Выбрать главу

– ¡Vamos, Hender, vamos! -gritó, escupiendo agua salada.

Hender resoplaba y temblaba.

– ¡Ya estáis cerca, venga, Hender!

Andy oyó el grito de Nell y eso inspiró al biólogo marino para redoblar sus esfuerzos.

Nell vio que el spiger flotante se agitaba en la superficie del agua detrás de Andy.

– ¡Venga, Henderl -suplicó

Los hendrópodos chillaban agazapados de miedo en la proa, retrocediendo ante la presencia del spiger y del agua que golpeaba contra la Zodiac.

Los humanos se tendieron sobre el borde de la lancha y Hender extendió uno de sus largos y temblorosos brazos superiores.

Andy empujó a la criatura hacia adelante con una mano apretada contra el denso pelaje de su espalda mientras golpeaba el agua con la otra.

Nell se lanzó entonces al agua y cogió la mano temblorosa de Hender, mientras Geoffrey la tenía cogida del pie, pero su zapatilla Adidas se salió, de modo que la agarró del pie desnudo y luego el resto de los humanos aferraron a Geoffrey por la cintura y tiraron de él para que no cayera por la borda.

Hender se soltó de Andy cuando los humanos de la Zodiac cogieron sus numerosas manos. Tan pronto como lo hubieron sacado del agua, todo su cuerpo tembloroso se sacudió violentamente el agua que empapaba su espesa pelambrera. Andy permaneció un momento flotando para recuperar el aliento, pero una gran ola impactó contra el costado de su cabeza y comenzó a toser a causa del agua que había tragado. Alzó la cabeza, desorientado, y se volvió para ver que una mancha velluda de vivos colores se movía hacia él con una gran zona oscura en el centro.

Los espasmos agitaban al aturdido spiger mientras movía las patas y alzaba la cabeza fuera del agua.

– ¡Andy! -gritó Nell mientras los hendrópodos confortaban a Hender.

Al tiempo que abría las cuatro mandíbulas en una convulsión final, el spiger divisó a Andy.

– ¡Gira hacia aquí, Andy, nada, de prisa!

Desorientado, Andy comenzó a nadar hacia el spiger.

Los hendros se apartaron entonces de la proa y vadearon el agua que había dentro de la Zodiac. En el centro de la lancha se aferraron unos a otros y el último de ellos extendió su largo brazo en dirección a Andy como si de la pluma de una grúa se tratara.

– ¡Andy, vuélvete! -gritó Zero-. Maldita sea, ¡vuélvete!

De pronto, Andy se dio cuenta de que aquella mancha velluda no era Hender y dio media vuelta en el agua.

La mano del hendro colgaba delante de él.

La cogió.

21.35 horas

– ¡Adelante!

El capitán Sol oyó a Samir que gritaba desde la cubierta de popa y accionó el cabrestante a máxima velocidad mientras gritaba en dirección al puente por encima del hombro:

– ¡Izad el ancla, Cari! ¡A velocidad media!

Warburton exhaló el aire y le hizo una seña a Marceno al tiempo que cogía el micrófono de la radio, acariciándolo un momento antes de hablar con su más impersonal voz de piloto comercial.

– Enterprise, hemos solucionado el problema y ya estamos navegando. Cambio.

– Buenas noticias, Trident -llegó la respuesta después de un silencio que pareció interminable-. Buena suerte.

Warburton chocó la mano con la de Marcello.

– Gracias, Enterprise. Buena suerte para vosotros también. ¡Nos vemos en Pearl!

21.38 horas

Los hendrópodos y los humanos subieron a la cubierta de popa del Trident desde la Zodiac medio inundada mientras el barco aumentaba la velocidad.

Todo el mundo a bordo se quedó boquiabierto al ver a los nuevos pasajeros.

Cynthea grababa el acontecimiento con su cámara, la mano inmóvil como una piedra mientras registraba ese momento histórico y quedaba frente a frente con un empapado pero decidido Zero, quien a su vez la estaba filmando a ella.

Geoffrey y Nell eran los últimos que quedaban en la Zodiac y, con la atención de la tripulación puesta en los hendrópodos, ella aprovechó el momento.

– No hay casi nada más sexy que un hombre que sabe decir la palabra justa en el momento más espeluznante -dijo.

Geoffrey sonrió feliz mientras le pasaba la última caja de aluminio a Thatcher, y dejó que Nell subiera primero la escalerilla. Cuando ella lo ayudó a subir a cubierta tirando de su brazo, él le sonrió antes de fruncir el ceño.

– ¿Casi?

Los temblorosos hendros se acercaban a los humanos sin dejar de repetir «¡Gracias!» a todo el mundo. Copepod ladraba a modo de saludo a la tripulación, quienes estaban demasiado azorados por la presencia de los hendros para sorprenderse por el milagro de su resurrección.

– Madonna! -Marcello respiraba agitadamente mientras contemplaba la escena a través de la ventana de popa del puente y se persignaba rápidamente.

– Necesitan una ducha -le dijo Nell al capitán Sol-. El agua salada no es buena para ellos.

– Bien, llevadlos abajo -dijo el capitán-. ¡Quitadlos de la vista, maldita sea, hasta que sepamos qué hacer!

Nell y Geoffrey se encargaron de llevar a los hendrópodos a la cubierta inferior.

– Iré a buscar algo de comer para Copey, capitán.

– ¡Dios mío, Andy, el perro también lo consiguió! ¿Acaso los milagros no acabarán nunca? De acuerdo, adelante, chico, busca algo de comer para ese chucho.

– Usted es el capitán, supongo… -dijo Thatcher. Debajo del brazo llevaba una de las cajas de aluminio que había subido a bordo.

– Sí, señor, ¿y usted es?

– Thatcher Redmond. Soy científico y estoy con los demás. ¿Dónde cree que deberíamos guardar estas cajas?

El capitán Sol vio que había otras cuatro cajas de aluminio sobre la cubierta de popa.

– ¿Qué hay en su interior? -preguntó el capitán frunciendo el ceño.

– Sólo artefactos y pertenencias de los hendrópodos.

– ¿Hendró…?

– Nuestros invitados -dijo Thatcher con una sonrisa.

– ¡Oh, sí, comprendo! Samir, ¿puedes ayudar al señor Redmond a guardar esas cajas? Usa uno de los camarotes vacíos en el pontón de estribor.

– Muy bien, capitán. Por aquí, señor Redmond. Yo cogeré dos de ellas -dijo Samir.

Cynthea cogió con fuerza la mano de Zero.

– Dime que tienes horas y horas de película, Zero.

Él dio unos golpecitos en la cámara de la NASA que llevaba sujeta a la cabeza; luego se la quitó y la colocó en la cabeza de Cynthea como si fuera una tiara. A continuación dejó caer en sus manos una pequeña bolsa llena de tarjetas de memoria que sacó de uno de sus bolsillos.

– Cynthea, soy tu amo, señor y Dios Todopoderoso para toda la eternidad. ¡Ve acostumbrándote a la idea, muñeca!

Con una sonrisa afilada estilo Gary Cooper, alzó a Cynthea y le dio un fuerte beso en la boca al tiempo que la remojaba.

Cuando se apartó para dejarla respirar, Cynthea parecía haber rejuvenecido diez años.

– ¡Vaya, vaya! -dijo ella, moviendo un dedo recatado ante sus narices.

– Un trato es un trato -susurró Zero en su oreja, y ella dejó escapar una risita de placer.