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—Dinero virtual —oyó murmurar con desaprobación a la teniente Bone mientras salía—. Santo Dios.

4

Para cuando Miles terminó de ducharse y acicalarse y se puso un uniforme limpio y un brillante par de botas, las píldoras habían hecho su efecto y no sentía ningún dolor. Cuando se dio cuenta de que silbaba mientras se rociaba de loción para el afeitado y se ajustaba un pañuelo de seda negra bastante llamativo y solamente semi-reglamentario, y se colocó la chaquetilla blanca y gris, decidió que sería mejor reducir la dosis para la próxima vez. Se sentía demasiado bien.

Lástima que el uniforme dendarii no incluyera una boina que uno pudiera colocar en ángulo atrevidamente ladeado. Podría ordenar que añadieran una. Probablemente Tung lo aprobaría: tenía la teoría de que los uniformes llamativos ayudaban a captar reclutas y subir la moral.

Miles no estaba completamente seguro de que así no acabarían adquiriendo un montón de reclutas que quisieran jugar a los disfraces. Al soldado Danio tal vez le gustara una boina… Miles descartó la idea.

Elli Quinn le esperaba pacientemente en el pasillo de la compuerta de la lanzadera número seis. Se puso en pie con gracilidad y se le adelantó, diciendo:

—Será mejor que nos demos prisa. ¿Cuánto tiempo piensas que podrá cubrirte tu primo en la embajada?

—Sospecho que ya es una causa perdida —dijo Miles, atándose junto a ella. Como el prospecto de las píldoras advertía de los riesgos de manejar equipo, dejó que la comandante pilotara de nuevo. La pequeña lanzadera se apartó suavemente del costado de la nave insignia y empezó a caer en su pauta orbital.

Miles meditó morosamente sobre la recepción que le esperaba cuando apareciera de vuelta en la embajada. Confinado a sus habitaciones era lo menos que cabía esperar, aunque podría alegar circunstancias atenuantes por si acaso. No le apetecía nada tener que cargar con esa pena. Aquí estaba, en la Tierra, en una cálida noche de verano, con una amiga hermosa y brillante. Sólo eran (miró su cronómetro) las 23.00. La vida nocturna estaría comenzando. Londres, con su enorme población, era una ciudad que nunca descansaba. Se le aceleró el corazón inexplicablemente.

Sin embargo, ¿qué podían hacer? Beber quedaba descartado; Dios sabía qué iba a sucederle si añadía alcohol a su actual carga farmacológica; no mejoraría su coordinación, sin duda. ¿Un espectáculo? Los mantendría inmovilizados un buen rato, algo que no era demasiado seguro. Mejor hacer alguna cosa que los mantuviera en marcha.

Al diablo con los cetagandanos. Estaba perdido si se convertía en rehén del simple miedo hacia ellos. Que el almirante Naismith disfrutara de una última correría antes de que volvieran a guardarlo en el cajón. Las luces del espaciopuerto parpadearon bajo ellos, se alzaron para atraerlos. Mientras rodaban por su pista alquilada (ciento cuarenta GSA federales por día) con su guardia dendarii a la espera. Miles estalló:

—Ey, Elli. Vamos… vámonos a ver escaparates.

Y así se encontraron paseando por un centro comercial de moda a medianoche. Allí, para el visitante con dinero, se exponían mercancías no sólo de la Tierra, sino de toda la galaxia. Los transeúntes eran un desfile que merecía ser contemplado por derecho propio, para el estudiante de modas y tendencias. Se llevaban las plumas aquel año, y la seda sintética, el cuero y la piel, en un revival de tejidos primitivos naturales del pasado. Y la Tierra tenía un montón de pasado que revivir. La joven dama del… atuendo vikingo-azteca, supuso Miles, que paseaba del brazo de un joven con botas del siglo XXIV y plumas le llamó particularmente la atención. Quizás una boina dendarii no fuera algo demasiado arcaico y poco profesional después de todo.

Elli, observó Miles tristemente, no se relajaba ni disfrutaba de aquello. Su atención hacia los peatones estaba más en la línea de la caza de armas ocultas y movimientos bruscos. Pero se detuvo por fin realmente intrigada ante una tienda que anunciaba discretamente: PIELES CULTIVADAS, UNA DIVISIÓN DE BIOINGENIERÍAS GALATECH. Miles la condujo al interior.

