—¿Sí? —dijo Miles, forzando la voz para que su tono fuese neutro.
—El capitán Galeni salió ayer de la embajada una media hora después que tú. No lo hemos vuelto a ver desde entonces.
7
El embajador los condujo al despacho cerrado de Galeni. Ocultaba sus nervios bastante mejor que Ivan. Se limitó a comentar tranquilamente:
—Comuníqueme lo que descubra, teniente Vorpatril. Sería particularmente deseable obtener alguna indicación segura de si es hora o no de notificarlo a las autoridades locales.
Así que el embajador, que conocía a Duv Galeni desde hacía unos dos años, pensaba también en términos de múltiples posibilidades. Un hombre complejo, su perdido capitán.
Ivan se sentó ante la consola y repasó los archivos de rutina buscando memorandos recientes, mientras que Miles deambulaba por la habitación buscando… ¿qué? ¿Un mensaje garabateado en sangre en la pared a la altura de las rodillas? ¿Fibra vegetal alienígena en la alfombra? ¿Una nota de dimisión en papel perfumado? Cualquiera de esas cosas, o todas ellas, habrían sido deseables a la neutra nada que encontró.
Ivan alzó las manos.
—Nada aparte de lo habitual.
—Déjame a mí. —Miles giró el respaldo de la silla de Galeni para arrancar de allí a su primo y ocupar su lugar—. Siento una ardiente curiosidad por las finanzas personales del capitán Galeni. Ésta es una oportunidad dorada para comprobarlas.
—Miles —dijo Ivan, algo nervioso—, ¿no es esto un poco, um, agresivo?
—Tienes los principios de un caballero, Ivan —dijo Miles, absorto en acceder a los archivos codificados—. ¿Cómo lograste entrar en Seguridad?
—No lo sé —dijo Ivan—. Yo quería servir en una nave.
—¿No queremos todos? Ah —comentó Miles mientras la holopantalla empezaba a escupir datos—. Me encantan estas tarjetas de crédito universales terrestres. Qué reveladoras son.
—¿Qué esperas encontrar en las cuentas corrientes de Galeni, por el amor de Dios?
—Bueno, antes que nada —murmuró Miles, pulsando teclas—, comprobemos los totales de los últimos meses y averigüemos si sus gastos superan sus ingresos.
Fue cuestión de un momento responder a esa pregunta. Miles frunció el ceño, levemente decepcionado. Las dos cuentas estaban equilibradas; había incluso un pequeño superávit a final de mes, fácilmente explicable por la existencia de una modesta cartilla de ahorros. No demostraba nada en un sentido ni en otro, ay. Si Galeni tenía algún problema financiero serio, había tenido la inteligencia y la experiencia de no dejar pruebas en su contra. Miles empezó a repasar la lista de compras.
Ivan se agitó, impaciente.
—¿Qué estás buscando ahora?
—Vicios secretos.
—¿Cómo?
—Fácil. O lo sería si… comparamos, por ejemplo, los registros de las cuentas de Galeni con las tuyas durante el mismo período de tres meses. —Miles dividió la pantalla y cargó los datos de su primo.
—¿Por qué no lo comparas con las tuyas? —dijo Ivan, picado.
Miles sonrió, lleno de científica virtud.
—No llevo aquí el tiempo suficiente para ser una base comparable. Tú eres un controlador mucho mejor. Por ejemplo… vaya, vaya. Mira esto. ¿Un picardías de encaje, Ivan? Qué clase. Va totalmente contra las normas, ya sabes.
—Eso no es asunto tuyo —refunfuñó Ivan.
—Vaya. Y no tienes una hermana, y no es el estilo de tu madre. De esta compra se desprende que hay una chica en tu vida o eres un travestido.
—Advertirás que no es de mi talla —dijo Ivan con dignidad.
—Sí, te quedaría muy cortito. Una chica con aspecto de sílfide, entonces. A quien conoces lo bastante bien para hacerle regalos íntimos. Mira cuánto sé ya de ti, sólo con una compra. ¿Fue Sylveth, por casualidad?
—Se supone que es a Galeni a quien estás investigando —le recordó Ivan.
