellos.
Las olas levantaron la barca y la impulsaron contra la base de la cesta.
– ¡Mierda! -gritó Winger.
La marejada se calmó. Samir y Winger remaron frenéticamente para alejar la Zodiac de debajo de la cesta, que ahora se movía peligrosamente.
Las vibraciones recorrían el largo cable de fibra, que pulsaba como la cuerda de un contrabajo.
Desde lo alto del acantilado caían pedazos de roca que se hundían en el mar: un terrible seísmo estaba sacudiendo la isla entera.
– ¡La isla está explotando! -gritó Andy.
– Cálmate, Andy -dijo Nell, estirando la mano para apretarle el tobillo. Copepod ladraba frenéticamente.
La cesta osciló y se inclinó mientras las rocas caían al agua alrededor de ellos.
Los hendrópodos se agruparon cuando el agua de las olas bañó el interior de la cesta.
– Saltad dentro de la Zodiac cuando la cesta se balancee en esa dirección -dijo Geoffrey.
– ¿Bromeas? -exclamó Andy.
Llegó el momento y, cuando Andy no se movió, Geoffrey lo empujó fuera de la cesta y aterrizó, gritando, dentro de la Zodiac. Geoffrey se volvió hacia los hendrópodos y señaló la barca.
– Saltar, ¿de acuerdo?
21.20 horas
– Trident, ¿cuál es la situación de los motores? -llegó la transmisión por radio desde el Enterprise.
– Oh. -El primer oficial Warburton contestó desde el puente-. Pensamos que ya casi tenemos los magnetómetros sincronizados, Enterprise.
Le sonrió a Marcello, quien estaba musitando una plegaria a su medalla de san Cristóbal.
21.21 horas
Mientras la cesta se balanceaba violentamente adelante y atrás, Geoffrey y Nell arrojaron las cajas de aluminio dentro de la Zodiac.
Zero saltó hacia la lancha hinchable y Copepod lo siguió ante la llamada de Andy. El pequeño perro parecía feliz de encontrarse en esa embarcación familiar. Los hendrópodos, Nell y Geoffrey eran los últimos que quedaban en la cesta, que ahora se bamboleaba violentamente.
– ¡Ahí llega otra ola! -dijo Samir, mirando por encima del hombro-. ¡Agachaos!
Los ocupantes de la Zodiac se agacharon cuando otra ola gigantesca los impulsó contra la base de la cesta.
La cesta se inclinó hacia un lado cuando la siguiente ola levantó la barca. Uno de los soportes de la cesta se rompió.
Todo lo que había dentro de la cesta, salvo Nell y Geoffrey, cayó dentro de la Zodiac.
– Alá Akbar! -exclamó Samir cuando los cinco hendros cayeron en la lancha alrededor de él. Uno de ellos se agarró a sus piernas con tres manos.
Nell y Geoffrey se aferraron a la cesta cuando ésta cayó al agua fría y oscura.
El grueso cable de la cesta comenzó a caer alrededor de ellos en grandes pliegues que chocaban contra el agua.
– Lo conseguimos -jadeó Nell, moviéndose en el agua helada junto a Geoffrey mientras la cesta se hundía y desaparecía al cabo de pocos segundos.
– Todavía no -le advirtió él-. ¡Vamos! ¡Nada, Nell!
Ambos comenzaron a nadar con fuerza hacia la Zodiac al tiempo que grandes codos de cable vegetal caían al agua detrás de ellos.
De pronto se encontraron encima de una masa lanuda que flotaba en el agua.
– ¡Sigue nadando! -gritó Geoffrey.
Nell vio la boca del gigantesco spiger que se mecía abierta debajo de ella como un rostro en una pesadilla. Para su horror, su pie rozó la mandíbula inferior de la bestia, pero se movía lentamente mientras ella se alejaba presa del pánico. Los brazos con púas del spiger reaccionaron lentamente, emergiendo del agua a cada lado de ellos, tratando de coger a los dos científicos mientras nadaban hacia la Zodiac.
– ¡De prisa! -gritó Andy.
– ¡Venga, chica! -la animó Zero.
Nell avanzó con fuertes brazadas a través del agua helada con una renovada descarga de adrenalina y superó a Geoffrey. Recorrió los últimos metros y se cogió al borde de la Zodiac, volviéndose para coger la mano de Geoffrey.
– ¡Tirad! -gritó Samir en dirección al Trident que se encontraba a unos setenta metros.
El capitán Sol accionó el cabrestante para remolcar la Zodiac a toda velocidad.
– ¡Mirad allí! -gritó Andy.
– ¡Oh, noooooo! -gimió Hender.
Una rama gigante del árbol de Hender cayó por la pared del acantilado con dos criaturas brillantes aferradas a ella.
Nell, que con una mano remolcaba a Geoffrey, estaba perdiendo el punto de sujeción en la Zodiac contra la fuerza de arrastre del cabrestante. Andy se inclinó para cogerla de la muñeca, pero fue demasiado tarde. La barandilla se escurrió entre sus dedos y Geoffrey y ella se deslizaron detrás de la Zodiac mientras la lancha era arrastrada hacia el Trident.
– ¡Sigue nadando! -gritó Geoffrey.
Nell se volvió para ver la enorme rama que impactaba contra el agua detrás de ellos; la poderosa onda de choque la levantó a ella y a Geoffrey, lanzándolos dentro de la Zodiac e impulsándola hacia el Trident.
La ola también depositó junto a la Zodiac a uno de los spigers que había caído al mar aferrado a la enorme rama.
Los hendrópodos empezaron a lanzar chillidos y retrocedieron cuando la ola cayó sobre la lancha y arrojó a Hender por encima de la borda.
Hender lanzó un agudo grito de angustia y se hundió inmediatamente hasta el cuello, agitando los brazos fuera del agua en todas direcciones.
El spiger parecía aturdido por efecto de la caída, y flotaba de lado detrás de él.
– ¡Hender! -gritó Andy.
– ¡Andeeeeeeee! -chilló Hender.
– ¡Parad el cabrestante! -gritó Samir.
Los demás hendrópodos emitían un coro de gritos mientras miraban aterrados a Hender, incapaces de ayudarlo.
Ante la sorpresa de todos, Andy se lanzó al agua.
21.34 horas
Los hendros continuaban con su coro de agudos silbidos en la distancia mientras el capitán Sol desconectaba el cabrestante.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Cynthea.
– ¡No lo sé, pero no parece nada bueno! -dijo el capitán.
21.34 horas
Las gafas de Andy salieron volando cuando cayó al agua, aunque pudo ver a través de la oscuridad el brillo de Hender, que se hundía, y se sumergió para cogerlo del brazo y sacarlo a la superficie. La criatura resopló cuando su cabeza surgió del océano. Andy hizo girar su cuerpo y comenzó a nadar para llevarlo hasta la Zodiac, impulsándose con sus zapatillas del 46 tan fuertemente como podía.