—Y además —interrumpió Galeni sotto voce—, parecía que podría funcionar…
Miles reprimió una sonrisa involuntaria.
—Ivan es parte inocente. Acúseme de lo que quiera, señor.
—Gracias, teniente, por su amable permiso.
Picado, Miles replicó:
—Maldición, señor, ¿qué quería que hiciera? Los dendarii son tan soldados de Barrayar como cualquiera que lleve el uniforme del Emperador, aunque ellos no lo sepan. Están bajo mi mando. No puedo desatender sus necesidades urgentes, ni siquiera para representar el papel del teniente Vorkosigan.
Galeni se meció en su asiento, sus cejas se alzaron.
—¿Representar el papel del teniente Vorkosigan? ¿Quién cree que es usted?
—Yo soy…
Miles guardó silencio, atenazado por una súbita sensación de vértigo, como al caer por un tubo defectuoso. Durante un cegador momento, ni siquiera entendió la pregunta. El silencio se prolongó.
Galeni cruzó las manos sobre la mesa, el ceño fruncido. Su voz se suavizó.
—Ha perdido la pista, ¿no?
—Yo… —Miles abrió las manos, indefenso—. Es mi deber, cuando soy el almirante Naismith, ser el almirante Naismith lo mejor que pueda. No suelo tener que cambiar de uno a otro de esta forma.
Galeni ladeó la cabeza.
—Pero Naismith no es real. Eso mismo ha dicho usted.
—Uh… cierto, señor. Naismith no es real. —Miles tomó aire—. Pero sus deberes sí lo son. Debemos establecer algún acuerdo más racional para que yo pueda cumplirlos.
Galeni no parecía darse cuenta de que, al entrar Miles inadvertidamente en su cadena de mando, la había aumentado no en una persona, sino en cinco mil. Sin embargo, de haber sido consciente del hecho, ¿habría empezado a mediar con los dendarii? Miles apretó la mandíbula, siguiendo el impulso de descartar esta posibilidad en todos los sentidos. Un caluroso arrebato de… ¿celos? lo atravesó. Que Galeni continúe, por favor, Dios, considerando a los dendarii como asunto personal de Miles…
—Mm —Galeni se frotó la frente—. Sí, bien… mientras tanto, cuando llamen los deberes del almirante Naismith, acuda a mí primero, teniente Vorkosigan —suspiró—. Considérese a prueba. Le ordenaría quedar confinado en sus habitaciones, pero el embajador solicitó específicamente su presencia como escolta esta tarde. Pero sea consciente de que podría haber presentado cargos serios contra usted. El de desobedecer una orden directa, por ejemplo.
Yo… soy plenamente consciente de eso, señor. Uh… ¿e Ivan?
—Ya veremos —Galeni sacudió la cabeza, aparentemente reflexionando sobre Ivan. Miles no podía reprochárselo.
—Sí, señor —dijo Miles, decidiendo que había presionado todo lo posible, de momento.
—Puede retirarse.
«Magnífico —pensó Miles sardónicamente, y salió del despacho—. Primero me tomó por un insubordinado. Ahora sólo por un loco. Sea quien sea yo.»
El acontecimiento político-social de la tarde era una recepción con cena para celebrar la visita a la Tierra del Baba de Lairouba. El Baba, jefe de Estado hereditario de su planeta, combinaba deberes políticos y religiosos. Tras completar su peregrinaje a La Meca, había viajado a Londres para participar en las conversaciones sobre derechos de paso por el grupo de planetas del Brazo de Orión Occidental. Tau Ceti era el centro de ese nexo, y Komarr conectaba con él a través de dos rutas: de ahí el interés de Barrayar.
Los deberes de Miles eran los de costumbre. En este caso, se encontró escoltando a una de las cuatro esposas del Baba. No estaba seguro de si clasificarla de matrona aburrida o no: sus brillantes ojos castaños y sus suaves manos de chocolate eran bastante hermosos, pero el resto de su persona estaba envuelto en capas de seda cremosa con bordados de oro que sugerían una pulcritud puntillosa, como un colchón tentador.
