—¿Quieres saberlo realmente? —preguntó Elli, los ojos encendidos.
—Más tarde —murmuró él con la comisura de los labios.
El capitán hizo tamborilear sus dedos sobre la comuconsola y estudió una pantalla.
—Nada de esto aparece en su expediente oficial. Veinticuatro años… ¿no es usted un poco joven para su rango, ah… almirante? —fue seco, sus ojos recorrieron burlones el uniforme dendarii.
Miles trató de ignorar el tono.
—Es una larga historia. El comodoro Tung, un oficial dendarii veterano, es el verdadero cerebro del asunto. Yo sólo interpreto un papel.
Elli, escandalizada, abrió mucho los ojos. Una severa mirada de Miles trató de obligarla a guardar silencio.
—Puedes hacer mucho más que eso —objetó ella.
—Si es usted el único contacto —Galeni frunció el ceño—, ¿quién demonios es esta mujer?
Sus palabras dejaban claro que la consideraba una no-persona, o al menos una no-soldado.
—Sí, señor. Bueno, para casos de emergencia, hay tres dendarii que conocen mi verdadera identidad. La comandante Quinn, que estuvo en el ajo desde el principio, es una de ellas. Tengo órdenes estrictas de Illyan de llevar guardaespaldas en todo momento, así que la comandante Quinn ocupa mi puesto cada vez que tengo que cambiar de identidades. Confío en ella de manera tácita.
«Respetarás a los míos, malditos sean tus ojos burlones, pienses lo que pienses de mí…»
—¿Cuánto tiempo lleva esto en marcha, teniente?
—Ah —Miles miró a Elli—, siete años, ¿no es así?
Los brillantes ojos de Elli chispearon.
—Parece que fue ayer —dijo, en tono neutro. Al parecer también a ella le costaba trabajo ignorar el retintín. Miles confiaba en que lograra mantener bajo control su agudo sentido del humor.
El capitán se estudió las uñas y, bruscamente, miró a Miles.
—Bueno, voy a tener que recurrir a Seguridad del Sector Dos, teniente. Y si descubro que esto es otra idea de los lores Vor de una broma pesada, haré todo lo que esté en mi mano para llevarlo a juicio. No me importa quién sea su padre.
—Todo es cierto, señor. Tiene mi palabra de Vorkosigan.
—Por eso mismo —dijo el capitán Galeni entre dientes.
Miles, furioso, tomó aliento… y entonces situó por fin el acento regional de Galeni.
Alzó la barbilla.
—¿Es usted… komarrés, señor?
Galeni asintió, en guardia. Miles le devolvió la mirada gravemente, inmóvil. Elli le dio un codazo y susurró:
—¿Qué demonios…?
—Más tarde —replicó Miles, también en un susurro—. Política interna de Barrayar.
—¿Tendré que tomar notas?
—Probablemente —alzó la voz—. Debo ponerme en contacto con mis auténticos superiores, capitán Galeni. Ni siquiera sé cuáles son mis órdenes.
Galeni arrugó los labios.
—Yo soy su superior, teniente Vorkosigan —observó con suavidad.
Y debía de estar bastante molesto, juzgó Miles, por haber sido apartado de su propia cadena de mando. ¿Quién podía echárselo en cara? Le respondió con amabilidad.
—Por supuesto, señor. ¿Cuáles son mis órdenes?
Las manos de Galeni se crisparon brevemente en un gesto de frustración, su boca se curvó en una mueca irónica.
—Tendré que asignarlo a mi personal, supongo, mientras todos esperamos una aclaración. Tercer agregado militar.
—Ideal, señor, gracias —dijo Miles—. El almirante Naismith necesita imperiosamente desaparecer, ahora mismo. Los cetagandanos pusieron precio a su… mi cabeza después de Dagoola. He sido afortunado dos veces.
Ahora le tocó a Galeni el turno de quedarse inmóvil.
—¿Está bromeando?
—Obtuve un saldo de cuatro dendarii muertos y catorce heridos por ello —dijo Miles, envarado—. No lo encuentro nada divertido.