—Sí. ¿Y qué tipo de regalos compra Galeni?
Pasó la pantalla. No hizo falta mucho tiempo: no había tanto.
—Vino —recalcó Ivan—. Cerveza.
Miles hizo una comprobación.
—Una tercera parte de lo que tú te bebiste en el mismo período. Pero compra librodiscos en una proporción de treinta y cinco a… ¿sólo dos, Ivan?
Ivan se aclaró la garganta, incómodo.
Miles suspiró.
—Aquí no hay ninguna chica. Ningún chico tampoco, no creo… ¿eh? Llevas un año trabajando con él.
—Mm —dijo Ivan—. Me he topado con un par en el servicio, pero… tienen formas de hacértelo saber. No, yo tampoco creo que Galeni…
Miles contempló el regular perfil de su primo. Sí, Ivan probablemente había recogido insinuaciones de ambos sexos. Otra pista descartada.
—¿Ese tipo es un monje? —murmuró Miles—. No es un androide, a juzgar por la música, los libros y la cerveza, pero… es terriblemente elusivo.
Cerró el archivo con un irritado golpe a los controles. Tras pensárselo un instante, abrió el expediente de Galeni.
—Ja. Eso sí que es raro. ¿Sabías que el capitán Galeni se doctoró en historia antes de unirse al servicio imperial?
—¿Qué? No, nunca lo mencionó… —Ivan se inclinó por encima del hombro de su primo, los principios caballerescos superados al fin por la curiosidad.
—Doctorado con honores en historia moderna y ciencias políticas por la Universidad Imperial de Vorbarr Sultana. Dios mío, mira las fechas. A la edad de veintiséis años Duv Galeni renunció a un flamante puesto en la Facultad de Belgravia, en Barrayar, para volver a la Academia del Servicio Imperial con un puñado de chavales de dieciocho. Con sueldo de cadete.
No era la conducta de un hombre el centro de cuya existencia fuera el dinero.
—Uh —dijo Ivan—. Debió de ser todo un empollón en los cursos superiores cuando nosotros llegamos. Salió dos años antes que nosotros. ¡Y ya es capitán!
—Debe de haber sido uno de los primeros komarreses a quienes se ha permitido el acceso al Ejército. Semanas después de la promulgación de la ley. Y va a toda máquina desde entonces. Formación extraordinaria… lenguajes, análisis de información, un puesto en el cuartel general imperial… y luego la guinda, este destino en la Tierra. Duvie es un fenómeno, claramente.
Miles veía el porqué. Un oficial brillante, educado, liberal… Galeni era un anuncio ambulante del éxito del Nuevo Orden. Un ejemplo. Miles sabía bien lo que era ser un ejemplo. Inspiró largamente, y el aire siseó entre sus dientes.
—¿Qué? —lo acució Ivan.
—Estoy empezando a asustarme.
—¿Por qué?
—Porque todo este asunto está cobrando un sutil tinte político. Y todo aquel que no se alarma cuando las cosas barrayaresas empiezan a oler a política no ha estudiado… historia —murmuró la última palabra con sibilante ironía. Al cabo de un momento volvió a entrar en el archivo y prosiguió la búsqueda.
—Bingo.
—¿Eh?
Miles señaló.
—Archivo sellado. Nadie por debajo del rango de oficial del Alto Mando Imperial puede acceder a esta parte.
—Eso nos deja fuera.
—No necesariamente.
—Miles… —gimió Ivan.
—No me propongo nada ilegal —lo tranquilizó Miles—. Todavía. Llama al embajador.
El embajador, nada más llegar, se sentó junto a Miles.
—Sí, tengo un código de acceso de emergencia que anulará ese otro —admitió cuando Miles lo presionó—. Pero la emergencia prevista era algo que estuviera en la línea de una guerra a punto de estallar.
Miles se mordisqueó el dedo índice.
—El capitán Galeni lleva con usted dos años ya. ¿Qué impresión tiene de él?
—¿Como oficial, o como hombre?
—Ambas cosas, señor.
—Es muy consciente de sus deberes. Su inusitada educación…