No era capaz de calibrar su inteligencia, ya que ella no hablaba inglés, francés, ruso ni griego, en sus dialectos barrayareses ni en ningún otro, y él no hablaba ni lairoubano ni árabe. La caja de aparatitos traductores, por desgracia, había sido entregada a una dirección desconocida al otro lado de Londres, dejando a la mitad de los diplomáticos presentes con la única posibilidad de mirar a sus homólogos y sonreír. Miles y la dama se comunicaban las necesidades básicas mediante mímica (¿sal, señora?) con buena voluntad durante la cena, y él consiguió hacerla reír dos veces. Ojalá hubiese sabido a santo de qué.
Todavía más lamentable: antes de que los discursos de sobremesa pudieran ser cancelados, apareció un lacayo sudoroso con una caja de micros de repuesto. Se sucedieron varios discursos en diversas lenguas para beneficio de la prensa. Las cosas se dispersaron, la dama acolchada fue rescatada de las manos de Miles por otras dos coesposas, y él empezó a cruzar la sala de vuelta a la fiesta del embajador barrayarés. Al rodear una chillona columna de alabastro que sostenía el techo abovedado, se encontró de cara con la periodista de Euronews Network.
—Mon Dieu, es el pequeño almirante —dijo ella alegremente—. ¿Qué está haciendo usted aquí?
Ignorando el grito de angustia que resonaba en su cerebro. Miles consiguió manipular sus rasgos para componer una expresión de exquisito y amable vacío.
—¿Perdone usted, señora?
—Almirante Naismith, o… —Ella advirtió su uniforme y los ojos se le iluminaron de interés—. ¿Se trata de algún tipo de operación mercenaria encubierta, almirante?
Pasó un segundo. Miles abrió unos ojos como platos y se llevó una mano crispada al cinturón sin armas.
—Dios mío —se atragantó, con voz de espanto, algo que no le resultó difícil—. ¿Quiere usted decir que han visto al almirante Naismith en la Tierra?
Ella alzó la barbilla y abrió los labios en una sonrisita de incredulidad.
—En su espejo, naturalmente.
¿Tenía las cejas visiblemente chamuscadas? Todavía llevaba la mano derecha vendada. «No es una quemadura, señora —pensó Miles a la desesperada—. Me corté al afeitarme…»
Miles se puso firmes con un fuerte taconazo y le dirigió un saludo formal. Con voz orgullosa, grave y cargada de acento barrayarés, dijo:
—Se confunde usted, señora. Soy lord Miles Vorkosigan de Barrayar. Teniente del servicio imperial. No es que no aspire al rango que menciona, pero es un poquitín prematuro.
Ella sonrió con dulzura.
—¿Se ha recuperado por completo de las quemaduras, señor?
Miles alzó las cejas… No, no tendría que haber llamado la atención sobre ellas.
—¿Naismith se ha quemado? ¿Le ha visto usted? ¿Cuándo? ¿Podemos hablar de esto? El hombre que menciona es del mayor interés para Seguridad Imperial de Barrayar.
Ella lo miró de arriba abajo.
—Eso diría yo, ya que son ustedes iguales.
—Venga, venga aquí.
¿Y cómo iba a salir de ésta? La cogió por el codo y la empujó hacia un rincón privado.
—Claro que somos iguales. El almirante Naismith de los dendarii es mi…
¿Hermano ilegítimo? No, eso no colaría. La luz no se encendió, estalló como una explosión nuclear.
—…mi clon —concluyó Miles tranquilamente.
—¿Qué? —el aplomo de ella se resquebrajó; su atención osciló.
—Mi clon —repitió Miles con voz más firme—. Es una creación extraordinaria. Pensamos, aunque nunca hemos podido confirmarlo, que fue el resultado de una presunta operación encubierta cetagandana que salió mal. Los cetagandanos, sin duda, son capaces de esas proezas médicas. Los resultados de sus experimentos genéticos militares la horrorizarían. —Miles hizo una pausa. Eso último era cierto—. ¿Quién es usted, por cierto?