La zona de exposiciones era espaciosa, un claro indicativo de la gama de precios en la que operaban. Abrigos de zorro rojo, alfombras de tigre blanco, chaquetas de leopardo extinto, chillones bolsos de lagarto perlado de Tau Ceti, y botas y cinturones, chalecos de macaco blancos y negros… una pantalla holovid pasaba un programa continuo explicando que la mercancía no procedía de la matanza de animales vivos, sino de los tubos de ensayo y las tinas de la división de ocio de GalaTech. Se ofrecían diecinueve especies extinguidas en colores naturales. Para la línea de otoño, aseguraba el vid, venían el cuero de rinoceronte arco iris y el zorro blanco en tonos pastel. Elli hundió las manos hasta las muñecas en algo que parecía una explosión de gato persa albaricoque.

—¿Pierde pelo? —preguntó Miles, divertido.

—En absoluto —les aseguró el vendedor—. Las pieles cultivadas de GalaTech están garantizadas para no gastarse, pelarse ni desteñir. También son resistentes a las manchas.

Una enorme piel satinada negra ronroneó entre los brazos de Elli.

—¿Qué es esto? No es un abrigo…

—Ah, es un nuevo artículo muy popular —dijo el vendedor—. Lo último en sistemas de realimentación biomecánica. La mayoría de los artículos de piel que ven ustedes aquí son cueros corrientes teñidos… pero ésta es una piel viva. Este modelo es adecuado para una manta, una colcha o una alfombra. Se están confeccionando varios tipos de vestidos para el año que viene con ella.

—¿Una piel viva? —ella alzó las cejas, encantada.

El vendedor se puso de puntillas en un eco inconsciente: el rostro de Elli producía su efecto habitual sobre los no iniciados.

—Una piel viva —asintió el vendedor—, pero sin ninguno de los defectos del animal vivo. No pierde pelo, ni come ni —tosió discretamente— necesita un cajón de arena.

—Espere —dijo Miles—. ¿Cómo lo anuncian como vivo, entonces? ¿De dónde saca la energía, si no es por la descomposición química de los alimentos?

—Una red electromagnética en el nivel celular capta pasivamente la energía del entorno: ondas de holovid y similares. Y cada mes o así, si parece estar gastándose, pueden darle una ayudita metiéndola en el microondas unos minutos a baja potencia. Pieles Cultivadas, sin embargo, no se responsabiliza del mal uso por parte de los propietarios.

—Eso sigue sin hacer que esté viva —objetó Miles.

—Le aseguro que esta manta fue compuesta con los mejores genes de felix domesticus. También tenemos en stock el persa blanco y las franjas color chocolate de los siameses, en los colores naturales. Tengo muestras de otros tonos decorativos que pueden ser ordenados en cualquier tamaño.

—¿Le hicieron eso a un gato? —Miles se atragantó mientras Elli cogía en brazos la gran piel sin huesos.

—Acaríciela —instruyó el vendedor, ansioso.

Ella así lo hizo, y se echó a reír.

—¡Ronronea!

—Sí. También tiene una orientación termotáxica programable… en otras palabras, se enrosca.

Elli se la puso al cuello. La piel negra cayó en cascada sobre sus pies como la cola del vestido de una reina; se frotó la mejilla con el sedoso pelaje.

—¿Qué inventarán luego? Oh, cielos. Dan ganas de frotártela por toda la piel.

—¿Sí? —murmuró Miles, dubitativo. Luego se le dilataron las pupilas cuando imaginó a Elli, con su maravillosa piel, acariciándose con aquella cosa peluda—. ¿Sí? —dijo en un tono completamente distinto. Sus labios dibujaron una ansiosa sonrisa. Se volvió hacia el vendedor—. Nos la llevamos.

Se encontró en un apuro cuando sacó la tarjeta de crédito, la miró y cayó en la cuenta de que no podía emplearla. Era la del teniente Vorkosigan, completamente dependiente de su paga de la embajada y plenamente comprometido en su actual misión. Quinn, a su lado, le miró por encima del hombro al ver su vacilación. Miles ladeó la tarjeta para que pudiera verla, oculta en su palma, y sus ojos se encontraron.