—En ese caso —repuso Galeni, sombrío—, considérese confinado en el complejo de la embajada.
«¿Y perderme la Tierra?» Miles suspiró, reacio.
—Sí, señor —accedió sombrío—. Siempre que la comandante Quinn, aquí presente, pueda hacer de intermediaria con los dendarii.
—¿Por qué necesita continuar sus contactos con los dendarii?
—Son mi gente, señor.
—Me ha parecido entender que el comodoro Tung dirigía el espectáculo.
—Ahora mismo está de permiso. Cuanto necesito, antes de que el almirante Naismith desaparezca por el foro, es pagar algunas facturas. Si me adelantara algo para los gastos inmediatos, podría poner fin a esta misión.
Galeni suspiró; sus dedos bailotearon sobre la comuconsola, y se detuvo.
—Ayuda a toda velocidad. Bien. ¿Cuánto necesitan?
—Unos dieciocho millones de marcos, señor.
Los dedos de Galeni quedaron paralizados en el aire.
—Teniente —dijo despacio—, eso es más de diez veces el presupuesto de toda esta embajada para un año. ¡Varios cientos de veces el presupuesto de este departamento!
Miles extendió las manos.
—Gastos de explotación para cinco mil soldados y técnicos, y once naves durante más de seis meses, más pérdidas de equipo (perdimos un montón de cosas en Dagoola), nóminas, comida, ropa, combustible, gastos médicos, munición, reparaciones… tengo las facturas, señor.
Galeni se sentó.
—Sin duda. Pero el cuartel general de Seguridad del Sector tendrá que encargarse de esto. Aquí ni siquiera existen fondos para cubrir esas cantidades.
Miles se mordió el lado del dedo índice.
—Oh.
Ciertamente, oh. No tenía que dejarse llevar por el pánico…
—En ese caso, señor, ¿puedo pedirle que se ponga en contacto con el cuartel general del Sector cuanto antes?
—Créame, teniente, considero que transferirle a usted a la responsabilidad de otro es un asunto de la máxima prioridad. —Se levantó—. Discúlpeme. Espere aquí.
Salió del despacho sacudiendo la cabeza.
—¿Qué demonios? —preguntó Elli—. Creía que estabas a punto de destrozar a ese tipo, capitán o no… y luego te paraste. ¿Cuál es la magia de ser komarrés, y dónde puedo encontrar un poco?
—No es magia. Decididamente no es magia —dijo Miles—. Pero es muy importante.
—¿Más importante que ser un lord Vor?
—En cierto sentido, sí, en estos momentos. Mira, sabes que el planeta Komarr fue la primera conquista imperial interestelar de Barrayar, ¿no?
—Creía que lo considerabais una anexión.
—Otra forma de llamar las cosas. Lo ocupamos por sus agujeros de gusano, porque se encuentra ante nuestra única conexión con el nexo, porque estaba estrangulando nuestro comercio y, sobre todo, porque aceptó un soborno para dejar pasar a la flota cetagandana cuando los cetagandanos trataron de anexionarnos a nosotros. Tal vez recuerdes también quién fue el principal conquistador.
—Tu padre. Cuando sólo era el almirante lord Vorkosigan, antes de que se convirtiera en regente. Eso le valió su reputación.
—Sí, bueno, se labró más de una. Si alguna vez quieres que le salga humo de las orejas susúrrale al oído: «Carnicero de Komarr.» Lo llamaban así.
—Han pasado treinta años. Miles. —Ella hizo una pausa—. ¿Hay algo de verdad en eso?
Miles suspiró.
—Algo hubo. Nunca he podido sonsacarle toda la historia, pero estoy seguro de que no es lo que dicen los libros. De todas maneras, la conquista de Komarr fue un poco oscura. Como resultado, durante los cuatro años de su regencia tuvo lugar la revuelta komarresa, y eso sí que fue un jaleo. Los terroristas komarreses han sido la pesadilla de Seguridad desde ese momento. Supongo que hubo mucha represión entonces.