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– Sí, señor.

– Me gustaría tener una visión más próxima de la gente que está en cubierta, si es posible, capitán.

– Sí, señor. Ahora mismo le ofreceremos una visión más cercana.

La cámara se amplió cuando la cámara en la cubierta del Stout mostró a la tripulación del Trident apiñada en la proa del barco.

– ¿Esa mujer no es Nell? -dijo el presidente-. Creo que es Nell Duckworth, ¿no es así, Trudy? Me dijeron que había muerto en un accidente en la isla. Y también está el doctor Binswanger.

Los presentes se sintieron impresionados una vez más por la prodigiosa memoria del presidente para los nombres y los rostros.

– ¿Qué está ocurriendo, Wallace? Basta de proyectiles, capitán Bobrow, maldita sea. Quiero que deje de disparar, ¿me ha entendido?

– Sí, señor presidente, son otros muchachos quienes están disparando.

– Bien, vosotros, otros muchachos, dejad de disparar ahora mismo.

– ¡Sí, señor!

– ¿Qué es eso?, ¿alguna clase de interferencia? -preguntó el secretario de Defensa.

– Necesitamos una toma más cercana, capitán Bobrow -dijo el presidente.

– Sí, señor, estamos virando.

El secretario de Prensa abrió de pronto la puerta de la Sala de Situaciones y asomó la cabeza.

– ¡Señor presidente! ¡Sintonice el Discovery Channel!

– ¿Qué?

07.25 horas

Las sirenas volvieron a sonar en el barco más cercano al Trident.

– ¡Abandonen el barco Trident! ¡No lleven nada consigo o abriremos fuego!

– Éstos son los asombrosos habitantes de la isla Henders -dijo Cynthea con aire triunfal en el micrófono de Peach.

Marceno besó su medalla de san Cristóbal.

Cynthea hizo un gesto hacia los hendrópodos, pero se quedó inmóvil y boquiabierta: habían desaparecido.

– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están?

16.25, hora media de Greenwich

Sesenta millones de personas alrededor del mundo estaban viendo la televisión cuando la transmisión en directo desde el Trident interrumpió la programación habitual.

Al cabo de dos minutos, esa cifra había aumentado a más de doscientos millones. La cantidad de telespectadores continuó creciendo a medida que las imágenes aceleraban a través del enjambre de satélites que orbitaban en tiempo real alrededor de la Tierra.

11.26, hora oficial de la costa Este

El presidente escuchaba a Cynthea Leeds que hablaba por televisión desde la proa del barco. Cualquiera que fuera la especie de la isla Henders a la que estuviera refiriéndose, era obvio que no estaba por ninguna parte.

– ¡El presidente de Estados Unidos y la marina de guerra de ese país están a punto de destruirnos no sólo a nosotros, sino también una especie nueva e inteligente que tiene tanto derecho como nosotros a vivir en este planeta! ¡Incluso más!

Los altavoces del Stout resonaron sobre la cubierta como ruido de fondo.

– ¡Trident, está contraviniendo las órdenes de la marina de Estados Unidos! ¡Deben comenzar a abandonar el barco antes de treinta segundos o abriremos fuego!

– Esto no me gusta nada, señor presidente -dijo el secretario de Defensa-. ¿Por qué no obedecen las órdenes? ¿Es que se han vuelto locos?

07.27 horas

El megáfono del barco de guerra tronó en segundo plano.

– ¡Abandonen el barco ahora! ¡Obedezcan!

– Y de esta manera, la marina de Estados Unidos continúa su cuenta atrás hasta ejecutar su sentencia -dijo Cynthea.

El silencio era insoportable. La tripulación del Trident miraba sus relojes y se encogía a medida que pasaban los segundos. Los barcos de la marina habían dejado de efectuar disparos de advertencia, pero nadie estaba seguro de si eso era bueno o malo.

Andy susurró junto a lo que esperaba que fuera la oreja de Hender.

– Adelante, Hender.

La criatura apareció súbitamente exhibiendo unos colores brillantes que ondulaban sobre su espeso pelambre.

– ¡Hola, gente! -dijo con su voz aflautada-. ¡Gracias por salvarnos!

Todos los hendrópodos se hicieron visibles entonces con vividos colores junto a él y saludaron a la cámara que sostenía Peach, al tiempo que repetían al unísono:

– ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!

11.27, hora oficial de la costa Este

– Pero… ¿qué demonios…? -La boca del presidente colgaba completamente abierta.

El atónito comandante en jefe miró a su secretario de Defensa y luego otra vez al grupo de personas atemorizadas que desafiaban las órdenes en la proa del Trident.

En ese momento, quinientos millones de personas contemplaban a los hendrópodos mientras los ojos omnívoros de la humanidad se abrían a través de la faz de la Tierra.

Algunos reían ante lo que estaban viendo creyendo que se trataba de una broma, otros se burlaban y pensaban que era un fraude. Algunos retrocedieron pensando que era un horror y otros sollozaron ante lo que creían que era un milagro. Y también estaban aquellos que temblaban de ira y creían que había llegado el Apocalipsis.

La gente estaba viendo en tiempo real cómo su mundo era puesto patas arriba. Todos los telespectadores sabían que la raza humana había llegado a un momento que marcaría su destino, su carácter y su mundo para siempre, y la guerra acerca del significado de ese momento ya se había iniciado en las salas de estar, los bares, los cafés y los dormitorios en los cinco continentes.

– ¡Que Dios nos coja confesados! -dijo el presidente.

07.28 horas

Detrás de las espaldas de la tripulación del Trident, la cámara mostraba cómo la marina los rodeaba mientras el segundo barco pasaba frente a la proa y un tercer navío de guerra aparecía en el horizonte.

Nell cogió el micrófono de manos de Cynthea.

– Señor presidente, si nos está viendo, ¡debe tener piedad de estos seres especiales!

Cynthea, admirando el atrevimiento de Nell, volvió a coger el micrófono y susurró:

– Por fin, un poco de drama, Nell. Buen trabajo, chica. -Luego gritó en el micrófono-: ¡Y ahora esperamos con el resto del mundo para ver cuál será su destino, y también el nuestro!

Marcello vio cómo la manecilla más larga de su reloj superaba la marca de los treinta segundos, apoyó la mano en el brazo de Hender y cerró los ojos.

Hender dio unas palmadas en la mano de Marcello y el hombro de Andy para tranquilizarlos mientras sus ojos se movían en diferentes direcciones.

Entonces, de manera súbita, los megáfonos del destructor cobraron vida nuevamente y una voz resonó en las cubiertas:

– ¡El presidente ha ordenado que nos retiremos! ¡Solicitamos permiso para subir a bordo!

– ¡Drama! -exclamó Cynthea.

En ese instante todos comenzaron a gritar, los miembros de las distintas especies abrazándose mientras la marina de Estados Unidos se retiraba.

07.29 horas

Thatcher reconoció la tapa azul de un frasco de cristal que estaba encajado entre el fondo y el pontón de la Zodiac. Parecía otro bote con nueces. Dio gracias al cielo, ya que estaba muerto de hambre.

Apoyó los pies en el pontón y tiró del frasco. Luego le quitó la tapa y lo acercó a la cara para echar un vistazo a su contenido.

Avispas Henders y gusanos perforadores salieron del frasco directamente hacia su cara y sus ojos. Al cabo de pocos segundos comprendió que se trataba de uno de los frascos con bichos fosforescentes de Hender que habían agitado unas horas antes para llamar la atención del Trident.